El hijo de su madre
A MÍ LA COMUNICACIÓN madre-hijo me sale por un huevo de la cara. No es que yo sea muy dada a las estadísticas, pero, oye, una no es tonta y va atando cabos. Una se ha dado cuenta, por ejemplo, de que todos los viernes, a la hora en la que se me descuelga la mandíbula viendo la tele, que coincide siempre, por cierto, con el reportaje diario que todas las televisiones dedican a un individuo que se llama Marc Ostarcevich, que fue marido de Norma Duval y que actualmente trabaja de tocador de señoras, que diría Eduardo Mendoza; a esa hora, digo, mi hijo quiere charlar conmigo. ¡Y no es el momento, qué caramba! Porque es empezar el reportaje de rigor sobre dicho señor Ostarcevich y yo es que me aletargo, me da como pereza delegada de ver a ese señor tan mayor entrar y salir de las discotecas con esas jovencillas viciosas que sólo reclaman de él sexo puro y duro. Lo que yo le digo a mi santo: a la edad de ese señor uno debe estar saliendo y entrando de la Real Academia o similar. Y mi santo dice: "Déjalo, déjalo que se desfogue y que disfrute lo que a otros se nos ha negado".
Esto es lo último, mi santo sintiendo envidia de Ostarcevich: lo encuentro megacutre. Pero a lo que iba: he percibido que todos los viernes, según cierro el ojo con el provecto Ostarcevich, mi hijo se me pone indefectiblemente al lado en el sofá. Y yo me pregunto: Coño, ¿por qué lo hace, por qué tendrá el tío jodío que elegir siempre este momento de felicidad en que su madre, que es una trabajadora y necesita su poquito de relax en estos años hormonalmente tan difíciles, está deseando alcanzar el momento Ostarcevich, que es un momento que debería entrar en los manuales de meditación? ¿Por qué este hijo al que le sale una rasta absurda de la cabeza y que no me ha dirigido la palabra en toda la semana se empeña en que hablemos de las elecciones del 26 o del Foro Social de París, donde dice que quiere ir en noviembre (perdonen que me ría)? ¿Tal vez por cariño desinteresado? No, queridos amigos. Me ha costado años atar cabos, pero al fin se me ha hecho la luz: los viernes, el chiquillo quiere dinero y al chiquillo le da cosa entrar a saco con el tema. Qué divino.
Me he dado cuenta (también estadísticamente) que los días en que me dice que le encantó un artículo mío coinciden con que me va a pedir más dinero (aún). Lo acojonante es que este viernes me dijo que el domingo pasado se había partido el pecho con las cosas que yo contaba sobre esos Premios Nobel paralelos a descubrimientos absurdos. Se quedó supercortado cuando le dije que ese artículo no era mío y que hiciera el favor de poner un poquito más de atención en ver quién firmaba los artículos. Me jodió, la verdad, porque no es la primera vez que ocurre. Hay precedentes. Luego se me pasó porque me dijo que él creía que yo era una de las mejores articulistas del Estado. Y lo dijo sincerote, con el corazón, que eso tú a un hijo si miente se lo notas. Luego le di la paga y para un compact y para el móvil y ya no hemos vuelto a hablar. Hasta el viernes. Las madres lo damos todo.
A mí me enternecieron mucho esas dos madres vascas que casaban a sus hijos gays. Un amigo mío le dijo a Ana Botella: "Deberías aliarte con los gays, que en la actualidad son los mayores defensores de la familia; quieren casarse, tener niños...". A mí esas dos madres vascas me recordaron ese chiste judío que cuenta que dos madres judías se encuentran en una playa de São Paulo. Cuéntame, Sara, le dice una a la otra, qué ha sido de tu vida; ¿qué te cuento, lo bueno o lo malo?, le dice Sara; empieza por lo malo; bueno, pues lo malo ha sido que mi hijo el mayor me ha salido homosexual, dice Sara; oh, querida amiga, eso sí que es una catástrofe, qué vergüenza para la comunidad judía de São Paulo, pero, ahora, cuéntame lo bueno; lo bueno es que está saliendo con un chico judío.
No hay nada para un mariquita como su madre. Eso se lo oí a uno de Cádiz y estadísticamente estoy de acuerdo en el 99,9 por ciento. Yo tengo un amigo gay que no se lleva bien con su madre, y cómo será la cosa de excepcional que un policía gay que frecuenta el mismo bar de Chueca al que va mi amigo le quiere hacer lo del detector de mentiras para ver si es que al final no es gay y se lo está haciendo.
Pero lo más raro que me ha pasado esta semana, y perdonen que me ponga redundante, es que fui al Campeonato Masters de Tenis porque me invitó Bicoca a un palco, que creo que lo había pagado con lo que había sobrado de la colecta que había hecho de apoyo a Romero de Tejada (que, por cierto, es la primera vez en mi vida que oigo que de las colectas sobra dinero), y resulta que después de ver a ese máquina que es Alex Corretja, que dicen que va mal pero Bicoca y yo lo encontramos divino, fuimos al superbuffet internacional de la zona vip, y estábamos en la cola, esperando para el sushi, cuando de pronto, a quién veo delante de mí: al mismísimo Ostarcevich.
Y, oyes, me dio como un acto reflejo tipo perrito de Paulov porque me entró una modorra que mientras el japonés me estaba poniendo el California Roll se me cerraban los ojillos, te lo juro. Lo que somos las personas.
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