Távora llena de sensualidad 'Carmina Burana'
El director realiza en Peralada una acertada fusión de la cantata de Carl Orff con la imaginería andaluza.
Si los poemas medievales del manuscrito del siglo XIII conocidos como Carmina Burana (canciones de Beuren) son originarios del monasterio benedictino de Baviera Benedicktbeuern o proceden del Tirol (Seckau o Neustift), como parece más probable, es algo que ya poco importa. Porque desde ahora Carmina Burana es una atractiva y sensual mujer andaluza gracias al atrevimiento de Salvador Távora, que aprovecha la confusión popular para inventarse este nuevo personaje con el que el público ya puede tranquilamente identificar la partitura del alemán Carl Orff.
Los asistentes que abarrotaron el estreno mundial en el XVII Festival del Castell de Peralada de las Imágenes andaluzas para Carmina Burana aprobaron con una larga y sonora ovación en pie la última "locura" de Salvador Távora, como él mismo define esta arriesgada simbiosis de dos culturas totalmente diferentes. Una decena de las 25 canciones seculares que compuso Carl Orff en 1936 a partir de los poemas religiosos, políticos, morales y, sobre todo, eróticos del manuscrito medieval recopilado en 1847 por Johann Andreas Schmeller son la base sobre la que Távora nos ofrece su particular visión de la famosa cantata.
A lo largo de 14 escenas, el denso lenguaje dramático propio de Távora va cobrando fuerza para acabar engullendo las músicas y los coros de Carl Orff, siempre desde el respeto por la partitura original. El coro de sopranos y la cantautora, la soprano solista, el cuerpo de bailaoras y bailaores, los jinetes, los dos monjes enanos y los músicos invaden poco a poco el escenario para trasladar el erotismo de los versos goliardos a un sobrio paisaje en blanco y negro que quiere evocar los lienzos de El Greco sin dejar de lado el presente. Un conjunto de situaciones que, más allá del innegable impacto visual, sirven para la reflexión al propugnar la conciliación de razas y culturas en la imagen de una virgen María "cristiana y moruna, de nacimiento judía", defender la igualdad de la mujer en la crucifixión de Carmina y escuchar la voz del proletariado obrero que se manifiesta al final del montaje con enormes banderas andaluzas por estandartes.
Una amalgama musical y visual de gran potencia en la que destacan, por un lado, la perfecta integración del cante y baile flamencos y los temas de Orff y, por otro, una impecable puesta en escena de concepción simétrica. Una simetría permanente marcada por la cruz central y las dos ruedas de la fortuna y sustentada en un primer plano por los dos toros mecánicos a ambos extremos del escenario y, en un segundo, por la disposición de los músicos y del coro de las cuatro sopranos y la ejecución en paralelo de los dos corceles blancos y de los dos monjes enanos. A esta geometría espacial hay que añadir un exquisito vestuario en blanco y negro que refuerza la elegancia de las imágenes, aunque en algunos momentos sitúen a Carmina Burana más cerca de las pasarelas de París que de la tierra andaluza. Y es que éste sería el único "pero" de un montaje ante todo valiente: la falta de ruptura en algún momento de esta perfección plástica que, si no fuera por la entrega de los intérpretes, en especial de las cantantes y de la estupenda bailaora Lalo Tejada -protagonista de un sensual solo, no exento de cierto morbo, sobre la cruz-, rozaría una frialdad que poco tiene que ver con el sentir flamenco.
Un montaje homogéneo, cuidado hasta el más mínimo detalle y que no deja ningún cabo suelto.
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