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Crónica:VUELTA 2003 | Novena etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

El lamento de los escaladores

Los 'nuevos españoles' aprovechan los puertos suaves: Valverde gana la etapa y Nozal sigue líder

Carlos Arribas

¡Qué razón tenía Roberto Heras, por ejemplo! "Desengañaos, desengañaos", repetía el ligero escalador bejarano a un grupo de aficionados que habían ido a alegrarle un poco la cara, mustia aún en Gijón, hace una semana. "Los puertos de esta Vuelta no me van para nada. Son tendidos, falsos llanos empalmados, y para marcar diferencias yo necesito repechos empinados, verticales". Volvía Heras a mirar el libro de ruta y se desesperaba. "Mirad los Pirineos: Cauterets, Pla de Beret, Envalira... Ahí no se queda nadie". Ahí, paradójicamente, sufren más los escaladores puros, especialistas cada vez más maltratados por los diseñadores de la Vuelta, seres pequeños e indefensos, una raza que vive de una extraordinaria capacidad que se puede medir con números: se llama relación peso potencia. Cuando el puerto se empina por encima del 8%, cuando se llama Angliru o Lagos de Covadonga, por ejemplo, la fuerza bruta no vale para nada, no encuentra terreno de expresión. Se suben a 15 por hora, velocidad a la que la resistencia de aire pesa menos que la fuerza de la gravedad y a la que el rebufo apenas ofrece ventaja a quien intenta chupar rueda. Ahí, ayer, como todos los Pirineos, el tendido Envalira azotado por el viento de cara fue el terreno de los hombres fuertes, de los que suben a más de 20 por hora, de los especialistas en sacar de punto al que apenas les resiste. Y ahí, ayer, pobrecitos, Piepoli, Unai Osa, Heras, intentaron el imposible y chocaron, frustrados, contra la infranqueable verdad física: nada tenían que hacer sino sobrevivir. Y era un puerto de categoría especial. Y siguen mirando el libro de ruta y aumenta su desolación. Allí, un oasis entre los olivos de Jaén llamado Sierra de la Pandera, es el único destino que les guiña un ojo.

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Pero si calla su lamento egoísta, por debajo de su llanto, pueden oírse exclamaciones de jolgorio. La Vuelta, con su tacañería hacia unos ha propiciado, quizás involuntariamente, la revelación de otros, lo que, en el fondo, tampoco está tan mal. Y si en el Tour los afortunados que hicieron ilusionarse al aficionado fueron los ausentes Iban Mayo y Haimar Zubeldia, aquí los novísimos se llaman Isidro Nozal, el descomunal cántabro que se esfuerza en contradecir con los hechos sus palabras cautas y sensatas, y Alejandro Valverde, un jovial murciano de 23 años, de un pueblico llamado Las Lumbreras, tan pequeño que ni google lo encuentra, que tiene novia, Ángela, desde hace seis y medio y que es un ganador nato desde juvenil.

Nozal sigue diciendo: "Conozco mis límites, no voy a ganar la Vuelta". Nozal sigue haciendo: tras su demostración de ayer en Envalira habrá que pensar, pues, que si él conoce sus límites los demás, no, y todavía no los han descubierto. Y Valverde, el ganador de la etapa en un sprint reducido en un puerto especial -lo que causó una gran alegría en medio pelotón español, que lo aprecia-, también habla: "Quiero ser el Jalabert español". Hasta ahora al jovencito de 63 kilos escasos se le había encasillado bajo el epígrafe 'tipos rápidos en grupos reducidos para etapas de media montaña o clásicas accidentadas'. Después de que la Vuelta haya pasado una contrarreloj por equipos, una contrarreloj llana y tres etapas de Pirineos habrá que trasladarle a otra categoría o incluso crear una nueva: marcha octavo en la general y no ofrece síntomas de desfallecer. Los que entienden dicen que era, desde hace tiempo, la baza oculta del Kelme, el Aitor González de 2003.

Del Olmo cae ante Mancebo, a la izquierda, y Aitor González en la subida  Envalira.
Del Olmo cae ante Mancebo, a la izquierda, y Aitor González en la subida Envalira.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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