Inexplicable
La decisión del Banco Central Europeo (BCE) de mantener el tipo de interés de la zona UEM en el 2,50% vuelve a ir a contracorriente de las expectativas manejadas por los agentes económicos europeos, partidarios en su mayoría de rebajar el precio del dinero para hacer frente a la delicada situación de las economías europeas. Las explicaciones de Wim Duisenberg posteriores a la decisión no son plenamente satisfactorias. Considera el presidente del BCE que la recuperación económica será gradual -lo cual quiere decir lenta- y que el BCE "necesita" conocer más informaciones sobre la evolución económica de la Unión Monetaria para decidir una reducción de tipos. En el panel de principales enemigos públicos del crecimiento europeo, Duisenberg señaló la paridad del euro -situada en 1,14 dólares- y la neumonía asiática, que ya está frenando de forma drástica la economía asiática.
Lo cierto es que mientras Duisenberg menciona algunas causas de inquietud que están fuera del alcance del BCE (como el virus del SARS), más de un tercio de la economía europea se mueve en las fronteras de la recesión, y, lo que es más importante en relación con las funciones oficiales del Banco, sin que aparezcan riesgos inflacionistas de ningún tipo en Europa. El bajísimo riesgo inflacionista se explica por la elevada paridad del euro respecto al dólar y también por el precio del petróleo, que, después de la guerra de Irak, se ha instalado cómodamente en torno a los 25 dólares. La revalorización del euro, disparada además ayer como respuesta al inmovilismo del BCE, actúa como un estímulo al crecimiento de EE UU y como un freno al mercado turístico europeo.
Difícilmente pueden darse condiciones más favorables para bajar los tipos de interés en la UEM. Una rebaja combatiría el estancamiento económico, sea cual sea su causa, y aliviaría el endeudamiento de familias y empresas. Por supuesto, sería una medida contraproducente para economías como la española, que operan con tasas elevadas de inflación; pero contribuiría a mover las economías que, como Alemania o Francia, tienen que impulsar la prosperidad europea global. No se entiende, pues, que el BCE demore el momento de aplicar el remedio que los mercados, los inversores y hasta los políticos consideran adecuado.
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