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Columna
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1979

A veces se tiene la sensación de que la historia se autocorrige, tal vez compadecida de sí misma. Que toda ella es un trabajoso tejido de arrepentimientos. Cuando los primeros concejales de la democracia llegamos a los ayuntamientos, en el 79, muchos teníamos la impresión de estar repitiendo un capítulo emborronado. Como si una voz casi inaudible nos dijera: escríbanlo otra vez. Me refiero, claro está, a lo que había ocurrido 48 años antes, un 12 de abril, y enseguida un 14. Pues no se debe olvidar que la II República llegó tras el triunfo urbano de las coaliciones de izquierda en los comicios municipales del 31. (En Sevilla, los republicano-socialistas alcanzaron 32 concejalías, de las 50 en litigio). Hasta Antonio Machado salió al balcón del Ayuntamiento de Segovia, enarbolando la bandera tricolor. Desde luego, el parentesco de aquellas fechas con las de abril del 79 contribuía no poco a que experimentáramos esa extraña sensación. Éramos como concejales repetidos de una historia truncada.

También hace pocos días, los creyentes en la III República han vuelto al cementerio de San Fernando, en Sevilla, a homenajear a Martínez Barrio, un hombre bueno al que no hicieron caso, como tampoco a Besteiro, a Prieto, al propio Azaña. Hombres que sí hubieran podido salvar a aquella delicada criatura de los facinerosos que afilaban los sables desde el primer día, y de la desesperación revolucionaria del proletariado hambriento. (En Sevilla, agravada por la penuria que sucedió a la ruinosa Exposición del 29. Otra analogía, por cierto, que nos tocaría enmendar a los del 79, preparando el éxito de Expo-92).

Así que nada de posturas radicales. Los concejales de izquierda del 79 habíamos aprendido bien la lección, aunque sólo fuimos juntos a la escuela de la Historia. Y por eso acudimos a las procesiones como niños buenos cogidos de la mano, para demostrar que no éramos matacuras. Recuerdo a un señor que le susurró a su hijo, mientras nos miraban desfilar por la catedral de Sevilla: "Pero niegan la existencia de Dios". Eso fue todo.

El acuerdo postelectoral que se firmó en Madrid entre PSOE y PCE fue ampliado, y corregido, en Andalucía, con la incorporación del PSA, los andalucistas de entonces, que todavía ignoraban que ellos no eran ni serían nunca de izquierda. Pero al menos sirvió para salvar la situación. (Rojas-Marcos negociaba por otro teléfono con la UCD, pero hacíamos como si no lo supiéramos). Y así fue cómo la UCD se quedó mirando -y, de paso, la derecha andaluza diezmada para mucho tiempo-. Y el PSA se hizo con la alcaldía de la capital, pese a haber sido la tercera fuerza en votos. Pero la permuta de Sevilla por Granada no se la perdonarían nunca los electores de la parte oriental de la región. A la larga, también se irían desinflando en la otra mitad, por hacer siempre la política en corto.

Hoy se cumplen 25 años de todo aquello, y 48 más de lo anterior. De verdad que parece mentira. Por suerte, la segunda vez salió bien. La democracia está consolidada, tras superar una inquietante etapa de neocaudillismo. (Otra enmienda). Pero ahora que Zapatero ha puesto de moda la bondad, por favor no olviden que algo de eso ya pusimos los primeros concejales del 79. En cuanto a sacrificios personales, nada cuentan en la historia grande de los pueblos.

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