Prodigioso festín de danza

Creada para una sorprendente, inesperada bailarina, la actriz Neve Campbell (no sólo protagoniza el filme, sino que baila, es coautora del guión y hasta coproductora), The company es un cine exótico y extraño. Algo que está al tiempo más aquí y más allá de las convenciones de este filón peculiar que es el ballet cinematográfico; que no es documento de nada, aunque no deje al tiempo de serlo; que testimonia el profundo respeto por una forma de arte minoritaria pero apasionante; y que no desdeña, antes al contrario, apoyarse en personajes (en este caso, de ficción) para dar mejor cuenta de lo que pretende.

The company habla de una bailarina y de su vida -de día, en los ensayos; de noche, sirviendo copas en un bar-, de los trabajos, los esfuerzos, las reiteraciones, las infinitas y al tiempo mínimas variaciones que un movimiento del cuerpo tiene que adquirir para alcanzar la soltura que el coreógrafo imaginó a priori; de lo que cuesta, en suma, montar un espectáculo en vivo. Va de masajes y tiritas, de sudor y tensión, de músculos y estiramientos, de duchas y bulliciosas felicitaciones; de camaradería, de lesiones y de celos.

La maestría de Robert Altman, cercano ya a los 80 años, consiste en rodar una historia mínima (Campbell y sus circunstancias) sin centrarse jamás en ella; de mostrar el trabajo de un competente bailarín trabajando con una compañía (en este caso, el Joffrey Ballet de Chicago), pero al mismo tiempo, dando al espectador la ocasión de darse un impresionante festín de danza, un goce para cualquier amante de la belleza a secas.

The company no se parece a ninguna otra película sobre ballet, pero al tiempo parece contenerlas a todas. Que no abunda en lo mezquino, sino en lo positivo; y que a la postre se muestra como un ejercicio de brillante simplicidad, de suprema elegancia a la hora de captar lo que interesa, la danza y los bailarines..., algo sólo al alcance de un director fiel a su impresionante y prodigioso sentido de la imagen.