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Reinventando la OTAN

Ana Palacio

La necesidad de un debate sobre el futuro de la OTAN quedó de manifiesto tras los cambios en el contexto de seguridad internacional a raíz del 11 de septiembre. La Alianza respondió iniciando su adaptación a la nueva situación estratégica en la Cumbre de Praga de noviembre pasado. Pero el proceso de puesta en práctica de las medidas adoptadas por la cumbre, así como las históricas decisiones adoptadas en las últimas semanas sobre la contribución de la OTAN a la estabilidad en escenarios tan lejanos como Afganistán e Irak, ponen de manifiesto hasta qué punto tenemos que reinventar la OTAN.

La Alianza Atlántica nació para la defensa de los valores y principios que constituyen el fundamento de nuestra sociedad abierta. Esos valores y principios siguen estando hoy amenazados y, en consecuencia, la OTAN sigue siendo el baluarte indispensable para su defensa. Ése debe ser, sin duda, el punto de partida de nuestra reflexión. Dicho de otra forma: si el gran reto del siglo XXI es la juridificación de las relaciones políticas internacionales, su eficacia depende de que el imperio de la ley esté respaldado por una amenaza creíble del uso de la fuerza.

La OTAN se creó para defender la democracia, la libertad individual y el Estado de derecho frente a una amenaza concreta, de perfiles ideológicos y geográficos perfectamente determinados, encarnada en el comunismo soviético.

Hoy el campo de la libertad y la democracia se ha reforzado. La OTAN, símbolo de la defensa de esos valores, foro fundamental de concertación entre Europa y América y encarnación del vínculo trasatlántico, se ha abierto a nuevas naciones tras las sucesivas ampliaciones acordadas en la Cumbres de Madrid (1997) y Praga (2002), y hoy incluye un número considerable de países del antiguo Pacto de Varsovia. Este nuevo panorama se completa a través de relaciones estructuradas con grandes naciones como la Federación Rusa y Ucrania, sin olvidar nuestras relaciones de cooperación cada vez más intensas con los países del Consejo de Asociación Euro-Atlántico (EAPC) y del Diálogo Mediterráneo de la Alianza.

La amenaza a nuestros valores y principios es ahora más difusa, pero no por ello menos real. Frente a las certezas que caracterizaban a la antigua confrontación entre los bloques, hoy nos hemos de enfrentar -y por lo tanto adaptar- a una situación caracterizada por la fluidez y el carácter imprevisible de la amenaza. Lo que nos obliga también a una revisión de los métodos, mecanismos y capacidades de la Alianza.

Esta adaptación requiere una reflexión previa. Para saber cuál debe ser el futuro de la OTAN debemos responder antes a la pregunta de cuáles son las amenazas a las que la Alianza debe hacer frente.

Los ciudadanos de los países aliados, y sin duda la sociedad española, tienen claro cuál es el tipo de amenazas que sienten de manera más inmediata en el mundo de hoy. La lacra del terrorismo, junto con la proliferación de armas de destrucción masiva, figuran en un lugar prominente. La Alianza debe enfrentarse a nuevos retos, sin olvidar el cambio del concepto de seguridad derivado de la globalización, que hoy incluye cuestiones impensables hace 40 años, como pueden ser conflictos étnicos, eventuales atentados contra medios y vías de comunicación esenciales, ataques contra medios de suministros vitales, movimientos incontrolados de población y emergencias sanitarias.

El concepto estratégico adoptado por la OTAN en 1999 incluyó ya la mayoría de estos riesgos, y la Cumbre de Praga ha puesto la lucha contra el terrorismo en el orden del día de la Alianza. Debemos avanzar por esa vía, de forma que la OTAN pueda seguir siendo en el futuro tan eficaz en la lucha contra esas amenazas como lo ha sido en el pasado para la defensa de Europa o la estabilidad de los Balcanes.

El debate sobre el futuro de la OTAN exige, pues, una reflexión sobre el tipo de misiones que debe realizar la Alianza y sobre las condiciones bajo las que la organización debe intervenir en materia de gestión de crisis.

Los recientes acuerdos adoptados en el seno de la OTAN, para asumir el mando de la fuerza multinacional ISAF en Afganistán y para apoyar a Polonia en su contribución militar a la estabilidad de Irak, son una buena muestra de la capacidad de la Alianza para adoptar decisiones y obtener consensos en circunstancias de especial complejidad técnica y política. Se responde así, de forma pragmática, al viejo debate sobre los límites geográficos de actuación de la Alianza. Debemos continuar con ese pragmatismo en el futuro, buscando resolver los problemas que realmente se plantean para nuestra seguridad.

Para llevar a cabo estas nuevas misiones, en escenarios lejanos muy ajenos a los conceptos estáticos de defensa de la guerra fría, la Alianza necesita capacidades militares apropiadas. La Cumbre de Praga ha iniciado un importante proceso en esa dirección, también con la creación de una nueva Fuerza de Respuesta de la OTAN, que permitirá reaccionar con rapidez frente a situaciones de crisis.

La Alianza reflexiona hoy también sobre sus métodos de trabajo. Sin duda debemos adaptarlos. Como ocurre en el ámbito de las capacidades militares, son sistemas muy lentos, que fueron concebidos para una realidad más permanente y con un menor número de socios, que no se corresponde ya con las exigencias de nuestro mundo globalizado y de la lucha contra amenazas difícilmente previsibles, y con una Alianza que pronto contará con una treintena de países.

La OTAN debe saber también integrar a terceros en sus misiones y tareas. Además de la cooperación con nuestros socios del Este y con los países de la ribera sur del Mediterráneo, que se enfrentan a los mismos riesgos que nosotros, debemos impulsar la asociación estratégica que se está perfilando con la Unión Europea, sobre la base de los acuerdos de cooperación en gestión de crisis alcanzados recientemente entre ambas organizaciones.

Así pues, el debate sobre el futuro de la OTAN, en la medida en que queremos que produzca resultados concretos, no resulta un ejercicio sencillo. Ya no se trata de una ecuación simple como en el pasado, sino de un complejo algoritmo con muchas variables sin identificar. Y en ese contexto debemos lograr equilibrio y coherencia entre nuestras ambiciones, nuestras responsabilidades y nuestros medios.

Pero, sobre todo, la razón de ser misma de la Alianza tiene una importante dimensión psicológica. La Alianza debe dar seguridad a los ciudadanos, y para ello debe explicarse y explicar mejor las razones para la vigencia de la OTAN. Son ellos los que esperan de la Alianza la defensa de su seguridad y de los valores que son el fundamento de nuestra sociedad.

Ana Palacio es ministra de Asuntos Exteriores

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