La primera ministra que no pudo ser
Cuando mataron a Olof Palme, en 1986, nuestro luto fue compartido por el mundo entero. En España se hicieron actos multitudinarios para expresar el dolor de la pérdida y el respeto por el personaje. Se comentaba que esto era un precio injusto a pagar por la sociedad abierta y democrática que los suecos queremos mantener, donde los dirigentes pueden caminar tranquilos por las calles y conversar con la gente como uno más.
Diecisiete años más tarde, los ministros suecos siguen viviendo como el ciudadano común. Por eso, Anna Lindh pudo ir de compras junto a una amiga a NK, que es lo que en Estocolmo corresponde a El Corte Inglés. Sin guardaespaldas, sin precauciones, sin planes, a pesar de tener un papel principal desde hacía semanas en una campaña electoral ante el plebiscito del euro, que ha creado una tensión política inusual en nuestro tranquilo país escandinavo. Sin embargo, debieron haberla protegido. Una vez más, los profesionales de la seguridad sueca han fallado.
Anna Lindh representaba por un lado lo más típico y tradicional de la socialdemocracia sueca: a los quince se manifestó contra el golpe en Chile como dirigente de la juventud socialista de su pueblo natal, tuvo una larga carrera de partido, fue ministra de Medio Ambiente entre 1994 y 1998, estaba casada con el ex ministro Bo Holmberg y era madre de dos muchachitos. Por otro lado, fue un ejemplo de presente y futuro: militante feminista, ministra de Asuntos Exteriores desde 1998, con un perfil respetado en Bruselas y Nueva York, miembro del buró político del Partido Socialdemócrata y delfín en ciernes de Göran Persson, ya se veía en ella la primera mujer jefe de Gobierno del país.
Se solía decir que nadie es grande en los ojos de su mayordomo. Anna Lindh sí supo conquistar no sólo a sus pares y a la clase política, sino también a sus colaboradores. Hay que ver lo que es el ritmo de vida de un ministro, pero esta rubita de sonrisa franca y opiniones firmes, esta abogada de alta calidad intelectual, tenía muy buena relación con sus subordinados del ministerio. Apreciábamos su disposición abierta, su modo de ser sin pretensiones, su capacidad no sólo para decidir, sino también para escuchar y aprender. Fue una profesional como pocos y siempre tuvo tiempo de mantener un contacto humano con su entorno.
De esto y mucho más hablábamos ayer los diplomáticos suecos en nuestros pasillos. La recordamos con un cariño que pocos jefes saben inspirar. Al mismo tiempo tenemos que reflexionar sobre el significado de esta nueva tragedia. Puede que no lo tenga. Se presta a múltiples interpretaciones.
No faltan los que afirman, una vez más, que esta muerte tiene que ser la obra de un loco. Esto es despreciar el sentido que pueden tener las locuras. Si Olof Palme simbolizaba un anhelo universal de escapar a la guerra fría, Anna representaba una respuesta a las convulsiones causadas por la caída del muro. El mundo ya no es el mismo y Suecia, tampoco. El referéndum sobre el euro es un plebiscito sobre nuestra propia identidad. ¿Seguimos siendo una excepción de paz y bienestar de antaño, un accidente histórico con una mezcla de suerte y mérito propio, o somos un pueblo europeo más ante la tarea común de crear la nueva Europa democrática con paz y prosperidad? Ante una alianza de conservadores, Anna Lindh expresaba el desafío del futuro.
Peter Landelius es diplomático sueco y ex embajador en España (1983-1987).
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