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Reportaje:

El hechizo de Cortázar sigue vivo

García Márquez, Fuentes y Saramago rinden homenaje al escritor en el 20º aniversario de su muerte

Juan Jesús Aznárez

Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes tenían 36 años menos durante aquel viaje ferroviario de París a Praga en que el argentino Julio Cortázar los embelesó con una cátedra sobre la incorporación del piano en la orquesta de jazz, el misterio de los trenes en las novelas de Agatha Christie o la apoteosis sinfónica de Charlie Parker y Louis Armstrong. El talento revolucionario del gaucho de la leyenda, que lo sabía todo y había nacido para no aceptar las cosas tal como le eran dadas, deleitó hasta el alba la travesía del convoy latinoamericano hacia el rostro humano del socialismo. Lo recordaban ayer en Guadalajara aquellos dos pasajeros que le escucharon en el año 1968 con la boca abierta.

Muchos años después de aquella expedición, mientras el autor de Rayuela (1963) descansaba en el cementerio de París, el mexicano habría de recordarle como la versión risueña de Dorian Gray o el Erasmo de otro renacimiento. "Cortázar vivió un conflicto al que pocos escaparon en nuestro tiempo: el conflicto entre el afuera y el adentro de todas las realidades, incluyendo la política", dijo Fuentes. Y mucho antes de aquella operación de rescate de la primavera de Praga, Gabo ya había leído Bestiario (1951), el primer libro de cuentos de Cortázar, en un hotel de Lance de Barranquilla. Terminó la última página con el suspiro de la primera: cuando fuera mayor, quería escribir como el argentino.

Los dos ilustres latinoamericanos fueron amigos y admiradores del pensador, cuya memoria honraron ayer en la Cátedra Julio Cortázar de la Universidad de Guadalajara, instituida para constatar que la muerte del genio fue sólo invención de quienes no creen en los Cronopios. "Carlos, no creas lo que dicen los periódicos", le dijo a Fuentes García Márquez cuando aquél, terriblemente apesadumbrado, le comunicó la muerte del amigo. El argentino Tomás Eloy Martínez, el nicaragüense Sergio Ramírez, el portugués José Saramago; Saúl Yurkievich, albacea de su obra literaria; su viuda, Aurora Bernárdez; el ex presidente colombiano Belisario Betancur, y 30 editores, estudiosos, traductores y leales acompañaron, en el Paraninfo Enrique León, el vigésimo aniversario de la desaparición de un autor intenso, arrebatado, aventurero y, paradójicamente, contrario a los fastos.

También lo veneraron en España, Argentina, Bélgica, México, Chile, Polonia y Brasil. García Márquez y Fuentes hubieran necesitado de varias jornadas para rememorar sus vivencias con aquel grandullón refinado y erudito, nacido en Bruselas de padres argentinos el 26 de agosto de 1914, cuyas manos grandes y expresivas tanto asombraron al Nobel colombiano. Lo recordó ayer en la tarima de un parque sandinista, en Managua, hipnotizando con un cuento sobre las desventuras del boxeador Mantequilla Nápoles: "La muchedumbre sentada en la hierba parecía levitar en estado de gracia por el hechizo de una voz que no parecía de este mundo". El mundo de Cortázar maravilló en el coloquio.

El colombiano supo que Cortázar, "el ser humano más impresionante que he tenido la oportunidad de conocer", fecundaba la narrativa tradicional en el café Old Navy, del bulevar parisiense Saint Germain, y montó guardia durante semanas para encontrarle. Pero antes, durante más de una hora, en el año 1956, lo observó escribiendo sin pausas, hasta el anochecer. No se atrevió a interrumpirlo. Después habían de establecer una amistad duradera y cómplice. "Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba, además, otro menos frecuente: la devoción", dijo García Márquez.

También lo quiso Carlos Fuentes, que editaba, en 1955, la Revista Mexicana de Literatura. Le enviaron el manuscrito de una novela de Cortázar que, finalmente, éste retiró porque no creyó en ella. "¿Cuántas páginas magistrales quemó, desfiguró, mandó a un cesto o a un archivo ciego?", se preguntó siempre el autor de La región más transparente (1958), su primera novela, que Cortázar elogió en una inolvidable carta al mexicano. El cruce epistolar continuó y Fuentes depositó ese intercambio de reflexiones en la Biblioteca de la Universidad de Princeton (EE UU), con instrucciones de no se publiquen hasta 50 años después de su muerte.

