Referente cultural y sentimiento nacionalista
En el origen de una buena parte de las naciones existentes cabe descubrir un pueblo poseído por un sentimiento de identidad que le conduce a una lucha de liberación contra otro u otros pueblos y, finalmente, a la independencia. También se da, por lo general, una previa situación de sometimiento político y de un mayor o menor expolio económico, además de un referente cultural común de los miembros del pueblo sojuzgado al que son ajenos los representantes del pueblo opresor. De esos tres rasgos, contra lo que pueda parecer a primera vista y aunque casi siempre se invoquen agravios políticos, económicos o religiosos, suele ser el tercero, ese referente cultural no compartido, el más decisivo. Así lo fue, frente a Francia, en la Guerra de la Independencia, como años antes lo fue frente a Inglaterra, la independencia de Estados Unidos o, años después, frente a España, la independencia de los diversos países hispanoamericanos. Ni las actitudes de la Francia napoleónica, ni las de los representantes de la corona británica -más allá del impuesto sobre el té- o de la española respecto a la burguesía criolla, eran asumibles. La repetición de los enfrentamientos no hace sino fortalecer el referente cultural, como en el caso de los reinos cristianos a lo largo de la Reconquista, o de los enfrentamientos entre Francia e Inglaterra en el curso de la Guerra de los Cien Años o, en los últimos siglos, por los sucesivos choques armados entre Francia y Alemania.
Los tres rasgos mencionados relativos a la formación de las naciones se dan asimismo en el seno de los actuales movimientos nacionalistas de pueblos y naciones sin Estado, y también aquí es el referente cultural el que -al menos en Europa- conserva una mayor vigencia. El sometimiento político, en especial cuando media la violencia, suele suponer en realidad una petición de principio, ya que responde a la negativa del poder central a conceder la independencia de un pueblo que tan sólo reclama una parte de los ciudadanos (Ulster, Córcega, País Vasco). Mientras que las razones económicas, o tendrían poca importancia de ser otra su causa o, puestos a establecer comparaciones, revelan con frecuencia una situación favorable al pueblo cuya secesión se reclama: el País Vasco es más rico que Castilla; Flandes, más que Valonia. El referente cultural, en cambio, más allá de pretextos políticos o económicos, puede llegar a ser una pulsión tan fuerte que sitúe los sentimientos nacionalistas por encima del valor que pueda tener la vida humana, si bien, por suerte, siempre suelen ser más quienes piensan que la vida, nuestro paso por la tierra, es algo más que sentirse en completa harmonía con ese referente cultural. Pero, ¿cuál es la naturaleza de tal sentimiento? Algo, diría yo, que hay que considerar en sentido amplio, relativo no tanto a los principales hitos de la cultura en cuestión cuanto a sus datos más cotidianos, hábitos, maneras, expresiones coloquiales, alusiones implícitas que impregnan la relación de cada uno con los demás y hasta el sentido del humor al uso, rasgos cuya suma define al referente cultural como un asunto de comunicación. Para quien, como yo, se sienta perfectamente cómodo en un país donde no sólo no le entienden, sino que tampoco entiende a quienes le rodean, la cuestión tiene muy poca relevancia. Pero para otros -sin que suponga una virtud o un defecto- puede tener mucha y, en el caso de nuestro país, a ello se alude cuando alguien -generalmente un catalán o un vasco- dice que no se siente cómodo en España.
El valor del referente cultural suele mantenerse mucho más vivo en el campo que en la ciudad, donde el mero entramado de la vida cotidiana tiende a diluirlo. El hecho de que la supresión de fronteras entre las naciones en el seno de la Unión Europea no haya contribuido a que disminuya paralelamente el impulso de los nacionalismos interiores de cada país hay que atribuirlo, precisamente, a un efecto indirecto del movimiento unificador, toda vez que se tiende a propagar a la totalidad del espacio europeo el conocimiento de una singularidad hasta entonces circunscrita al ámbito nacional. En el fondo, el impulso nacionalista aspira, tanto o más que la independencia, a ser conocido y reconocido por todos y, en último término, a ser apreciado y admirado por todos, a enamorar al mundo entero.
El idioma puede tener un papel importante en ese referente cultural (corsos, flamencos) y puede no tener ninguno (Ulster, Padania). En algunos países el plurilingüismo se resuelve adoptando el inglés a modo de idioma oficioso, como es el caso de Holanda y de determinados países escandinavos. En Dinamarca, la enseñanza universitaria se desarrolla fundamentalmente en inglés, y el inglés, en Suecia, es el idioma de relación social y el utilizado en empresas de más de ciento cincuenta trabajadores. El uso del inglés puede resultar satisfactorio cuando así se evita tener que hablar el idioma del vecino, pero resulta difícil de creer que a la larga no termine por desvirtuar ese referente cultural que con tanto ahínco se defiende.
El plurilingüismo y la diversidad cultural son rasgos distintivos de la identidad europea. ¿Suponen además una ventaja como a veces se pretende? Seguramente, no. Pero esto es lo que hay. La diversidad china se ve compensada por un idioma de laboratorio común, el chino mandarín, pero, sobre todo, por un modelo nacional aceptado por todos. Más parecido al caso de la Unión Europea es el hermoso mosaico que ofrece la Unión India, sólo que, al igual que en China, tampoco allí se dan enfrentamientos entre los Estados y regiones que la forman. Además, la existencia del hindi evita los codazos lingüísticos entre las diversas comunidades. Mientras que en Europa, el papel del hindi parece reservado a un inglés convertido, en la práctica, en poco más que un lamentable código de señales.
Luis Goytisolo es escritor.
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