'La Iglesia católica era un estómago que nunca se saciaba'
'Mamá, voy a desengañarte. No me hables más de papá, ya sé que mi padre era un criminal. Voy a tomar los hábitos. He renunciado a mi padre y mi madre, no me escribas más. Ya no quiero saber nada de mi padre'. De esta forma tan descarnadamente resuelta escribía una hija de republicanos a su madre presa. Eran los cuarenta y la niña siguió el camino religioso de algunos de los hijos de los presos políticos: el franquismo les arrancó la libertad e incluso la patria potestad para arrogársela al Estado y a la Iglesia, relata el historiador Ricard Vinyes en Irredentas. Las presas políticas y sus hijos en la cárceles de Franco, libro que esta semana verá la luz de la mano de la editorial Temas de Hoy.
El libro recoge buena parte de la experiencia volcada en el documental de TV-3 Los niños perdidos del franquismo, que Vinyes asesoró y que fue realizado por Montserrat Armengou y Ricard Belis. Como dato inédito, la obra rescata de los archivos el veto que el Vaticano hizo recaer sobre el sacerdote belga Damien Reumont, que debía presidir la delegación de la Comisión Internacional Contra el Régimen de Concentración (CICRC) para visitar España. Este organismo estaba integrado por resistentes antifascistas europeos, supervivientes de los campos nazis, que aprovechando la apertura diplomática de la dictadura militar en los años cincuenta quisieron conocer la situación española. El régimen franquista presionó con finezza al Vaticano y éste no sólo hizo desistir sino dimitir al cura.
En esa España de blanco y negro, de sotanas y brazos en alto, las cárceles estaban atestadas de presos: unos 280.000, según señalan fuentes oficiales incompletísimas que no cuentan a las presas ni a los detenidos en depósitos judiciales. Miles de niños -9.050 en 1942, 12.042 en 1943- llenaban los hospicios estatales y los centros religiosos, donde el régimen intentaba lavar el cerebro a los hijos de los perdedores de la guerra, según expone Vinyes en su libro. El eslabón más débil eran las presas y sus hijos, que podían permanecer juntos hasta que éstos cumplían seis años. No obstante, la discrecionalidad era total, explica Vinyes, pues una ley de 1941 establecía que al ingresar en la cárcel los padres perdían la patria potestad sobre sus hijos.
Con todo, el tesón de las presas políticas logró oponerse con éxito en ocasiones al secuestro organizado de sus hijos y consiguieron crear en el interior de las prisiones auténticos islotes contra el acoso ideológico y cotidiano del nacionalcatolicismo. 'Con el libro pretendo también explicar la economía identitaria: un sistema de administración de recursos éticos y morales que sirve para que las presas puedan vivir y sobrevivir en un medio absolutamente hostil', explica Vinyes.
Para el historiador, el Michel Foucault de Vigilar y castigar no sirve para entender la presión política del franquismo, que no tenía como objetivo ni vigilar ni castigar, sino más bien doblegar y transformar. 'El universo penitenciario español se convierte en una gran fábrica de transformación de la existencia', afirma Vinyes. Y en ese universo, la Iglesia católica constituye la gran telaraña externa de control social. 'Es un estómago que nunca se sacia', subraya Vinyes, y que entiende la liberación a través del sufrimiento. Un caso paradigmático de esta presión nacionalcatólica lo constituyó el caso de Matilde Landa, una presa culta, proveniente de la Institución Libre de Enseñanza, sin bautizar, que aceptó mantener contactos con representantes de la Iglesia. El objetivo de Landa era mejorar las condiciones de vida de los niños del centro penitenciario de Mallorca. La pretensión del obispo de la diócesis, José Miralles Sbert, era la cristianización de la presa. El día en que se anunció su bautismo, Landa se arrojó al vacío por el hueco de la escalera de la prisión. Eso, explica Vinyes, forma parte del asedio humano al que estuvieron sometidas las presas: ese sistema de asfixia que tiene como finalidad redimir al preso y al que colectivamente muchas pudieron resistir gracias al mantenimiento de su moral y ética grupal. 'Las que sucumbieron a las presiones carcelarias tuvieron en general una vida personal desastrosa; las que resistieron como grupo consiguieron, a grandes rasgos, rehacer su vida'.
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