La pasión por el interés
Una concepción de la naturaleza humana guiada por el interés, suele decirse, sustituyó en su día a la que nos entendía como seres sujetos a un haz de pasiones, pecaminosas las más. Ello hizo posible la teoría económica liberal. Aunque exista un texto clásico que tal tesis sostiene, Las pasiones y los intereses, de Albert Hirschman (1977), algunos permanecen convictos y confesos de que las cosas no fueron tan simples.
El estudio del profesor Victoriano Martín, destacado historiador del pensamiento económico, se sitúa entre los que con mayor tino han rastreado la transformación de la antigua teoría de las pasiones en una teoría de los intereses. Donde Hirschman esclarecía los argumentos a favor del capitalismo puestos en circulación poco antes de su triunfo, Martín se retrotrae a aquellas posiciones que prepararon el terreno para tal triunfo. Indaga los argumentos clásicos que condujeron a una visión individualista y liberal de la sociedad humana. En ella lo decisivo no fue una concepción liberal económica, sino un individualismo integral, en el que moral, política y economía formaban un todo. Sus raíces, arguye, se encuentran en san Agustín. En el más vigoroso capítulo de su estudio, muestra cómo según el sabio africano la búsqueda egoísta del provecho individual impele a los hombres. San Agustín aparece así como el gran destribalizador de la cultura occidental, el gran fundador del individualismo. También como fuente originaria de esa idea clásica liberal de que las pasiones e intereses de cada cual (la libido lucrandi o la libido dominandi augustinianas) conducen a una suerte de armonía societaria. Armonía, eso sí, pecaminosa para quines creen que éste es un Valle de Lágrimas y que la ciudad de los hombres nada vale frente a la de Dios. Noción, sin embargo, fértil si se seculariza.
EL LIBERALISMO ECONÓMICO
Victoriano Martín
Síntesis. Madrid, 2002
346 páginas. 15 euros
Eso es lo que acaeció durante el Renacimiento. Pensadores como Fernando Vázquez de Menchaca y Francisco de Vitoria son la bisagra sobre la que se opera la transformación en Europa. Ambos reciben la atención debida, cosa muy de agradecer, porque su ausencia en otros trabajos históricos clama al cielo. También lo hacen los más canónicos Maquiavelo, Hobbes, Spinoza, Holbach. (Uno, ay, hubiera querido ver a Montaigne cubierto con igual detalle). Desde Montesquieu a los mercantilistas , el profesor Martín nos conduce por la senda que lleva al ámbito ortodoxo de los Mandeville, Hume y Shaftesbury para desembocar en los promulgadores oficiales de la visión liberal del mundo, Locke y Smith.
La historia de las ideas exige un amor por la metamorfosis, por aquellos procesos que cuanto más mudan más fieles permanecen a su ser. Es un arte de difícil cultivo, que exige hurtarse a sofismas y falsas conexiones para desvelar continuidades, corrientes subterráneas. No es tarea menor haber demostrado lo que la a veces tenebrosa, pero esperanzada ciudad humana moderna debe al pensamiento cristiano individualista y sobre todo a la versión que de él promulgó con trágica intensidad y racional lucidez Agustín de Hipona. Es lo que enseña Martín, inspirado por una pasión (más que por un interés) por probar que el secuestro del liberalismo por los economistas conservadores olvida la lección de que sólo la libertad política y moral de la ciudadanía legitima la económica.
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