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Crítica:26º FESTIVAL DE JAZZ DE VITORIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Vientos de renovación

Mientras en la calle los termómetros seguían subiendo, la cuarta jornada del 26º Festival de Jazz de Vitoria alcanzó también altas temperaturas. La cosa no pudo comenzar mejor, ya que por la tarde el teatro Principal acogió una de las propuestas más atractivas del certamen protagonizada por el laudista libanés afincado en Alemania Rabih Abu-Jalil.

Ninguna sorpresa en su concierto: todo fue soberbio, desde los ambientes tintados con un halo de misterio y sensualidad hasta los ritmos ondulantes e hipnóticos, pasando, por supuesto, por la pericia instrumental de los cinco componentes de la banda, entre los que sobresalió el clarinetista italiano Grabiele Mirabasi.

La propuesta de Rabih Abu-Jalil no sólo es bella, es una de las vías más atractivas y ricas en posibilidades por las que discurre la música sin prejuicios, llamémosla jazz o de cualquier otra manera.

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No se trata de una fusión de ritmos árabes con estructuras jazzísticas, sino de algo nuevo en el que las sensaciones a flor de piel están por encima de cualquier etiqueta. Una puerta abierta a un futuro más luminoso que el público de Vitoria cruzó con auténtica pasión. El teatro se llenó y acabó en pie vitoreando a los músicos. Un éxito tan merecido como reconfortante.

Por la noche las cosas no comenzaron tan bien, pero tras un paréntesis marcado por un Roy Haynes anodino volvió la pasión y el placer al certamen de la mano de cuatro gigantes que, olvidando su status, se pusieron el mono de trabajo y se curraron uno de esos conciertos en los que hasta el mínimo acorde está justo en su lugar.

El de Roy Haynes es un típico grupo de bolos veraniegos: esta temporada toca homenajear a Charlie Parker. Sin problemas: se reúne a un puñado de grandes músicos, todos capaces de llenar el escenario y unos arreglos tan mínimos que ni siquiera existen y a tumba abierta que todo vale.

Solos de gran enjundia que nada tienen que ver entre ellos y mucho menos con el tema del que parten se encadenan unos a otros y así hasta dos horas de concierto.

El Birds of a Feather de Roy Haynes se había vendido como un recuerdo a Charlie Parker, pero poco Parker hubo en Mendizorroza, incluso uno de los mejores momentos fue un Somewhere de Leonard Bernstein, escrito bastantes años después de la muerte de Bird.

Tanto daba porque de lo que se trataba era de comprobar que Kenny Garret sigue siendo uno de los saxofonistas más explosivos del momento, en este festival de jazz de Vitoria lo fue, y de que la trompeta de Nicholas Payton cada vez tiene un recorrido más amplio. Un concierto de ésos no dejan poso ni dulce ni amargo.

Tras la exhibición de individualidades capitaneada por Haynes daba miedo enfrentarse al segundo concierto, ya que, sobre el papel, era también un all stars de lujo, pero ¡qué diferencia!

El guitarrista John Scofield, el saxofonista Joe Lovano, el contrabajista Dave Holland y batería Al Foster no se tiraron a la piscina de lo fácil, todo lo contrario: su cuarteto sonó con la unidad de los grupos que llevan ya muchos años en la carretera.

Conjunción

La conjunción fue total, los arreglos sobre temas absolutamente inéditos de los cuatro componentes fueron minuciosos y, a partir de ellos, cada músico pudo demostrar que no están en la cima por pura casualidad, sino por méritos propios, y que salen cada noche a conservarlos.

Jazz en estado puro, denso y compacto en el que se combina virtuosismo con placer. Se notaba sobre el escenario no sólo un compadreo musical, sino una felicidad compartida. Los cuatro hombres estaban a gusto y disfrutaban y ese disfrute se contagiaba inmediatamente. A diferencia de lo que había sucedido en el set anterior, no hubo nada de rutinario en la actuación de este cuarteto con cuatro líderes. No era un bolo de verano, sino una reunión en lo más alto de cuatro amigos que se conocen a la perfección y comparten un mismo amor.

Lovano sonó intenso, como sólo él puede sonar, y Scofield mostró su cara más creativa huyendo de la velocidad y buscando siempre lo esencial. Holland fue el Holland de la grandes ocasiones, sonido rotundo y ligero y con esa capacidad para encadenar ideas que corta la respiración sobre el ritmo siempre seguro del gran Al Foster, que además se mostró capaz de explicar historias en cada hueco. A lo dicho: jazz en estado puro.

John Scofield, durante su actuación en Vitoria.
John Scofield, durante su actuación en Vitoria.PRADIP J.PHANSE

Hasta la madrugada

En Vitoria, el jazz no comienza y acaba con los conciertos oficiales. La ciudad comienza a vibrar ya de mañana cuando la Saint Gabriel's Celestial Brass Band de Nueva Orleans inicia su recorrido por calles y plazas con sus sonidos de fiesta y funeral que incitan a danzar a cualquier paseante que pase por allí. Y sigue vibrando bastante después de que Mendizorroza cierre sus puertas, ya que en el hotel Canciller Ayala todos los años se instala el llamado Jazz de Medianoche, que esta vez ha contado con el pianista Bill Charlap como centro de atención. Un ambiente relajado, una copa en la mano y la siempre segura posibilidad de que salten las sorpresas en forma de jam session (todos los músicos se hospedan en ese hotel). En la noche del miércoles, por ejemplo, hubo que sacar del escenario a las cuatro y media de la madrugada a algunos miembros de la Mingus Big Band, que todavía no habían colmado sus ansias de tocar, y los clientes, por supuesto, en la gloria.

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