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Signos

Una andaluza fue sultana de Marruecos

Fátima Mernissi recuerda casos de mujeres con poder político en la cultura islámica

La escritora marroquí Fátima Mernissi (Fez, 1940), sobre la que ha recaído, junto a Susan Sontag, el último Premio Príncipe de Asturias de las Letras, lleva muchos años abriendo el camino de la democracia, no sólo en su país sino en todo el mundo islámico, por medio de un feminismo que reivindica derechos y, sobre todo, reconocimiento tanto político como religioso.

Mernissi publicó hace algún tiempo el libro Las sultanas olvidadas. Con él pretendía hacer ver que la costumbre no hace dogma y que, en la historia del islam, no siempre la mujer estuvo apartada del poder; al contrario, hubo casos en los que lo ejerció de muchos modos. En el libro resaltan dos ejemplos: el primero se refiere a una esclava del califa cordobés Alhaquen II, y el segundo, a la esposa del primer señor de Tetuán, a principios del siglo XVI.

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La esclava de Alhaquen, a quien los cronistas árabes designan como malika Qurtuba, reina o sultana de Córdoba, se llamaba Subh, nombre que no es sino la arabización de Aurora. Era una cristiana vasca. Aurora -o Subh- vivió en el siglo X, fue madre del califa Hixen y regente durante el tiempo de su infancia. Aunque los autores aportados por Mernissi no se pongan de acuerdo sobre el papel desempeñado por Subh en la administración omeya tras la muerte del padre de su hijo, si parece estar claro que influyó en los proyectos culturales de su marido y que después, gracias a ella, pudo llegar Almanzor a la cima de su poder.

Pero lo que en ésta no fue sino el producto de una conspiración urdida desde el harén, se vuelve política en el estricto sentido de la palabra en el caso de Sayda o Sitt la Horra, ante cuya historia clama Mernissi contra el silencio de los historiadores marroquíes para con los casos femeninos de poder.

Sayda, cuyo nombre real probablemente fuera Aixa, era hija de Catalina Fernández, natural de Vejer de la Frontera, casada a finales del siglo XV con el marroquí Alí ben Rachid, descendiente del santo con más devoción en todo Marruecos, Abdesalam ben Mechich, y señor prácticamente independiente de la región de la Yebala con capital en Chauen. Catalina cambiaría más tarde el nombre castellano por el de Laila Zuhra.

Sayda se casó siendo todavía muy joven con el granadino Alí al Mandri que, tras la derrota de El Zagal a manos de su sobrino Boabdil, se había exiliado al norte de África y había refundado con sus seguidores Tetuán. Gobernó junto a su marido hasta 1515 y, a partir de ahí, lo hizo por sí misma sin que, hasta ahora, pueda determinarse si el Señor Al Mandri murió entonces, estuvo enfermo o no tuvo más remedio que compartir el poder con su mujer.

El caso es que, a partir de esa fecha, se la nombra siempre con el calificativo de Sitt (Señora) que Mernissi pone como otro término, sinónimo asimismo de reina en el mundo islámico. La Horra -la grande o la noble- fue el apodo que, igual que en el caso de la esposa de Boabdil, acompañó al nombre.

Durante una veintena de años Sitt al Horra dirigió el tráfico naval y las empresas corsarias en el Mediterráneo occidental después de haber llegado a acuerdos con el pirata Barbarroja que operaba, bajo los auspicios de Turquía, desde Túnez a Baleares. Los portugueses, que debieron soportar sus incursiones en las aguas de Ceuta y Alcázarseguer la llaman en sus Anales Cidalforra, alcaidesa e senhora y negociaban con ella la liberación de sus prisioneros.

Probablemente fueran sus triunfos en estas actividades los que llevaron al sultán Ahmad al Wattasi a casarse con la Horra en 1541 y a aceptar que la ceremonia de la boda se realizara en Tetuán, algo que ni había pasado antes ni pasó otra vez después. Gracias a ello la capital del norte ostenta todavía el título de "ciudad imperial".

Algún tiempo después las cañas se volverían lanzas y Sayda la Horra se vería despojada del poder por parte de sus propios parientes. Aunque no haya noticias precisas sobre esta última etapa, sí se sabe que buscó su retiro en la población donde había nacido, Chauen, y murió allí. Todavía puede el viajero ver su tumba en la ermita raisuniya.

Las casualidades de la historia

La familia a la que pertenece la ermita donde reposan los restos de Sit al Horra es la de los Raisun, emparentados con el santo Abdesalam ben Mechich y con nuestra sultana. Su personaje más conocido es Muley Ahmed El Raisuni, encarnado por Sean Connery en la película El viento y el león, que tuvo la osadía de raptar a Mistress Picaris, esposa del embajador norteamericano en Tánger a principios del siglo XX. El Raisuni se forjó una leyenda de "bandolero noble" actuando unas veces aliado a los españoles contra el sultán, con el sultán y contra los españoles, otras, o haciéndoles la guerra a ambos.

Pero la fama del linaje viene de mucho más atrás y se conecta también con la historia de España. Fernand Braudel, en su obra El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en tiempos de Felipe II, lo destaca: "La última cruzada de la cristiandad no fue la batalla de Lepanto. Fue, siete años más tarde, la expedición portuguesa que habría de terminar en la batalla de Alcazarquivir (4 de agosto de 1578) (...) en las riberas del río Luco, que va a desembocar en Larache. (Yazul Raisun) proclamó la guerra santa contra el invasor (...) El pequeño ejército portugués invadía, pues, un país resuelto a defenderse y que disponía, además, de una excelente caballería, de piezas de artillería y de arcabuces (éstos, con frecuencia, andaluces). Los cristianos fueron aplastados por el número".

Esa batalla, la de los Tres Reyes (allí murieron tanto el rey Don Sebastián de Portugal como dos de los pretendientes al sultanato de Marruecos), reñida junto a ese río que hasta hace medio siglo sirvió de frontera entre las zonas española y francesa del protectorado marroquí, permitió varias coincidencias.

Gracias a ello la dinastía saadiana, antecesora de la alauí, accedería al trono marroquí, los Raisuni se convertirían en una de las familias más poderosas del norte y su cofradía, la Yazulía, en la que regiría el santuario de Muley Abdesalam Ben Mechich. Y Felipe II, sin haber intervenido en el conflicto, se encontró con que caía sobre sus sienes la corona de Portugal para unirla a las de Castilla y Aragón.

La tumba de la Gran Señora estaría durante cuatro siglos fuera del alcance de las miradas de cualquier "infiel": la ciudad de Chauen engrosó la lista de "ciudades prohibidas" hasta que en 1920 entraran en ella las tropas del general Berenguer. Ahora los ayuntamientos de Vejer y de Chauen se encuentran, inexcusablemente, cada año en una u otra ciudad; sentimentalmente, Sayda reina en las dos orillas.

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