"Hay pocas emociones que no haya explorado en el cine"
Son más de ochenta películas las que Michael Caine cuenta en su haber al cumplir hoy, 14 de marzo, 70 años, pero su último trabajo como el periodista británico Thomas Fowler que protagoniza El americano impasible, película dirigida por Phillip Noyce, que se estrena hoy en España, lo vive como si se tratara del mejor regalo de cumpleaños. "Es un verdadero regalo para cualquier artista", insiste sobre esta nueva versión del clásico de Graham Greene que le ha valido su sexta candidatura al Oscar, en esta ocasión como mejor actor (fue galardonado como mejor secundario por Hannah y sus hermanas, de Woody Allen, en 1986, y por Las normas de la casa de la sidra, de Lase Hallstrom, en 1999). Como afirma este británico nacido en lo más humilde del Londres de la Depresión y ahora nombrado caballero, a estas alturas no necesita trabajo, ni dinero ni reconocimiento y, sin embargo, está recibiendo "los mejores guiones, los mejores papeles y más dinero" del que ha tenido nunca, además de "llevarse a la chica". "Parece que le gusto a alguien. Sólo hago las películas que de verdad no puedo rechazar", resume, con el mordaz sentido del humor que caracteriza a Maurice Micklewhite, su nombre real. "Me convertí en actor porque era extremadamente tímido, así que decidí superar mis demonios enfrentándome a ellos. Claro que cuando me subí a un escenario quería desaparecer, pero eso es lo que hace una buena actuación: la capacidad de desaparecer en tus papeles", admite Caine.
"No creo que vayan a perder la guerra con Irak, pero lo que pueden perder es la paz"
Pregunta. ¿Cuál de sus papeles se acerca más al verdadero Caine?
Respuesta. He interpretado a asesinos y ladrones; he hecho de tenorio, adúltero, homosexual o amante. También me he metido en la piel de gente muy cruel. Hay pocas emociones que no haya explorado en el cine, pero en la vida real soy alguien muy calmado, poco emocional y que ha encontrado en el cine su vía de escape.
P. Pese a este largo repaso de personajes, sigue insistiendo en su admiración por su último trabajo en la obra de Greene.
R. Se trata de un papel con un gran nivel de dificultad. Me basé en el Graham Greene que conocí cuando hice El cónsul honorario porque, como Fowler, Greene era periodista en Saigón en aquel entonces, tenía una amante, un problema con la bebida y fumaba marihuana. Además, durante el rodaje en Vietnam también conocí a docenas de Thomas Fowler, europeos de edad acompañados de jóvenes vietnamitas. Un personaje muy real lleno de diferentes facetas; de hecho, el sueño de un actor.
P. Una película que, aun así, estuvo a punto de no ser estrenada tras el 11 de septiembre.
R. Hicimos una película sobre un triángulo amoroso con un ligero tono político y el 10 de septiembre de 2001 tuvimos el primer pase. Al día siguiente, mientras estaba en mi oficina esperando noticias, puse la televisión y vi el avión estrellarse contra las Torres Gemelas y supe que nos tendríamos que olvidar del filme unos meses. Lo siguiente fue que Harvey Weinstein [el productor] quería estrenarla en enero, que es cuando se estrena toda la basura, y le llamé para que me diera una posibilidad, asegurándole que no era tan política como le habían dicho. Había una preocupación general por ese motivo, pero lo que yo pensaba es que precisamente se hizo la guerra de Vietnam en defensa de la libertad.
P. ¿Cuál es su visión de las nuevas tensiones bélicas que estamos viviendo?
R. No creo que los americanos vayan a perder la guerra con Irak, pero lo que pueden perder es la paz, y ésa sería la peor pérdida, porque nos traerá muchos problemas.
P. El americano impasible es posiblemente la mayor producción occidental en Vietnam tras la guerra. ¿Cómo ha visto el país?
R. Me he enamorado del Hanoi y el Saigón que ha filmado Phillip Noyce, ése que ya no existe. Phillip y el diseñador se encargaron de crear esa atmósfera. Las dos ciudades tienen como cuatro millones de motos en cada calle, pero el Gobierno nos permitió cerrar el área y recreamos con ordenador el hotel Continental de Saigón, con lo que fue posible recuperar esa atmósfera colonialista de otra época.
P. ¿Tuvo reparos con el hecho de que ya existía otra versión del clásico de Graham Greene?
R. La versión de Joe Mankiewicz fue un fracaso y, como suelo decir, si vas a hacer una nueva versión de algo, mejor que sea de un fracaso. Así sólo puede ser mejor. Además, parece que todo el mundo está rehaciendo mis películas, una moda a la que yo también me he apuntado con una nueva versión de La huella, donde yo me encargaría del papel de Laurence Olivier y Jude Law del mío. Creo que es una buena idea.
P. ¿Qué cree que le mantiene en tan buena forma después de tantos años?
R. Supongo que es la diferencia entre ser una estrella de cine y ser un actor, que, cuando te haces mayor y, obviamente, pierdes tu atractivo, si era lo único que tenías, lo pierdes todo. Pero como yo nunca he hecho carrera de mi físico, porque nunca lo he tenido, pues todavía estoy aquí.
P. Sus comienzos en el cine estuvieron guiados por su gran amor a este medio.
R. Sí, era de los mayores aficionados al cine, como esos que están esperándote a la puerta para pedirte un autógrafo y que se saben todas tus películas. Pero mis actores favoritos eran los americanos, porque los ingleses nunca hacían películas sobre la clase trabajadora. Mis ídolos eran Humphrey Bogart y Spencer Tracy. Por eso, cuando John Huston me llamó para El hombre que pudo reinar, me sentí como si hubiera completado el círculo, porque ese papel estaba pensado para Bogart. De hecho, leí una crítica sobre El americano impasible que decía que le recordaba a Humphrey Bogart en Casablanca. No entendí la comparación, pero me gustó la idea.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.