El Che cuando todavía no era el Che
Walter Salles y Gael García Bernal defienden en Cannes la vigencia del espíritu del guerrillero
Ayer, segunda película en español en el concurso del Festival de Cannes. El brasileño Walter Salles narra el viaje iniciático, la forja del carácter épico y rebelde de Ernesto Guevara de la Serna: el Che cuando todavía no era el Che, en su ruta hacia la comprensión del mundo, hacia su deseo de cambiarlo. Primero en la moto La Poderosa y después a pie y en autoestop, Guevara recorre con su amigo Alberto Granado, a lo largo de ocho meses y 10.000 kilómetros, el continente latinoamericano: de Buenos Aires a Caracas, pasando por la Patagonia, los Andes, el desierto de Arataca y el Amazonas, con la larga parada en la leprosería de San Pablo.
Diarios de motocicleta se basa en las memorias viajeras del Che (Notas de viaje) y en el diario que Granado escribió durante el periplo, Con el Che por Suramérica. Es 1952, Guevara (Gael García Bernal) tiene sólo 23 años y está a punto de licenciarse como médico especialista en leprología. Granado (Rodrigo de la Serna) tiene 29 y es un bioquímico de amplio espectro: odia las bacterias, idolatra a las mujeres. El burguesito Ernesto es más formal: está enamorado de la rica Chichina Ferreira (la guapísima Mía Maestro, que también aparece en La niña santa, la otra película latina en concurso).
Salles: "El espíritu del libro del Che es la alteridad, el descubrimiento del otro"
Granado: "Cada cosa que me ha pasado en la vida la he relacionado con esa aventura"
Ambos se suben a la Norton. Dos horas después, acaba el viaje y el Che está a punto de ser el Che. La película recibe una gran ovación en el pase matinal y otra a la llegada del equipo a la conferencia de prensa. Pero hay una sorpresa: ha venido Alberto Granado, el amigo del Che. Lúcido octogenario de acento cubano y memoria prodigiosa, parece igual de vital que en el filme: "Jamás he podido olvidar aquel viaje", dice. "Conocí al Che cuando tenía 14 años y cada cosa que me ha pasado en la vida la he relacionado con esa aventura: si subo a un avión, recuerdo el de aquel viaje; si veo una injusticia, me acuerdo de las que vimos entonces; si hay un programa de ciencia, siento el deseo de ser científico que tenía entonces. Como además, ya lo ven, soy bastante expresivo, he contado mil veces ese viaje. El Che me llamaba gitano sedentario, decía que era una mezcla de local y andariego".
Uno a uno, los autores de la recreación de aquellos meses en los que nació la furia revolucionaria del gran icono latino del siglo XX van contando su historia. Abre el fuego en estupendo francés Walter Salles, el aclamado (y atractivo) director de Estación Central de Brasil: "Teníamos mucho miedo a la película. Todos respetábamos demasiado al Che. Estuvimos cinco años trabajando y yo hice el viaje tres veces: dos de preparación y uno más para rodar. Pero ya en el primer montaje descubrimos que los diarios del Che describían perfectamente lo que estaba en el centro del camino: la América Latina de hoy mismo. La pobreza y la riqueza siguen siendo las mismas de 1952. Nunca sentimos que estuviéramos haciendo una película histórica; más bien urgencia por comunicar ese descubrimiento".
"Intentamos vivir el viaje igual que el Che y Granado, como una aventura doble en busca de una identidad personal y colectiva: la del Che y la de Latinoamérica", prosigue el inteligente Salles, al que Robert Redford descubrió en Sundance (hoy es su productor ejecutivo). "Empecé el filme siendo brasileño y ahora me siento además latinoamericano. He visto que nuestras fronteras son más porosas de lo que parece. Estoy feliz de haber aprendido eso y a la vez avergonzado por no saber todo lo que debería sobre Latinoamérica".
Gael García Bernal dibuja a un Che contenido, potente, al menos tan atractivo como el original: "El miedo fue un termómetro que nos ayudó a tratar de hacerlo bien. Los actores estuvimos cuatro meses informándonos, hablamos con Granado, fuimos a Cuba y a Argentina, leímos, nos apuntamos en seminarios de política para enterarnos del contexto del viaje, montamos tres veces a la semana en moto, comimos bien... ¡Y a pesar de todo eso yo no llegué preparado, empezamos a rodar y estaba aterrorizado! Me veía fatal. Me di cuenta de que para un papel así sólo puedes preparar un 30%, el resto es la vivencia, compartir el viaje como hicieron ellos y confiar en esa transparencia. Pero llegó un momento en que empezamos a confiarnos, a relajarnos, y a vivir una experiencia personal tan importante como la suya".
Le da la réplica exuberante el argentino Rodrigo de la Serna (El mismo amor, la misma lluvia), un Granado simpático y sonriente: "Fue arduo, yo incluso leí lo que había leído Alberto en esa época, y engordé 10 kilos. Hicimos el mismo camino que ellos, conocimos las mismas comunidades marginadas, sentimos su misma emoción directa, rodamos en los lugares donde ellos estuvieron. Todo eso fue fundamental, aunque la esencia esté en los diarios".
Toma la palabra Granado, con su sonrisa todavía pícara a los 83 años y su inteligencia rápida: "Comprenderán que no ha sido fácil para mí, 50 años después, verme interpretado por unos actores tan jóvenes. Pero soy un tipo con suerte, si no hoy no estaría aquí: lo importante es que la película ha tenido un director y dos actores estupendos, con una sensibilidad que les ha permitido ver las cosas igual que las veíamos nosotros, con el mismo amor a la humanidad que nosotros sentimos. Nuestra historia es la historia de dos jóvenes que salen a conocer el mundo y como es demasiado grande deciden ver América Latina. Lo que vimos era mucho peor de lo que decían los libros, pero el mensaje que queda del viaje es que todo es posible, que hay que avanzar, que la juventud puede con todo. Cada vez que veo la película me voy reconociendo más en Rodrigo, y Gael cada vez se parece más a Ernesto".
El guionista José Rivera aporta en su inglés de Puerto Rico su profundo y apasionado acercamiento al asunto: "Vi un viaje hacia el interior, el despertar de la conciencia del Che. Un viaje físico que al mismo tiempo era también emocional y que se acabó convirtiendo en muy político".
Una de las claves de ese cambio moral fue la estancia en la leprosería peruana de San Pablo, en pleno Amazonas. Salles relata con gran delicadeza esa parte del viaje en la que Guevara empieza a trabajar a pie de quirófano con los enfermos: "El espíritu del libro del Che es la alteridad, el descubrimiento del otro. Y aunque teníamos un guión maravilloso, se trataba de experimentar el viaje en carne propia. Por eso improvisamos escenas con personajes naturales y antiguos enfermos de la leprosería: ellos son el espejo de cómo cambió la vida del Che".
¿Y a Gael le cambió también? "Si no me hubiera cambiado sería un desperdicio. Las películas son para eso también, para vivir otras vidas y que te acompañen siempre. Antes de empezar sentía que conocía bien la columna vertebral del personaje. Cuando empecé tenía la sensación de que no me merecía hacerlo. La válvula de escape para empezar a disfrutar fue cuando Granado, que me parece que es la persona más moderna que existe, me dijo: 'Esa voz en off, dila con tu voz'. Ahí lo entendí todo: Ernesto era un latinoamericano de 23 años. Yo soy un latinoamericano de 23 años, y tengo la misma fuerza que él para contar su historia. La película me cambió de una manera tremenda, pero todo lo que diga ahora se quedaría corto".
Babelia
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