La soldado Lynch
Joven bonita y marine, la soldado Lynch cayó en poder del enemigo; sus compañeros machos (once) murieron, pero ella no. Ni siquiera disparó: quedó con algún hueso roto al volcar el todoterreno en el que iban, fue capturada, y nueve días después, recuperada. Tuvo cierta suerte, aunque no la tuvo la máquina de propaganda de Estados Unidos, que hubiera necesitado un poco de martirio, un poco de heroísmo en ella y algunas dificultades en su rescate. Al no ser así, pareció conveniente inventarlo, y la bonita, rubita, virginiana soldado Lynch fue recibida como heroína, convertida en personaje de leyenda, personaje de actos y galas. Algún productor de Hollywood encontró que sería una bonita película para elaborar con el Pentágono.
Hace unos días, la chica dijo a la AFP (France-Presse) que, en realidad, todo se ha exagerado un poco: "Me están utilizando para toda esa basura". "No creo que las cosas sucedieran así", dijo a la cadena ABC. Y ahora sale su biografía "autorizada", escrita por un periodista del Times de Nueva York, Bragg, donde se cuenta su violación. O sus violaciones: por delante y por detrás, como suele decirse en estos casos en pudoroso lenguaje vulgar: la vagina y el ano. Los dos equipos médicos que la atendieron después se alzan indignados: nunca hubo violaciones. No encontraron nada de eso en sus exámenes. Pero ¿qué dice ella? Que la verdad es que no se acuerda de nada. No desmiente, no corrobora. "Yo también soy soldado", dice el título del libro, y esta soldado (no creo que haya ya que decir soldada: significa otra cosa; peor aún soldadera) estuvo unas horas atontada después de la caída del automóvil. No sé bien si esas cosas se pueden olvidar: en materia de sodomía soy virgen (aún) y no tengo claro lo que se nota.
El tema no es esta curiosa historia, sino el arte de la propaganda. La forma en que algo que no fue pero pudo ser, y forma parte de un conjunto de guerra, patriotismo, feminismo, ferocidad enemiga, arrojo de los buenos soldados, debe aceptarse como un verdadero hecho de guerra y descrito al mundo y consagrada la heroína. Así, decíamos los españoles desde hace siglos, se escribe la historia. Claro que lo sabemos todos. Quizá la escribamos, también, todos.
Algunos preferimos escribir la historia de los ¿seiscientos? prisioneros ¿afganos? ¿iraquíes? ¿internacionales? de Guantánamo, ¿maltratados? ¿heridos? ¿privados de derechos? ¿terroristas? ¿aterrorizados? Por lo menos ponemos interrogantes.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.