Y punto pelota
114 -Tenemos que coger lo imprescindible y meterlo en un par de maletas. Nos trasladamos al Palacio de la Moncloa. Me van a nombrar ministro.
Un mes después, sigo creyendo que es mejor contar las cosas de golpe, aun sabiendo que se corre el riesgo de que tu interlocutor te replique: un momento, un momento, un momento.
-Un momento, un momento, un momento -replicó Laura. ¿Quién te ha metido eso en la cabeza, Paco?
-José María Aznar, claro.
-No sabía que fuera a cambiar el Gobierno otra vez.
-Nunca lo sabe nadie.
-¿Y por qué a La Moncloa? ¿Todos los ministros viven en La Moncloa?
-Quiere tenerme cerca.
-¿No has dado ni una en el caso Simbotas y te premia con un ministerio?
-¿Qué tiene que ver? -me piqué-. Me cesa como detective y me hace ministro. Y después, si consigo hacerlo muy mal, presidente del Senado.
-¿Y lo de Juanín? -se esperanzó-. ¿Vas a poder hacer algo por él?
-Supongo que algo más -hinché el pecho- desde dentro del Gobierno.
Tal vez debería haber comenzado de otra forma: Juanín, mi cuñado Juanín, ha sido detenido como cabecilla de una banda dedicada al tráfico de mujeres subsaharianas, a las que se obligaba a prostituirse. El local Calité, propiedad de Juanín y centro de operaciones de la banda, que se nutría de dinero negro proveniente del contrabando de diamantes, abastecía de esclavas sexuales a una selecta clientela, entre la que había figurado el anticuario Tresserres, asesinado a principios de agosto.
115 -Tengo dos noticiads para usted, una buena y una mala -me susurró Acebes nada más abandonar el PPaís de Nunca Jamás-. Su cuñado Juan ha dsido detenido.
-¿Y cuál es la mala?
-Eso que ha dicho usted es un poco fuerte, ¿sabe? -me reprochó Acebes, siempre con las yemas de los dedos unidas, como si las llevara pegadas con Loctite-. La familia es la base de la dsociedad, y aunque su cuñado sea un negrero prodxeneta, no deja de ser su cuñado.
-¿Y cuál era la buena noticia? -interrumpió Laura de nuevo.
-El Pdesidente ha recuperado la memoria... - sonrió Acebes, angelical- ¡...Y se acuerda de usted y de mí!
-¿No se acuerda de todos? -me asombré.
-Del pobre Cadscos -se apesadumbró Acebes- dice no acordardse. Ni de don Manuel Fraga tampoco.
-Cuando alguien le falla -había dicho Arenas- el presidente es pura bilis.
-¿Y los diamantes, Paco? -preguntó Laura, de nuevo metida en el relato.
-No sé qué me dirán: apenas conseguí reunir cuatro.
116 -¡De sobras, hombre! -dijo Mariano Rajoy-. ¿Recuerda usted el final de En busca del arca perdida? Indiana Jones va con el cofre de los Diez Mandamientos como si fuera el sunsuncorda y van y lo meten en un sótano con miles de cofres como ése. Pues hágase a la idea. Ni nos vamos a meter en más problemas ni, al final, oiga, esos relatos en los que todo queda resuelto, qué quiere que le diga, ¿unas almendritas? Fritas en sal. Un vicio.
¿Y quedarme con los diamantes? Sí, podría haber huido al Caribe con los diamantes, pero, la verdad, no me veo en el papel. El ministro de Hacienda era de la misma opinión.
-Usted los malvendería, y después despilfarraría lo ganado -dijo Cristóbal Montoro con su habitual don de gentes-. Y a nosotros nos harán un servicio fenomenal para cumplir con el déficit cero.-Hala, venga, Cristobalito, ahuecando -Rajoy batió el aire con las manos para expulsar a Montoro del despacho. El ministro de Hacienda se fue refunfuñando con la voz aguda de Benito, el gato pequeñito de la pandilla de Don Gato. Rajoy adoptó el desenfado del capitán Haddock y en sus manos aparecieron dos puntos kilométricos-. Aquí, si nos organizamos, nos quedan un par de añitos como Dios. ¿Y qué? ¿Se le pasó la angustia esa de morirse? Siga mi ejemplo, hombre: limítese a estar por ahí, sin grandes pretensiones, sin agobios... ¿Vio cómo lo del gato era una carallada? Ay, señor. ¿Una cervecita para desestresarse?
117 -Pero yo le hice la autopsia, Paco -protestó Mayte.
-Hiciste la autopsia a un gato -la corregí, pidiendo por gestos que me rellenaran el barril de cerveza en el que estaba nadando- tal vez ni siquiera fue el mismo que yo tuve en brazos.
-¿Y todos los venenos que le encontré?
-Se los meterían después de muerto, se los inyectarían, qué sé yo -me encogí de hombros-. Si quieres podemos investigar por qué el gato con el que nos engañaron tenía tantos venenos.
