Zarzuela

Poco tiene que ver, a primera vista, la zarzuela del siglo XVIII con la de épocas posteriores. Excepción hecha de la mayor cantidad de partes habladas y, en general, de un menor número de actos (aspectos ambos que no pueden percibirse en un recital como el del lunes), la proximidad con la ópera de su tiempo resulta muy grande. Predominan los personajes mitológicos o cortesanos, hay escasas resonancias de la música popular (sólo pudieron percibirse, totalmente estilizadas, en la Seguidilla de Violante, cuyo idiomatismo, por cierto, no resultaba mayor que el de muchas obras de Domenico Scarlatti), aparece una profunda influencia de los modelos italianos, y, junto a ellos, una rápida incorporación de las tendencias estilísticas que recorrieron Europa en esa centuria. Las piezas escogidas para el recital, sin embargo, tampoco parecían plantearse como un compendio del género: evidentemente, la decantación hacia el posterior costumbrismo de la zarzuela encuentra ya sus raíces en el siglo de las luces, pero no resultaron demasiado evidentes en la sesión que comentamos.

A esa mirada sobre la zarzuela tan dieciochesca -en el aspecto más globalizador del término-, a esa intencionalidad panorámica en cuanto a la forma de abordar la música, contribuyeron, indudablemente, el enfoque de María Bayo y la formación que la acompañaba. El estilo concitato del Barroco, la suave intrascendencia del rococó, el profundo perfume (lejano, pero latente) de las grandes obras del clasicismo, tuvieron su reflejo en intérpretes que las conocen de cerca y que han frecuentado el gran repertorio. Si en la cavatina de Boccherini, por poner un ejemplo, María Bayo trajo a escena las arias de cantata con instrumento obligato (las flautas ejercían aquí un delicado papel de partenaire) sin privarla, al mismo tiempo, de un carácter superficialmente galante, es porque la soprano sabe reflejar las distintas corrientes que atravesaron una época pródiga en acentos contradictorios. Lo mismo cabe decir, aunque con un punto menos en cuanto al feeling, de Christophe Rousset y sus Talens Lyriques.

La voz de María Bayo se mantiene fresca y joven. Las agilidades, impecables casi siempre, la capacidad de expresión, elegante e intensa (dos parámetros no siempre fáciles de conjugar), y el esmalte de la voz bien atractivo. Contribuyeron al éxito los dos bises de Rodríguez de Hita y José de Nebra. Faltó, eso sí, una dicción más clara que permitiera entender mejor lo que cantaba, con mayor motivo al hacerlo en castellano. Abundando en lo mismo, la falta de inclusión de los textos en el programa de mano no contribuyó a la mejor comprensión de la antigua zarzuela: jamás se valora justamente una obra vocal ni a quien la interpreta cuando no sabemos lo que se está diciendo.