La casa común
La casa de tu vida (Tele 5) supera en espectáculo a los sorteos que algunos ayuntamientos organizan para conceder viviendas de protección oficial. De las siete parejas concursantes destacaron cuatro. Una es gay, y oficializa una realidad que dará juego mediático. Otra parece la versión española de los Osbourne, aunque menos castigados. Vanessa y Verónica son dos amigas amantes de los perros que aparecieron vestidas para matar, aunque hicieron una declaración decepcionante: "No venimos a quitarle el marido a nadie". Y la cuarta es una pareja tan normal y sensata que a los tres días decidió marcharse por su propio pie.
El concurso consiste en terminar una casa de la sierra madrileña que, por ahora, sólo tiene estructura (una pregunta: ¿en la sierra madrileña hay algo aparte de casas?). El reto será convertirla en un lugar habitable antes del verano. La lucha por la propiedad parece ser el único punto en común de tantas parejas incompatibles. La casa común ya no es, como anunciaba Nicolás Sartorius en los tiempos de Anguita, un lugar de encuentro transformador de la sociedad, sino un ansiado botín que azuza la competitividad-espectáculo.
El apartamento en el que conviven estos improvisados albañiles es un barracón de lujo, con comodidades que ya quisieran para sí los auténticos miembros de este gremio. El espacio es más reducido que en otros programas de cautiverio consentido, y no hace falta ser un lince para adivinar que del roce nacerá, además del cariño, la bronca y el mal rollo.
El primer día, atenazados por la histeria inaugural, los convictos sólo insinuaron su infinito potencial. En el plató, Jordi González derrochaba oficio. No sufre el desgaste emocional de Mercedes Milá en Gran Hermano ni practica el adictivo desprecio de Pepe Navarro. Dialoga con los familiares de los inquilinos, y ya veremos si las peripecias de la casa consiguen interesarle.
El debate sobre si este tipo de programas era una apología de la vagancia aquí no ha lugar. Todos tendrán que arrimar el hombro para construir lo que falta o fingir hacerlo. Como se demostró en La isla de los famosos, cuando un grupo humano se reparte las faenas siempre aparecen el mandón, el vago, el tramposo, el jeta, el sacrificado y el que va de víctima, papeles para una función que necesita variedad de caracteres y conflictos. Por ahora, el casting es tan perverso como esperanzador, aunque ya veremos si las posibilidades que de entrada apuntan heavys y garrulos, chillones e insinuantes, vírgenes y mártires se cumplen. No vaya a ser que, en lugar de construir la casa, se les acabe cayendo sobre la cabeza.
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