Fuentes habría de conocer a Cortázar personalmente en el año 1960. Preguntó por él a un hombre lampiño y de juvenil aspecto que le atendió en una casa de Buenos Aires. "Pibe, quiero ver a tu papá". "Soy yo", le contestó, grave, Cortázar. Le acompañaba su esposa, Aurora Bernárdez. "No he conocido ojos más largos que los de Cortázar. Un gato sagrado. Con razón, pensé, está viendo lo que nosotros no vemos", dijo ayer. El latinoamericano en Europa que sabía más de Europa que los europeos tenía esos ojos largos para mirar la realidad paralela y latente, y la contigüidad, y "la inminencia de formas que esperan ser convocadas por una palabra, un trazo de pincel, una melodía tarareada, un sueño".

Políticamente, Fuentes, García Márquez y el Cronopio Mayor coincidieron en mucho, según propia confesión, pero no en todo, y sus visiones sobre las revoluciones latinoamericanas o la Europa bajo el imperio soviético no eran idénticas. Pero las diferencias fueron siempre respetuosas y no mellaron una fraternidad sin mezquindades, festiva y calavera a veces. Algunas anécdotas son reveladoras y no hubo tiempo para desarrollarlas en Guadalajara. Invitados por Milán Kundera a un concierto en Praga, Gabo y Cortázar fueron arteros al pedir a Carlos Fuentes que les representara en un parlamento sobre América Latina ante obreros metalúrgicos y estudiantes trotskistas. "Che, Carlos, a ti no te cuesta hablar en público; hacelo por Latinoamérica...", le animó el hombre del tango malevo.

La delegación de funciones acabaría compensando a Fuentes, porque fue testigo del inesperado hilo musical que durante horas amenizaba los tajos fabriles checos: un disco de Lola Beltrán cantando Cucurrucucú, paloma. El trío tuvo un perfil retozón en algunas sobremesas parisienses, según consta en una grabación, todavía no difundida. En ella, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes atacan varias rancheras y Cortázar se arranca con el tango.

José Saramago abordó en Guadalajara uno de los cuentos de Cortázar, No se culpe a nadie, que el Nobel portugués encontró perturbador y relaciona con Franz Kafka. Saramago piensa que el jersey de aquel hombre del que nadie se ocupa en el cuento es el caparazón del coleóptero en que se transformó Gregorio Sansa en La metamorfosis. "Y si no es cierto, y si no tiene nada que ver una cosa con la otra, me da gusto reflexionar sobre una y otra porque en el fondo ése es el objetivo de la literatura".

Tomás Eloy Martínez leyó Rayuela cuando era ya objeto de culto, cuando su compatriota de corazón había instalado "el sabor de la libertad y la utopía en una América Latina sumida en la opresión y la oscuridad", cuando avizoró antes que nadie los cambios de vientos en la literatura y la política, y cuando escribió con una audacia que ni siquiera pudo superar la audaz argentina Macedonia Fernández. "Los lectores pasan y Cortázar sigue escribiendo mejor cada día, así como Gardel canta cada día mejor. Pronto va a cumplir 90 años, como lo ha recordado José Saramago, pero todavía es un adolescente que, como los dioses, está destinado a no morir", dijo.

La obra fundacional del augusto homenajeado no muere, porque se mueve de una generación a otra y porque es cantera inagotable de percepciones e imaginarios, según reiteraron los ponentes del foro de Guadalajara, invitados a un concierto de jazz, con piezas recogidas en Rayuela: Body and soul, de Coleman Hawkins, o Good bait, de Dizzy Gillespie. El prócer difunto escribía casi improvisando, como si tocara jazz, y aquella soltura fascinó a los escritores jóvenes, que empezaron a escribir cuentos con mucho jazz y marihuana, soltando comas por aquí y por allá, según observó el fallecido Augusto Monterroso. No advirtieron que "detrás de la soltura y la aparente facilidad de la escritura de Cortázar había años de búsqueda y ejercicio literario, hasta llegar al hallazgo de esas apostasías julianas".

Julio Cortázar, Hortensia Allende y Gabriel García Márquez, en París en 1981.
Julio Cortázar, Hortensia Allende y Gabriel García Márquez, en París en 1981.REUTERS (ARCHIVO DE AURORA BERNÁRDEZ)

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