El dueño de todos los cubanos choca con Europa
El autor señala que Fidel Castro gobierna Cuba infundiendo temor no sólo entre la oposición, sino también entre los partidarios del régimen.
Los cancilleres de la Unión Europea se reunieron en Luxemburgo el 16 de junio para examinar la extraña conducta de Fidel Castro y de su Gobierno. Pocos días antes el comandante había organizado dos marchas multitudinarias. Orquestados por el Gobierno y pastoreados por un ejército de comisarios políticos, cientos de miles de habaneros habían desfilado frente a las embajadas de Italia y España para injuriar a Berlusconi y a Aznar, comparándolos con Mussolini y con Hitler e insultándolos con consignas absurdas en las que rimaban "España con araña" y "Berlusconi con macarroni".
¿Por qué ese ridículo comportamiento? Expliquémoslo: lo que se vio en las calles de La Habana no fue una respuesta política a un conflicto entre Cuba y la Unión Europea, sino una expresión de los serios trastornos psicológicos que padece Castro, agravados en los últimos años por varios espasmos cerebrales que han aumentado su agresividad al punto de poderse afirmar que exhibe rasgos clarísimos de demencia senil incipiente.
Desde los inicios de su régimen, Castro, como Stalin, ejerce el poder mediante la intimidación
Desde los inicios de su régimen, Castro, como Stalin, ha ejercido el poder mediante la intimidación. No sólo le temen los demócratas de la oposición. Su propio equipo de gobierno vive atemorizado y sin jamás atreverse a contradecirlo. Incluso su hermano Raúl, heredero designado, no tiene valor o autoridad para discutir sus planes o puntos de vista, al extremo, en alguna oportunidad, de haberse visto obligado a pedirle al novelista García Márquez que le transmitiera al comandante ciertas opiniones discrepantes que él no tenía valor de expresarle.
Esa forma absolutista de gobernar no es sólo un modo de centralizar y controlar todo el poder político: ahí encuentra Fidel Castro su gratificación emocional. Lo que él siempre espera es la obediencia total. Y esa obediencia incluye la obligación que tienen todos los cubanos de memorizar sus "sabias" ideas, interpretaciones y percepciones. Objetivo que se procura alcanzar mediante los constantes programas de radio y televisión en que se difunden los kilométricos discursos del "máximo líder", y luego en los "círculos de estudio" creados en cada centro de trabajo para que los cubanos analicen y aprendan diariamente la esencia de su pensamiento. El propósito es obvio: crear una sociedad coral capaz de recitar sin vacilaciones ni desvíos la palabra sagrada de una persona convencida de que posee una inteligencia suprema y una misión única sobre la Tierra. O sea, estamos ante un caso típico de mesianismo delirante.
En ese tipo de desdichada sociedad, ¿quiénes pueden ignorar la autoridad y los caprichos sin límites del caudillo mesiánico? Únicamente los diplomáticos extranjeros protegidos por la inmunidad. Por eso, hace unos meses, se produjo el choque entre James Cason, representante de los Estados Unidos en Cuba, cuando osó tratar a los disidentes con la dignidad que merece la oposición en cualquier país de la Tierra. Actitud que Castro interpretó como un reto personal a su poder que decidió penalizar de una forma especialmente cruel: condenando a largas penas de cárcel 20 años como promedio a 75 cubanos que se arriesgaron a entrar en contacto con el diplomático norteamericano.
Tras las sentencias impuestas a los disidentes, ocurrió el enfrentamiento de Fidel Castro con la Unión Europea. Las naciones de Europa lamentaron los recientes fusilamientos, censuraron la falta de libertades en Cuba, pidieron la libertad de los presos y ratificaron la voluntad de reunirse con los demócratas de la oposición cuando lo creyeran oportuno. Ignoraron, pues, que Fidel Castro es el dueño total del país, incluidos los ciudadanos que lo habitan, desafiando con ello su autoridad absoluta y debilitando de paso la figura del comandante dentro de los oscuros códigos morales en que se fundamenta el poder en Cuba. Fidel Castro sintió que tenía que responderles con contundencia. Las marchas, pues, eran una manera simbólica de decirles a todos los cubanos y extranjeros que seguía siendo el único mono Alfa de la manada y nada ni nadie podía interponerse entre su voluntad y sus atemorizados súbditos.
En esta nueva crisis es interesante observar las agónicas contradicciones de la clase dirigente. Los generales y ministros que se vieron obligados a desfilar gritando estupideces contra Europa y Estados Unidos saben que están en las manos de un anciano que bordea la psicopatía. Tampoco ignoran que Fidel Castro los está llevando a contramarcha de la historia, impidiendo una transición sosegada hacia un modelo fundado en la democracia y la economía de mercado, destino absolutamente inevitable a medio o largo plazo, en el que ellos jugarían un papel relevante si lo propiciaran, pero en el que corren el peligro de resultar totalmente marginados por haberse convertido en el gran obstáculo. Un diplomático europeo escuchó y me contó la confesión de un desolado colega cubano, veterano del servicio exterior: "Este viejo loco nos está llevando al precipicio". Buen resumen.
Carlos Alberto Montaner es escritor.
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