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Crítica:EL PAÍS | Aventuras
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cuatro cuentos de Edgar Allan Poe

EL PAÍS presenta mañana, lunes, a 1 euro, 'El escarabajo de oro y otros cuentos', del autor estadounidense

Un poeta de nuestra lengua, Pablo Neruda, a quien, de entrada, nadie relacionaría con el gran escritor americano Edgar Allan Poe (1808-1859), aludió así a éste, al hacer el recuento de sus poetas favoritos: "Poe, en su matemática tiniebla". No es posible ser más exacto, a la vez que más sintético en instantánea tal. Y veremos enseguida por qué.

Antes, preciso será decir, que Poe compone y representa la figura de uno de los escritores más feraces, seminales, e imprescindibles respecto a cuantos tras él vinieron. Una auténtica fuente literaria de innumerables y muy caudalosos caños. Un escritor para escritores, sin dejar de ser, hoy como en su tiempo, favorito del gran público. Como poeta, aunque el verso no sea lo mejor suyo y, sobre todo, como teórico de la poesía, adelanta y es el fundador del simbolismo europeo. Pues, mientras en el Viejo Continente, tras Victor Hugo, se abría el culto a lo decadente, cuyos modelos y climas, se buscaban en la baja latinidad y en la disolución suntuosa del Imperio de Roma, para Poe -efecto de distancia- la decadencia era, sin más, la propia Europa. Su mundo cautiva, primeramente, a Baudelarie, que tradujo sus cuentos y lo consideraba su gemelo "maldito", pero sobre todo hace arrodillarse a Mallarmé y a Valéry, a causa de la novedad teórica y la casi irrespirable exigencia y control que, según sus propuestas, debía presidir toda poesía válida. Julien Gracq, con su finura habitual, escribió que los líricos franceses, simplemente, habían tenido la inmensa fortuna de "heredar de su tío de América".

"Con el relato de detectives, no hay la menor duda: es su inventor"
"Poe es un escritor para escritores sin dejar de ser favorito del gran público"

No fue Poe el inventor de la narración fantástica y de terror, es decir, del "gótico", pero le dio el punto y formato adecuados: toda la short story, de su caudalosa posteridad, lleva el cuño de nuestro autor. También fue pionero de un género o subgénero más tardío, el relato de ciencia-ficción. Al trasluz de un cuento suyo La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall, anticipamos a Julio Verne y al resto.

Con el relato de detectives, no hay la menor duda: es su inventor, el que define su estructura, reglas, prohibiciones, motivos y personajes, aunque (nadie aparece ex nihilo y "cuanto no es tradición es plagio") se ha señalado algún muy oblicuo préstamo o estribo, hallado en el Dickens temprano o en la crónica policial napoleónica.

La "matemática tiniebla", ahora es el momento de aclararlo, resume y cifra en Poe, por un lado, los elementos de pura invención, en un universo oscuro, alucinatorio, perverso y sombrío, que a él sólo perteneció, pero, asimismo, la precisión y manía por la exactitud, en su vertiente no sólo analítica, sino estrictamente matemática. Este segundo gusto, acaso representa, en su traducción pragmática desde la ciencia pura, lo más americano que tuvo Poe, el cual jamás apreció a su país ni tuvo allí (ni tiene aún hoy) sus mejores lectores y exégetas, si excluimos, claro es, a un Lovecraft o un Bradbury.

Centrándonos en lo policíaco estricto, a cuyo registro pertenecen los cuatro cuentos aquí reunidos, no parece vano conjeturar que, acaso en los triunfos imaginarios y vicarios, que Poe vive a través de su detective, el caballero Dupin, pensó amortizar, de forma compensatoria, el fracaso total de su triste peripecia vital. En Los crímenes de la calle Morgue y su continuación, El misterio de Marie Roget, pasmado, el lector no echará de menos ninguno de los ingredientes del género: ni los falsos sospechosos, ni el problema de la habitación cerrada, ni la astucia que concede la voz narrativa a un tercero, amigo del detective y algo bobalicón, lo cual engrandece aún más al protagonista y a su genio. Ni siquiera faltan excursos, donde la acción se aparca y se reflexiona sobre el cuento policíaco con pertinencia y sin cansar.

De las cuatro narraciones, mi preferida es La carta robada, por ser la más limpiamente virtuosa, la mejor construida, la más inventiva y equilibrada. Aquí, la posteridad también bebió, pero no dentro del arte literario, sino en lo que concierne a la psiquiatría y al psicoanálisis. Uno de sus popes, Jacques Lacan, construyó hipótesis apoyado en su mecanismo.

El escarabajo de oro, a su registro deductivo y cifrado, suma el ambiente del fascinante mundo de la piratería en mares y tierras tropicales, que luego poblaría la invención de Stevenson, London, Hughes y tantos clásicos de ese mundo impar.

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