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Reportaje:

La raíz de los problemas de Jazmina

La dueña de una tienda en el barrio del Pilar pide que el Ayuntamiento le compense por los daños que le ha producido un árbol

Los males de Jazmina Izquierdo vienen de raíz. De una bien grande -unos 15 metros de largo- que se cuela impertinente en su tienda de cosméticos hasta el cuarto de baño. El tentáculo procede de un olmo callejero (Ulmus plumila), y desde hace más de dos años se ha empeñado en complicar la existencia de Jazmina y su comercio, que lleva todo ese tiempo cerrado porque apenas se puede entrar en él. Jazmina busca ahora que el Ayuntamiento, propietario del árbol y de sus raíces, le indemnice por el arreglo de los daños y por el tiempo que su local ha quedado inutilizado.

Una mañana de septiembre de 2000, la empresaria fue como todos los días a su tienda en el número 59 de la calle de Sarriá, en el barrio del Pilar. Allí se encontró con que, al abrir, la puerta se resistía. La forzó ligeramente hasta conseguir entornarla, pero no le dio mayor importancia. A la mañana siguiente, la escena se repitió. Y a la siguiente. Y a la otra...

La propietaria del establecimiento reclama al Consistorio por haber tenido que cerrar el negocio

Jazmina requirió la ayuda de su marido, que colocó un par de arandelas en las bisagras para levantar la puerta y que ésta se pudiese abrir y cerrar. Ni por ésas; la puerta continuaba sin ceder.

Finalmente, la dueña del comercio levantó con un martillo y un cortafrío el suelo y descubrió que una raíz de un árbol plantado en la acera, a unos cinco metros de la tienda, estaba penetrando por debajo de la puerta y de las rejas metálicas del exterior de su establecimiento. Inmediatamente, dio aviso al Ayuntamiento y trasladó su tienda al local anexo, también propiedad suya y que hasta entonces servía únicamente como almacén.

Con la intervención de los operarios municipales, que cortaron la raíz a comienzos de 2001, la pesadilla pareció haber acabado. Jazmina vio entonces más próxima su ilusión de abrir un pequeño centro de belleza, "manicura, depilación y poca cosa más", en los escasos 32 metros cuadrados que ocupa su bajo de la calle de Sarriá.

Pero como si de la lechera del cuento se tratara, el cántaro de Jazmina se rompió en mil pedazos. La raíz, que según el informe técnico de los operarios fue hormigonada, rebrotó con fuerza y volvió a irrumpir en la antigua tienda, ahora almacén de productos embellecedores y cremas exfoliantes.

Esta vez, en su búsqueda de humedad, la raíz extendió sus tentáculos hasta el lavabo del local, levantando ligeramente en su camino las baldosas de cerámica que recubren el suelo. Jazmina sostiene que los operarios no echaron hormigón encima, sino arena, y que eso propició que la planta se regenerase y volviese a brotar. La nueva situación llegó al punto de que por la puerta del local ya no se podían meter los paquetes con los pedidos de la tienda.

Después de un sinfín de reclamaciones y protestas, Jazmina se dirigió al alcalde Álvarez del Manzano, quien atendió su demanda. En octubre de 2002 una nueva cuadrilla de peones se encargó de cortar y, esta vez sí, enterrar la raíz bajo el hormigón en la acera. Así se consiguió que dejase de crecer, pero no evitó que ésta permaneciese dentro del local, arrastrando su estela hasta el cuarto de baño, cuya puerta también han tenido que quitar.

Ahora, Jazmina tiene que lidiar a diario con la incómoda presencia y se resiste a darse por vencida. Reclama 25.211 euros por el dinero que, según ella, ha dejado de ganar en los dos años y medio que el local ha permanecido cerrado. Además, también pide 9.600 euros para reparar los daños.

El Ayuntamiento ya atendió esta última petición a través de una aseguradora, que tasó el arreglo de los desperfectos en 1.404 euros. Sin embargo, los cálculos de Jazmina son otros y pide que se le indemnice basándose en ellos. Desde el Consistorio se insiste en que tiene derecho a recibir el dinero que la aseguradora presupuestó, pero no se hace referencia a una posible compensación por lucro cesante, es decir, por los beneficios que se han dejado de obtener.

La insistencia de Jazmina no deja de acarrearle problemas. A ella, y a los que le rodean. Más de un tobillo ha sufrido las consecuencias de la nueva y accidentada orografía del terreno. "Ha llegado un momento en que ya no se puede ni entrar por la puerta, porque corres mucho peligro de hacerte un retorcijón", relata Blanca, empleada de la tienda.

El salón de belleza soñado, por tanto, aún tendrá que esperar. Primero tendrá que atajar sus problemas. De raíz.

Jazmina Izquierdo, en la puerta de su tienda, coge una raíz.
Jazmina Izquierdo, en la puerta de su tienda, coge una raíz.CLAUDIO ÁLVAREZ

Un zoológico entre cremas exfoliantes

Sucedió hace dos inviernos, en medio de una ola de frío. Jazmina Izquierdo abrió su tienda de cosméticos y se encontró dentro, hecho un ovillo, a un gato que se había metido en el local. El animal había entrado por debajo del agujero que una raíz había hecho bajo la puerta, en busca de un lugar cálido donde pasar la noche.

Jazmina lo echó, pero al mediodía el gato volvió a su nuevo hogar. Durante diez días la tienda Arpelco sirvió de refugio al felino, que desapareció cuando el frío comenzó a mitigar en las calles.

"Me arañó todas las cajas donde guardo los productos y me tiraba las cosas del escaparate, pero, como tengo dos gatos en casa, no me importó demasiado y le dejé quedarse allí", explica la dueña del comercio. "Lo intentamos regalar a las clientas, pero cuando por fin dimos con una que se lo quería llevar, el gato se había marchado. Pensamos que tal vez fue la propia clienta quien se la llevó".

Sin embargo, el gato no fue el único habitante animal que eligió la tienda de Jazmina como su morada. Un gorrión asustado también decidió quedarse allí, al menos por el tiempo que tardaron en expulsarlo Jazmina y su empleada, Blanca.

El pájaro aprovechó, al igual que el gato, el hueco que la raíz había hecho bajo la reja metálica y la puerta. Aunque no llegó a anidar allí, durante unas horas revoloteó asustado de un lado a otro sin que pudieran echarle a la calle.

Tampoco han faltado en Alperco los huéspedes habituales del verano madrileño, las cucarachas. "Afortunadamente, no se nos cuelan muchas, más o menos como en cualquier sitio".

Jazmina acepta resignada que los animales conviertan su comercio en sus guaridas, aunque, como ella misma dice, "han tenido suerte que a mí me gusten los animales. Igual otra persona habría cerrado la tienda, retirado todos sus productos de dentro y no volver a entrar". E, incluso, se atreve con alguna solución imaginativa para diversificar el negocio: "Quién sabe, si la cosa me va mal, podría dedicarme a montar un zoológico".

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