Humor, lírica y ovación para Joaquín Vidal

'Un torero no es ni siquiera el que cree que es, sino lo que hace de él la memoria del público. Gracias a las crónicas de Joaquín Vidal, yo soy literatura. Quedaré en la memoria de la afición y pasaré a la historia por lo que él escribió de mí. Y entrar así en la historia es salir a hombros'.

Eso dijo ayer el torero Luis Francisco Esplá, en el Círculo de Bellas Artes, durante la presentación de Crónicas taurinas (Aguilar), la recopilación de las mejores 154 piezas que Joaquín Vidal (1935-2002) escribió durante los casi 26 años que fue crítico de toros de EL PAÍS.

Esas palabras de Esplá son el mejor resumen de un acto emocionante, que transcurrió entre la sobriedad y la risa. Fue, más que la simple presentación de un libro, el homenaje de sus apasionados compañeros y lectores a un 'hombre irrepetible' (Manuel Cano, gerente de Las Ventas); 'mi cronista de toros, el único que escribía en serio y en broma, con garra y talento, valiente y sincero' (Jaime de Armiñán); 'un tipo decente que situó la información taurina en una nueva dimensión' (Juan Cruz).

La sala estaba llena a rebosar. Un centenar de personas compartieron asientos y recuerdos con la familia del periodista-escritor, encargada de la selección de las crónicas: su mujer, Pilar, y sus tres hijos, Joaquín, María Victoria y José Ignacio. Joaquín contó que a su padre le daba una pereza enorme asumir la tarea de este libro, no sólo 'porque era inmune a los elogios y los homenajes, un hombre profundamente autocrítico', sino porque, en esos 25 años largos de 'buena literatura y honradez', escribió entre 3.500 y 4.000 crónicas.

'Escribía a dos luces, casi siempre de noche, en un garaje lúgubre, con el cierre amenazándole el cuello, fumando miles de pitillos. Pero siempre llegó a tiempo. Se diría que con la urgencia se superaba'.

Armiñán, fiel seguidor, coleccionista de crónicas, compañero de abono en el tendido 10 y director de cine y televisión, obró el milagro de convertir al tímido Vidal en actor: 'En Juncal hizo de crítico que escribía en un café. Estaba nervioso, pero cuando oyó la palabra 'acción' se le quitaron los nervios. Y, como suele pasar en esos casos, se los trasladó al experto, Paco Rabal'.

El cineasta recordó con gracia la mala prensa de Vidal entre los taurinos: 'Algunos lo consideraban un infiltrado, un saboteador. Lo que pasaba es que no le gustaban los malos toreros, los ganaderos tramposos, la acorazada de picar, los empresarios insaciables'.

Como a Esplá. 'Le admiré como a casi ningún torero. Compartíamos muchas cosas: el recelo hacia los taurinos, el respeto por el toro como tótem y la aprensión a que se rompiera la norma del clasicismo. Su grandeza fue que se les fue de las manos a los taurinos'.

Su amigo Manuel Cano glosó sus inicios en La codorniz y narró una anécdota reveladora: 'Un día, en Las Ventas, se le acercó un hombre y le dijo: 'Es bueno ese novillero, ¿eh?'. 'Pues a mí me parece malo', respondió Vidal. 'Es mi hijo', le dijo el otro. '¡Pues empiece usted por ahí!'. Poco después, la sala entera se ponía en pie para ovacionar al hombre que convirtió la fiesta de los toros en la fiesta de la literatura y el humor.