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Tribuna:OPINIÓN | Apuntes
Tribuna
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La misión de la universidad, de nuevo

El 28 de enero de 1930 se producía la dimisión del general Primo de Rivera, afrontando el monarca Alfonso XIII la responsabilidad de los años de dictadura; unos meses antes, a principios de marzo de 1929, cuando era manifiesto el declive de su régimen, el dictador había intervenido en el gobierno de la Universidad para atajar los incidentes estudiantiles ocurridos, por lo que dimitieron varios profesores.

Otro general, Dámaso Berenguer, que mantuvo una oposición moderada a la dictadura, fue encargado de sustituir a Miguel Primo de Rivera con el propósito de restablecer el sistema constitucional en España. Entre sus medidas, estuvo el reconocimiento legal de la Federación Universitaria Escolar y la devolución de sus cátedras a los profesores dimitidos, entre ellos Ortega y Gasset. Precisamente, éste acabaría denunciando El error Berenguer en las páginas del diario El Sol el 15 de noviembre de 1930. Un periódico en cuyas páginas, poco antes, José Ortega y Gasset venía publicando la serie Misión de la Universidad, según las notas de su conferencia sobre reforma universitaria que dictara en el Paraninfo de la Universidad de Madrid, y que las malas condiciones acústicas le impidieron desarrollar en su totalidad.

Casi cincuenta años después de que fuera pronunciada aquella conferencia en momentos de crisis política que acabaron con la instauración de una República democrática en España, sucedían los balbuceos de una nueva democracia; un marco de convivencia que proclamó la Constitución española de 1978. La oposición de estudiantes universitarios y destacados profesores desde los años sesenta contra la dictadura de otro espadón, el general Franco, había contribuido a la recuperación de las libertades públicas.

Con la sanción de la Constitución, la educación de ciudadanos quedó garantizada entre los derechos y deberes fundamentales: el derecho de todos a la educación, que tiene por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales, consagrándose la libertad de enseñanza y la autonomía de las universidades. Hace ahora veinticinco años de aquella proclamación constitucional.

Pero la efectiva constitucionalización de la enseñanza no ocurrió hasta un tiempo más tarde, con la normalización de la alternancia política después del triunfo del PSOE en las elecciones legislativas de octubre de 1982. Exactamente, ello ocurrió en primer lugar con la aprobación de la Ley de Reforma Universitaria en septiembre de 1983, derogándose la anterior Ley de Ordenación Universitaria, que el "nuevo Estado" franquista sancionara en 1943.

Después de veinte años, sin embargo, continúa planteándose la reforma universitaria, como procedió a hacer un nuevo gobierno conservador del PP mediante la promulgación de la Ley Orgánica de Universidades el 24 de diciembre de 2001. Una disposición que, en su Título XIII, contempla una nueva reforma al anunciar la adopción de medidas para la integración en el espacio europeo de enseñanza superior, según los términos de la declaración firmada por veintinueve ministros de Educación europeos en Bolonia el 19 de junio de 1999.

Esta declaración conjunta, que como acuerdo de principios no es de obligado cumplimiento para los distintos gobiernos de la Unión Europea, pretende no sólo que la enseñanza superior en Europa sea más comprensible y comparable entre los países europeos, sino asimismo que sea más competitiva para ejercer un mayor grado de atracción mundial, lo que de hecho supone adaptarla al sistema universitario norteamericano; unos objetivos que los firmantes de la declaración de la reunión de Bolonia se comprometían a poner en práctica dentro de esta década.

El desarrollo de las universidades a lo largo de la democracia en España ha estado afectado así por diversos problemas generales, como por ejemplo: la vorágine de reformas en distintos contextos, la consiguiente prioridad de su reforma política en cada uno de tales momentos y, sobre todo, la primacía de un determinado modelo de Universidad en relación con los sistemas universitarios de otros países, primando sobre la que debe ser su misión en la sociedad particular de que es parte.

Quizá haya que recordar, como cuestión fundamental al respecto, las afirmaciones que José Ortega y Gasset hiciera en la mencionada conferencia sobre reforma universitaria acerca de que ésta no puede reducirse a la corrección de abusos, sino que es siempre creación de usos nuevos acertando con todo rigor al determinar su misión: "Todo cambio, adobo, retoque de esta nuestra casa que no parta de haber revisado previamente con enérgica claridad, con decisión y veracidad, el problema de su misión, serán penas de amor perdidas". En su opinión, los intentos que se habían sucedido de mejora habían hecho lo más cómodo y lo más estéril: mirar de reojo lo que se hacía en las Universidades de pueblos ejemplares.

Para Ortega y Gasset, no importaba que se lleguen a las mismas conclusiones y formas que otros países; lo importante es que se llegue a ellas por propio pie, tras personal combate con la cuestión sustantiva misma; su conclusión era rotunda: "Búsquese en el extranjero información, pero no modelo". Quizá haya que volver a preguntarse sobre ¿cuál es la misión de la Universidad?

Francisco Sevillano Calero esprofesor titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Alicante.

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