Un futbolista sin trampa
Abandonado por la familia y ninguneado por el entrenador, Rivaldo se ha borrado del Milan, incapaz ya de pleitear, entregado a la evidencia, víctima de su egoísmo, un cuadro con los síntomas propios de la decadencia. La intervención de Berlusconi únicamente ha servido para acelerar su partida de Milanello de la misma manera que Lendoiro nada pudo hacer para retenerle en A Coruña y Gaspart se sintió obligado a dejarle partir de Barcelona. A diferencia de entonces, sin embargo, su decisión se interpreta ahora como un acto de rendición más que de rebeldía. En Riazor, al fin y al cabo, competía contra el recuerdo de Bebeto, así como en el Camp Nou combatía a Romario y Ronaldo. Nada que ver con el Milan, campeón de Europa sin necesidad de Rivaldo, suplente incluso en la Liga ante el Ancona.
Más que jugar, Rivaldo ha tenido siempre la necesidad de sentirse importante. En su día, entendió que valía los 4.000 millones de pesetas que Núñez pagó al Deportivo, aun cuando la operación se tramitara con nocturnidad y alevosía, y tiempo después defendió ante Gaspart que el Barça había contraído una deuda que no estaba dispuesto a condonar, y menos después de purgar una temporada como extremo izquierdo para gloria de Van Gaal. Rivaldo se cobraba los goles con pesetas y... santas pascuas. Para la memoria de la hinchada quedan, mientras tanto, la chilena que metió al Barcelona en la Champions o el hat trick de San Siro, por no hablar de tantos célebres como el que le anularon en el mismísimo Chamartín.
Jugadas que provocaron un gran estruendo mediático pese a que Rivaldo nunca tuvo carisma, sino que siempre fue considerado un cuerpo extraño, incapaz de asociarse y que sólo se representaba a sí mismo. Incluso en su país. Pese a que su intervención en el último Mundial fue decisiva, Brasil recuerda especialmente a Ronaldo por la misma regla de tres que ha encontrado en Kaká a su sustituto.
Emparedado siempre, reñido con el populismo y tan falto de ascendiente que se recuerdan más sus simulaciones que las patadas recibidas, Rivaldo se ha quedado solo, dejado de la mujer y los hijos, sin equipo ni pelota. Habrá quien crea que bien merecido se lo tiene por insolidario y autista. Otros, en cambio, preferirán recordarle como el último futbolista auténtico, sin trampa ni cartón, de los que ya no quedan. Tanto tienes, tanto vales. Un jugador que se explica por sus goles. Vuelve Rivaldo a la infancia y se reencuentra con Patapalo, aunque eso sí, habiendo sido el mejor y campeón del mundo.
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