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Reportaje:

La Mina, derruir y construir

El proyecto de reforma prevé derribar 480 pisos y levantar otros 1.097 para facilitar la renovación del barrio

"En La Mina no sobra nadie, falta gente. Faltan funcionarios, abogados e incluso pijos". Estas palabras del arquitecto Sebastià Jornet, coautor del proyecto de reforma del barrio, trataban de explicar ayer que si uno de los problemas de La Mina desde su construcción en 1975 fue la falta de diversidad social y la acumulación de problemas en un espacio pequeño, tal vez la solución sea facilitar la llegada de familias normalizadas.

Con esta intención se pretende levantar 1.097 nuevos pisos, cifra considerable si se tiene en cuenta que el parque de viviendas de este barrio de Sant Adrià de Besòs es de 2.700 y en ellas viven 11.000 personas. En el nuevo núcleo residencial serán realojadas las 348 familias afectadas por la reforma y los pisos restantes albergarán a nuevos vecinos que deseen vivir en un lugar con agradables vistas al mar y en una ubicación de centralidad por su cercanía al Fòrum 2004 y a la futura estación del AVE.

Reciclar la ciudad es el título del seminario celebrado ayer y organizado por las escuelas superiores de arquitectura del Vallès y de Barcelona, y por el Colegio de Arquitectos, en el que se analizaron los modelos de intervención en dos enclaves en crisis: el de La Mina y la región italiana de Emilia Romagna. Los miembros del despacho de arquitectos Jornet-Llop-Pastor, autores de la reforma de La Mina, explicaron que, frente a las propuestas que apostaban por derribar el barrio entero y las que optaban por no tocar nada, ellos han decidido una vía intermedia: derruir sólo uno de los dos grandes bloques, el edificio Venus, en el que residen 480 familias, el equivalente a la población de Gandesa (2.700 habitantes). Este inmueble es el que tradicionalmente concentra mayores niveles de conflictividad social.

Jornet desgranó ayer los ejes del proyecto, que se extenderá en torno a una rambla central de 40 metros de anchura que unirá, "a modo de cremallera", el parque del Besòs con el mar. Por esta vía discurrirá el tranvía y en sus márgenes se ubicarán los principales equipamientos (escuela, instituto, centro cultural, biblioteca, comercios, oficinas e incluso un hotel).

Desde la perspectiva actual, cuesta imaginar qué clientela estará dispuesta a hospedarse en el hotel de un enclave hasta ahora considerado poco seguro. Tampoco se vislumbran a corto plazo compradores de los futuros pisos, por muy buenas vistas que tengan, si no se cambia la imagen y la situación del barrio. Pero los urbanistas basan sus buenos augurios en que pocos imaginaban antes de la renovación del Raval hasta qué punto habría demanda para trasladarse a vivir en esa zona, por la que muchos evitaban pasar. Pero el problema de La Mina es que aparece como el paradigma de barrio marginal.

La antropóloga y socióloga Concha Doncel, autora de un estudio sobre la zona, alerto de que la Administración debe saber que "las actuaciones urbanísticas no tendrán éxito sin un plan de intervención social". La clave para acertar en un lugar que a los 10 años de ser construido ya presentaba niveles preocupantes de degradación estriba en que "se dé una estrecha colaboración entre técnicos de la piedra y de las personas", insistió Doncel.

El plan urbanístico de La Mina cierra un periodo de indefinición en el que sólo se pensaba en esta zona para ubicar las infraestructuras molestas (incineradora, depuradora, central térmica). Como Jornet dijo ayer, La Mina no se ha movido; los que sí lo han hecho son sus vecinos (Poblenou-Fòrum, estación de la Sagrera y río Besòs), lo que la sitúa en un espacio central, revalorizado y bien comunicado. En disposición, por tanto, de acabar con su aislamiento y su carácter periférico y marginal.

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