Tal cual
El contenido responde al título: es una intención colmada. Palabras callejeras, directas, a veces furiosas. Vale: para lo que vale, para una reclamación más de libertad en todo. Si se deja uno caer en el vicio de las comparaciones, es más barata que la de La Fura dels Baus, pero más humana: sin violencia, con amor, incluso con destrozo sentimental del amor. Todo como en la vida misma, que se suele decir. Es curioso que la temporada madrileña comience con dos obras decididamente pornográficas, aunque quizá sea mejor que no se haga moda o costumbre, y que se limite a lo que el eufemismo anterior llamaba "las exigencias del guión". Está bien romper pudores y liberar cuerpos y soltar el sexo, pero para ir un poco más allá.
Estos actores lo hacen generalmente bien, y sus cuerpos son bastante interesantes; algunos de ellos completan esa apariencia diciendo muy bien su papel, que está bien escrito, comprendiendo el diccionario sexual del que se hace gala desde el primer minuto. También está bien que no se hagan graduaciones: esto es así, y basta.
Decían los teóricos antiguos que la pornografía necesitaba su misterio; desvelar y poner otros velos. La lupa del mirón de fotos, el mal papel, las fotos un poco borrosas, o la escena que aparece y desaparece rápidamente. Puede ser: cada uno tiene sus diferencias. Andrés Lima, autor y director, mete el misterio mediante la oscuridad, con un paseo tenebroso de los espectadores por las dependencias del teatro de la Abadía, o los telones traslúcidos, o las escenas bajo un plexiglás. Puede ser que acucie al espectador a hacer el recorrido, pero no es cómodo. Quizá sea una idea sobrante; para los viejos verdes que se animen a ir, es una dificultad que puede añadirse a las que ya tienen en su vida ordinaria.
Viejo verde, digamos, es el protagonista vestido: un anciano mirón, con un farol en la mano, que va espiando las escenas de las tres parejas: él nos guía y todos somos él, mirones -mejor voyeurs: es una palabra con más prestigio en la vida erótica- de las escenas varias. Masturbaciones, tríos, grupos: no ofrecen más variedad que las de la vida ordinaria; incluso el paso del amor al desamor, del cariño a la bronca en la vida conyugal. Ese mismo anciano del farol es el protagonista del final: muere de un orgasmo. Creo que no conviene que se extienda esa idea: los ancianos no mueren en los orgasmos, y las jovencitas que los encienden no terminan su amor con un cadáver en las manos. No hay que desanimarlas. El viejo amante nunca muere.
Babelia
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