Violencia de género
Nos fallan la psicología y la sociología cuando se plantea el espinoso asunto de la violencia de género. Los expertos en dichas artes no saben darnos razón del auge de los malos tratos en el seno de la familia o de la increíble escalada del nivel de violencia en los mismos. Si hasta hace pocos años el maltratador parecía que se conformaba con propinar una paliza a su más débil cónyuge, ahora parece que cree necesario en defensa de sus pretendidos derechos de macho, violar o asesinar, incluyendo para mayor escarnio en el lote de los por él sometidos y castigados a la parentela más próxima: hijos, hermanas o madres políticas.
Algunos observadores de tan tremendos hechos se plantean si el deficiente que así actúa se siente recompensado cuando ve sus hazañas, o las de sus colegas, a toda página en los periódicos y ocupando grandes espacios en los noticiarios de voz, haciendo protagonista de la más sofisticada crónica rosa al peligro social que los encarna.
Los mismos -incluso en mayor número- se asombran de esa misma publicidad gratuita que se brinda a los asesinos, arguyendo que los delincuentes se inspiran en lo que ven en las pantallas, realizando imitación de los actos de sus predecesores, actos que nunca se les hubiesen ocurrido a ellos, ya sea por falta de la oportuna imaginación o porque les quedaba un resto de esa nebulosa que se llama conciencia, lo cual les impedía llegar a la sublimación de sus odios o deseos de venganza.
La cuestión que se plantea es si la publicidad de los delitos -en concreto de los de este jaez- ha sido en alguna medida la impulsora de los mismos, y si no sería conveniente rebajar la tasa de información que les adjudican en aras del sosiego de los maltratadores y de los ánimos de la población, sobrecogida ante la magnitud del desastre y su exponencial crecimiento.
Las mismas dudas se suscitan si contemplamos las medidas que los gobernantes pretenden activar para luchar contra este crecido tipo de delitos; se impulsa una ley específica contra la violencia de género, como si esta forma de maldad fuese en algún aspecto diferente a la que asola otros ámbitos sociales. Nunca las leyes extraordinarias dieron a largo plazo los frutos apetecidos; los delincuentes deben ser vigilados, controlados y reprimidos en virtud del daño que se presume que van a realizar o ya han realizado y no en función de quien sea el receptor de los golpes y las amenazas ni el grado de parentesco. O de la relación sexual que los una.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.