Más sobre una guerra cínica
Las guerras ya no son lo que eran. Como diría un viejo soldado: antiguamente nos matábamos los unos a los otros y los otros a los unos. Ahora solo matan unos. Sin peligro de ser alcanzados por balas de segunda mano de un enemigo sin defensas, previamente destruidas por tratados internacionales o por sofisticados y demoledores artefactos. Los actuales soldados van a la guerra como a un deporte de aventura, sin mayor riesgo que el de la carretera en fin de semana, donde mueren muchos más automovilistas que militares del bando atacante, únicamente por error o accidente. La típica frase de reclutamiento "el valor se le supone" ya no es necesaria. Como todo en la vida, la guerra es un paseo para unos y un calvario para los desgraciados habitantes de zonas estratégicas. El nostálgico veterano seguramente pensaría que los seguros vencedores han eliminado el miedo, pero también el sacrificio, la valentía, el heroísmo. Habrá reparto de inevitables medallas y honores pero sin razones que lo justifiquen.
Lo cierto es que ni antes ni ahora hacen falta héroes, ni guerreros valerosos, ni muertos de ningún tipo. En todo caso, la anticuada reflexión castrense se podría completar con la observación de que, en realidad, ya no hay guerras. Hay matanzas y, por tanto, no hay batallas, hay asesinatos. No se pude hablar ya de victorias sino de crímenes. No propiamente de belicistas sino de criminales que, eso sí, quieren la paz. Se estila decir lo contrario de lo que se hace. O sea, se estila el cinismo. Como quienes apalean a un inmigrante y dicen de inmediato que no son racistas, se prepara una masacre al tiempo que se asegura que se pretende la paz y la seguridad. Sobre el engaño de que todo el mundo quiere la paz, la extrema derecha norteamericana y la extrema derecha española (de qué otra manera se puede definir ahora al gobierno español), iniciarán la matanza, precisamente por su voluntad pacifista. No se trata de destruir al enemigo por intereses económicos y estrategias geopolíticas, participar en el reparto de la posguerra y adquirir poder sobre grandes zonas del planeta o posesión de riquezas y fuentes de energía fundamentales. Según ellos van a iniciar una misión de paz.
No es verdad que nadie quiera la guerra. Es la frase más cínica. Hay mucha gente que quiere la guerra o que colabora, sostiene y justifica; e incluso la aplaude. Inventa argumentos a favor, adjudicando la etiqueta de antiamericanos a quienes son contrarios a la intervención o asegurando que se puede evitar, estando ya decidida por su parte sin intentar nada para impedirla. Cualquier pretexto será utilizado por inconsistente y banal que sea. Se hará la guerra por 30 metros de mayor alcance del permitido a los cohetes, sean o no destruidos; por la sospecha, nada contrastada, que relaciona Irak con Al Qaeda; por la desganada, pero indudable colaboración de las autoridades iraquíes con la inspección de un centenar de técnicos no excesivamente neutrales o por perversas tácticas dilatorias de Irak a la hora de mostrar armas que no es seguro que existan. Sólo se espera la ansiada y no descartable abstención de Francia, dejando de aplicar su veto a una nueva resolución, si llega a considerar más importante no romper el consenso que destrozar un país y sus gentes. O simplemente, prescindiendo de la ONU.
Resumiendo: por sospechas e indicios no confirmados, con pretextos visiblemente gratuitos y por motivos enmascarados, se lanzará un ataque brutal. Ataque apoyado por parte española al aferrarse demagógicamente a un consenso europeo que no existe. Por ahora, solo hay acuerdos con Bush para forzar ese consenso a favor de la guerra, actuando Aznar como su ministro plenipotenciario. A quienes consideran la inminente guerra como un vil despropósito, el flamante embajador hispanotexano les suele acusar de estar a favor del dictador iraquí. Es increíble que no entienda algo tan sencillo como que se puede estar contra Sadam y contra la guerra. Para derrocar a Franco, los ciudadanos españoles, por muy antifranquistas que fuesen, hubieran considerado un acto criminal que se invadiera su tierra, bombardeado su ciudad, y liquidado a sus familias. Es exactamente la situación de los iraquíes. Se dirá que Franco no era una amenaza para otros países. Sadam, en las actuales circunstancias, tampoco parece serlo. Las amenazas que pesan sobre la ciudadanía española, que tanto utiliza Aznar para inventarse responsabilidades sobre peligros inexistentes, quedarían eliminadas con una política realmente contraria a la guerra. Con gobernantes partidarios de la paz sin ambigüedad y sin cinismo, ningún islámico, terrorista en activo o formado precisamente por la guerra, tendría motivos para amenazar a las gentes de un pueblo no beligerante. Nos pone en peligro la colaboración con los agresores y la estupidez de que la guerra acabará con el terrorismo. Es la política del gobierno español la que puede provocar una reacción criminal contra nuestro patrimonio y contra nuestras vidas.
Doro Balaguer es escritor.
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