Jean Rouch, etnólogo y cineasta
Jean Rouch falleció ayer, en Níger, al estrellarse el coche en el que viajaba. Rouch tenía 86 años y la carretera perdida que recorría cuando topó con un camión, en la región de Tahoua, es un buen equivalente de su carrera dentro del mundo del cine.
Nacido en París en 1917, hijo de un oceanógrafo célebre, ingeniero y licenciado en Letras, es enviado precisamente a Níger en 1941. Allí se transforma en etnólogo, trabajando para el Musée de l'Homme, pero también en cineasta. Su primera película -un viaje en piragua por el país africano- es un documental de corte clásico, pero las siguientes muestran ya una inventiva y un punto de vista insólito que desarrollará a través de 120 títulos.
Desde su nacimiento el cine tuvo que elegir entre Meliés y Lumière, entre viajar a la Luna o mostrar a unos obreros que salen de una fábrica. El grueso de la industria y del público ha privilegiado los caminos de la ficción, Rouch optó por recorrer los del conocimiento. Lo hizo con la cámara en la mano, evitando al máximo los efectos de montaje, de puesta en escena -él decía que se limitaba a "estar presente en la escena"- y centrándose sobre todo en el universo africano.
En Initiation à la danse des poseedse (1949), Maitres fous (1954), La pirámide humaine (1957), Moi, un noir (1958), La chasse au lion à l'arc (1965), Petit à petit (1970) o Cocorico, monsieur poulet (1974) filma las costumbres de distintas tribus africanas, la difícil relación de éstas con el mundo blanco, los caminos equivocados seguidos por naciones recién independizadas o el peso de la tradición, pero lo hace siempre con mucho humor, sin el menor asomo de paternalismo o de eurocentrismo, con una profunda empatía respecto a los personajes y el mundo que capta su objetivo: "Puede que mi mirada sea falsa, pero mi ojo no es el de una cámara impasible".
Auténtico especialista en la civilización dogon, el trabajo cinematográfico de Rouch, a medio camino de la etnología y la sociología, tiene un extraordinario valor como documento. En su día su profesor, Marcel Griaule, llegó a pedirle que destruyera el negativo de alguna de sus cintas porque presentaban a africanos participando en un rito de posesión: "Para un blanco, esas imágenes son incomprensibles y remiten a un salvajismo primitivo". Rouch se negó: "Los europeos menospreciamos lo que desconocemos. Por vergüenza científica, por vergüenza ideológica, tendemos a castrar el conocimiento, reservándolo a una casta de especialistas".
Premiado en varios festivales -Biarritz y Venecia, entre otros-, el cine de Rouch no ha podido escapar al equívoco y sus imágenes africanas han sido galardonadas y elogiadas "por sus valores surreales" en vez de serlo por su humanidad y valor informativo.
Admirado por los cineastas de la nouvelle vague porque vieron un modelo a seguir en su estilo fresco y liberado del peso académico de la industria, Jean Rouch codirigió también, en colaboración con el sociólogo Edgar Morin, una filme-encuesta sobre "los blancos" -Chronique d'un été (1960)- e intentó fusionar con éxito discutible su fórmula de "cine-directo" y las exigencias de la ficción convencional. En cualquier caso, con Rouch muere una manera personal de concebir y utilizar el cine, se borra uno de sus múltiples caminos posibles y olvidados por falta de frecuentación.-
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