El juicio final
Yo tengo a mi suegro y a mi suegra en un altar. Pero como te digo una cosa te digo la otra: yo, fiarme fiarme de ellos al cien por cien, qué quieres, ni de ellos ni de mi padre. Yo antes era muy buena y me fiaba de todo el mundo, pero me han hecho mucho daño y tengo un callo muy grande que me rodea todo el cuerpo. Como el aura, pero en callo. Esto de que no me fíe de nadie es un consejo que me dio mi asesor fiscal, y me va de perlas; es más, todo el daño que me hizo la psicología tradicional a nivel psíquico se me ha pasado yendo al asesor fiscal. Pero volvamos a la idea inicial: si yo hiciera un hipotético casting de suegros, volvería a elegir a los míos. Pero hay veces que suceden cosas extrañas que nos hielan la sangre: mis suegros abandonaron mi casa hace unos días. Bueno, ellos siempre dicen "la casa de mi hijo". Y no es que a mí me moleste, que para nada, aunque un día les saqué el contrato de matrimonio para que leyeran eso de la sociedad de gananciales, porque una cosa es que se equivoquen una vez y otra muy distinta la recurrencia. Creo que soy bastante clara. Ya digo, se fueron, no sin antes dejarnos la nevera como si estuviéramos pensando en poner un restaurante: mil y pico croquetas congeladas, pimientos en conserva, lentejas y un largo etcétera. Cuando mis suegros pasan un mes en "nuestra" casa yo noto que a mi santo y a mí nos ocurre una cosa paranormal: nos sale entrecejo. Tal vez por el tipo de alimentación. Algún día lo consultaré con un dietólogo. Fuimos a despedirlos al aeropuerto y de pronto, al pasar mi suegra con su bolso por el control, pitaron las alarmas. Nos costó un poquito que soltara el bolso, porque hacer que una abuela española se desprenda de su bolso es más difícil que arrancar a un koala del árbol. Yo creía que las abuelas españolas se agarraban al bolso de esa manera brutal para evitar robos con intimidación, pero estaba muy equivocada, queridos amigos, las alarmas sonaron porque (me duele decirlo) mi suegra iba armada hasta los dientes. El guardia civil le abrió el bolso y sacó dos tijeras que, te lo juro, unas eran como de podar y las otras como de Sé lo que hicisteis el último verano. Ella declaró que eran para la costura. Ya, la clásica coartada de la tercera edad. El amable picoleto le habló del terrorismo internacional, y aunque fue comprensivo con ella (los guardias civiles también tienen madre), forcejearon un poco y finalmente se las arrebató. Mi santo y yo contemplamos dicha escena de acción entre avergonzados y estupefactos. Luego discutimos, porque él decía que su madre era incapaz de hacerle daño a una mosca y yo decía que lo mismo dice Charlton Heston de su madre. Y encima voy y leo que Zaplana ha tenido una idea. Y pienso, ¡vaya!, eso sí que es una noticia. Dice el ministro Zaplana que esas abuelas nuestras, armadas (porque van todas armadas), podrán declarar en los juicios cuando queramos divorciarnos, y también los abuelos. Lo bonito será cuando se separen nuestros hijos, porque entonces los abuelos también estaremos separados y acudiremos todos a declarar a mogollón y a sacar nuestras tijeras de los bolsos. Señor Zaplana, olvide su idea, se pueden evitar tantas pérdidas humanas. Le escribe una desesperada.
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