Cataluña
En no pocas tertulias y comentarios se percibe la expectación que las elecciones catalanas del próximo domingo han despertado en Euskadi. Mucha gente tiene la sensación de que es necesario que algo cambie en Cataluña para que puedan comenzar también a cambiar las cosas aquí.
Cataluña y Euskadi siempre se han mirado de reojo. Ni la evocación de la vieja Galeusca, ni la más cercana Declaración de Barcelona, han conseguido nunca eclipsar las importantes diferencias habidas históricamente entre los nacionalismos periféricos; diferencias que van desde su origen, hasta la manera en que los mismos han venido concibiendo el concepto de nación, pasando por la propia forma de hacer política.
Tampoco el socialismo catalán y el vasco han seguido trayectorias semejantes, sino más bien divergentes. Mientras el hecho nacional formaba parte con naturalidad de la idiosincrasia del PSC, el Partido Socialista de Euskadi ha mirado siempre con desconfianza todo lo relacionado con los aspectos identitarios del País Vasco, como si una mayor asunción de los mismos implicara necesariamente una pérdida de peso político en nuestra comunidad.
Las malas lenguas dicen algunos sectores del PNV desearían una victoria electoral de Pascual Maragall sobre sus teóricos correligionarios de CiU. Algunos sectores del PSE parecen mirar también con esperanza esta posibilidad, en la confianza de que ello contribuya a reforzar el necesario giro vasquista que propugnan. Hay algo, en cualquier caso, en lo que todos estos sectores parecen estar de acuerdo: la necesidad de que termine el aznarismo, de que pueda pasarse página cuanto antes a un periodo en el que la exaltación del nacionalismo español y la degradación de los procedimientos democráticos han maniatado la política hasta extremos insoportables. Y aunque algunos temen que el hipotético triunfo de Maragall y, más aún, su posible alianza con Esquerra Republicana y con IC, sea utilizada por el PP como arma arrojadiza contra el PSOE en las próximas elecciones generales, otros piensan que una eventual victoria de CiU llevaría a la perpetuación de sus pactos con los populares a cambio de algunas concesiones. Un escenario, este último, sin duda perverso para los mencionados sectores, tanto del PSE como del PNV.
De modo que los vascos, incapaces de arreglar nuestros asuntos en casa, miramos a Cataluña buscando un rayo de luz que pueda iluminarnos en el negro túnel en el que nos hemos metido. Si es verdad, como dice Ibarretxe, que todo su plan es negociable, desde la primera hasta la última coma, ¿porqué no ha hecho gestos que propiciaran una reflexión serena y a fondo con el PSE y el resto de los partidos sobre el futuro del país? Si Maragall puede defender sin complejos la reforma de la Constitución, ¿porqué el PSE se empeña en utilizarla como trinchera y como límite de las aspiraciones de autogobierno, negándose a discutir y a modificar en su caso la propuesta del PNV? Si algunos sectores del PNV y del PSE miran a Cataluña esperando la buena nueva, ¿porqué no tratan de buscarla aquí mismo? Es más que probable que la respuesta a esta cuestión se encuentre en el debate interno existente en ambos partidos. Batasuna en un caso, y el PP en otro, tratan sin duda de tirar de los extremos para impedir el acercamiento entre nacionalistas y socialistas. Es más que probable que, en dichos extremos, ni unos ni otros estén interesados en que gane Pasqual Maragall.
Lo dicho. Tendremos que esperar a ver qué sucede en Cataluña. Aunque algunos catalanes, como Durán i Lleida, parecen rebuscar en el más grosero y cavernario pasado de la política vasca a la hora de atizar en campaña, contradiciendo la buena fama de los catalanes como gente culta y moderna. Tal como amenazaban Arzalluz y Garaikoetxea hace más de 20 años, Durán carga contra sus adversarios por estar contra las centrales nucleares, culpándoles de que, en el futuro, haya que alumbrar el Nou Camp con velas. Ver para creer.
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