-¿Pero por qué encargarte curar a un gato que no existía? -regresaba Juanma del piano.
-Simbotas sí existió -proclamó el señor Esquina, con una solemnidad patética, bebiendo su Jack Daniels a sorbitos cortos, más cursi imposible-, pero estaba hecho del material con el que se construye la política moderna.
-¿Los sueños? -preguntó Mayte.
-El ilusionismo -Esquina se la quería ligar en mis narices-. Aznar empezó a hablar de su gato y entre todos le construyeron un gato. Él dejó hacer. Se ha endiosado tanto que ningún humano le satisface, y le venía bien tener un compañero imaginario.
-Pero entonces -intervino Mayte, francamente deslumbrada, olvidando que el detective era yo-, ¿los problemas de Simbotas? ¿Quién orinaba los armarios, las cartas, los despachos?
-A mí se me ocurren varios candidatos -el colmillo retorcido del señor Esquina iluminó las mesas del Caravasar-. A lo mejor es Felipe, que hace como el fantasma de la ópera y por las noches merodea por La Moncloa para marcar su territorio.
-Y la sucesión sin resolver -me dijo Juanma, apartándome definitivamente de la conversación de Esquina y Mayte-. ¿A ti te ha dicho algo después de hacerte ministro?
118 -¿Cuántas veces tengo que repetir que eso no toca ahora?
El Presidente escribía parsimonioso, como un escolar aplicado tras su pupitre. Alzó la vista, se quitó las gafas, las dejó sobre la mesa, alzó la mano izquierda, abanicó el aire con los dedos para ordenarme que pasara, deshizo a continuación todos los gestos, uno a uno, y siguió ensimismado.
-¿Qué te parece esta letra para el himno nacional, querido Tú? 'Si yo fuese Dios / y tuviese el secreto / haría / un ser exacto a mí'.
-No sé si encaja con la música -repliqué, a bote pronto.
-¿Y por qué no va a poder cambiarse la música? -se enojó.
-Pero me parece bien -rectifiqué.
-Es una adaptación de un poemita de un tal... González -me disparó su mirada-, pero Ángel, no Felipe. Buen poeta, pero yo corro más que él. Treinta kilómetros, seis minutos, cuatro milésimas.
No supe qué decir y tosí falsamente, como en los tebeos, dije 'ejem ejem'. Él ni se dio cuenta de mi tos.
-Estarás satisfecho, Tú -me regañó, cerrando el cuaderno de tapas azules-. No creo que haya detective en la historia que haya averiguado menos sobre un caso que tú sobre Simbotas.
-Pero si me han engañado ustedes desde el principio.
-Tendré yo la culpa de los fracasos de los demás. Le advierto -me señaló con su índice de algodón- que a Trillo y a Piqué les tengo colgados de los pulgares de los pies, cabeza abajo, en un sótano.
-Ellos le perjudicaron a usted -precisé-. Yo no.
-Y encima el malo era tu primo, ¿no? -se burló.
-Mi cuñado -le corregí-, y no tenía nada que ver con el gato.
-¡No me contradigas más, hombre! -lanzó su mano hacia atrás, como si pensara arrojarme el cuaderno, pero con una blandura casi cálida-. ¿No ves que estoy a punto de hacerte ministro?
-¿Ministro? -me boquiabrí- ¿ministro de qué?
-Ministro del Afecto. Me gustó la idea que me diste, aunque en general prefiero a la gente sin ideas.
-¿Pero no acaba usted de decirme que soy un completo incompetente?
-Me gusta rodearme de incompetentes. Hace que me sienta importante.
-Ministro del Afecto -repetí-. ¿Y cuál sería mi trabajo?
-Quererme, por supuesto.
-Mucha gente le quiere, Presidente. Todos los que le necesitan.
-Un ministro del Afecto me querría sin hipocresías, sin fingir sinceridad.
-¿Y tendría que seguirle a todas partes? ¿Dónde trabajaría?
-En el jardín, por supuesto.
-¡¿El jardín?!
-Claro -pasó la palma de la mano por encima del cuaderno, como si quisiera plancharlo-. Como el gato Simbotas. Serías mi gato. Cuando saliera a pasear al jardín te llamaría y vendrías a ronronearme.
-Pero...
-Está decidido, Tú -abrió un cajón, guardó el cuaderno, cerró el cajón, palmeó la mesa-. Creo que será el mejor final para esta historia. De ahora en adelante vivirás en los jardines de palacio y serás mi gato.
-Pero, Presidente -repliqué-. Eso es imposible. Tengo familia, mujer, hija y amante.
-No importa.El jardín es amplio, hay sitio para todos.
-Pero yo nunca sabría comportarme como un gato.
-Te esforzarás y aprenderás.
-No me gusta que me arrullen, Presidente. Jamás subiría a sus rodillas.
-Mejor. Yo también tengo muy mal carácter.
-Pero ¿es que no lo entiende, Presidente? No puedo ser su gato. ¡Soy un ser humano!
-Bueno... Nadie es perfecto. FIN
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