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Tribuna:MUERE EL EX PRESIDENTE REAGAN
Tribuna
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El legado de Reagan

Ronald Reagan, gobernador de California entre 1967 y 1975 y presidente de Estados Unidos desde 1981 hasta 1989, dejó un legado de política interior y exterior que continúa teniendo un gran peso en la política estadounidense. Dicho legado no se limita a su Partido Republicano, pues influyó profundamente en los demócratas y alejó a muchos de ellos del Estado de bienestar y del liberalismo secular, aunque sólo fuera porque Reagan cosechó el éxito electoral entre los que antes habían sido sólidos grupos de votantes demócratas (católicos de la clase obrera, judíos sureños pro Israel). Reagan combinó cuatro elementos dispares de la historia estadounidense en una síntesis notablemente eficaz: 1. La mentalidad y la moralidad de pueblo pequeño del Medio Oeste protestante. 2. La colonización del espacio vital y la redefinición de la política por medio de la elaboración centralizada de una ideología nacional en los medios de comunicación. 3. La conquista o, al menos, la neutralización del Estado por parte del mercado. 4. La integración de la política exterior imperial en la política interna.

La maestría de Reagan en televisión y su labia le permitieron establecer la agenda política
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1. Reagan nació en 1911 en el pequeño Illinois, donde creció y estudió en una pequeña universidad protestante. Su padre era católico, pero en el aspecto cultural asimiló la moralidad manifiesta de un claro protestantismo nada trágico. Cuando triunfó como actor en Hollywood, no rechazó en absoluto el estilo de vida sibarita de la meca del cine. Sin embargo, solía representar al estadounidense formal de carácter directo. Eso fue una preparación excelente para su convincente defensa, en la vida pública, de los valores familiares, que personalmente no respetó: se divorció. Como sucedía con los pueblos de los años treinta, las películas de Hollywood de los treinta y cuarenta no se explayaban en complejidades o ambigüedades morales. Reagan, como político, fue capaz de aprovechar su propia vida, así como su talento como actor, para presentarle a la nación una visión ficticia de la buena vida. Entró en la política después de que las discontinuidades culturales de los sesenta hubieran democratizado lo que había sido el privilegio de los muy ricos y los bohemios: un rechazo abierto y sardónico de las estrechas ideas que tenía la clase media acerca de la carrera, la cultura y la sexualidad. Este proceso sorprendió a muchos católicos blancos de la clase obrera, cuyo alejamiento de los demócratas se había iniciado con Nixon. Reagan lo amplió y lo finalizó. Aportó al eslogan de la izquierda cultural secular y antiautoritaria, "lo personal es lo político", una serie de referentes que no habían imaginado y lo volvió en contra de ellos. En cuanto a temas como la prohibición del aborto, la recuperación de la oración cristiana en los colegios, el aspecto sagrado de símbolos como la bandera, la preponderancia de los derechos de los padres, la condición de protegida (es decir, jurídicamente inferior) de la mujer... consiguió pocos logros como gobernador y presidente. Convenció a aquellos para quienes estos temas eran más importantes que la amenaza de guerra nuclear o el cierre de industrias enteras de que él estaba totalmente de su parte. Generó un conflicto cultural; en otras palabras, un elemento central en la política estadounidense, un enorme golpe a un Partido Demócrata dividido en los temas culturales y que buscaba desesperadamente unificar a su electorado en cuestiones sociales y económicas.

2. "No hay preguntas sencillas, sólo repuestas sencillas". La maestría de Reagan en televisión, su facilidad y su labia a la hora de comunicar esas respuestas permitieron su personalización de los temas, su capacidad para establecer la agenda política. Podía anticipar, a menudo en cuestión de cinco minutos, la postura más contradictoria. El mundo era una jungla, pero la gente de buen corazón sería redimida.

Prueba de su éxito es que sus adversarios estaban totalmente fascinados por él y no dejaban de imitarle. Sin embargo, el actor protagonista dependía de un gran reparto secundario y de una infraestructura inmensa. Los mensajes ideológicos que propagaba habían sido precedidos, casi literalmente, por medio siglo de publicidad en radio y televisión, por los dramas en el cine y la televisión, que reducían la vida social a una suma de historias personales. Los funcionarios del Gobierno republicano, los congresistas, los senadores, los legisladores, los alcaldes y los candidatos eran educados (o formados) para "no salirse del mensaje". Una organización de la campaña central procesaba los mensajes, que a su vez procedían de centros de investigación e ideólogos conservadores. Se perseguían simultáneamente y con igual pericia la homogeneización, para crear un clima nacional y la diferenciación regional y local, para adaptar temas generales a situaciones concretas. Los propietarios de los medios de comunicación, tanto nacionales como locales, eran, al fin y al cabo, mayoritariamente republicanos, y los periodistas nacionales no eran muy dados a excesos de independencia. Una red de grupos de presión y de organizaciones cívicas conservadoras hizo el resto.

3. Reagan votó a Franklin Roosevelt cuatro veces, fue líder del sindicato de actores y abandonó sus ideas New Deal hacia los cuarenta, cuando se dio cuenta de que "El Gobierno no es la solución, es el problema". La lealtad de Reagan hacia el New Deal fue una respuesta a la depresión, y su fe en la benigna soberanía del mercado, ante la inevitable ineficacia del Estado, siguió a su ascenso a la prosperidad. Fue su versión de la trayectoria de millones de ciudadanos, que habían alcanzado la seguridad económica gracias a los acuerdos salariales de los sindicatos y a la Seguridad Social, y que se sintieron amargamente resentidos con el Gobierno cuando el crecimiento estadounidense de la posguerra se detuvo en los años setenta. El Gobierno, por supuesto, impuso entonces los programas redistributivos y reparadores de la Gran Sociedad, que pretendían insertar a los negros y a los más pobres en el empleo permanente. El gran servicio de Reagan al capital consistió en dirigir el enfado de la clase obrera blanca y de la clase media trabajadora hacia abajo. El estancamiento se debía a que quienes no eran suficientemente inteligentes, o eran muy vagos, para adaptarse al mercado, estaban desangrando los recursos nacionales. El capital bebía, directamente, de la liberalización de las empresas financieras e industriales, de las graves restricciones a la intervención gubernamental en el empleo, el medio ambiente, los niveles de alimentación y sanidad y la seguridad en el trabajo. La inversión pública en educación, sanidad y transportes disminuyó. Reagan tuvo que enfrentarse a mayorías demócratas en el Congreso y pudo alcanzar un compromiso mientras aseguraba a sus principales partidarios que él era el guardián supremo de sus intereses. Introdujo en el Gobierno, y educó, a una generación entera de activistas antigubernamentales. Sus recortes fiscales y su gasto militar provocaron enormes déficit gubernamentales y éstos racionalizaron la teoría de que no había dinero para realizar inversiones sociales.

4. El presidente Reagan, sumamente combativo y anticomunista, apareció al final en la plaza Roja para declarar que la guerra fría había acabado. Lo que no acabaron fueron las intervenciones abiertas y encubiertas en todas partes del mundo, el uso implacable de la diplomacia estadounidense para promover los intereses del capital estadounidense, la proclamación de un imperio moral estadounidense. Reagan tomó a Franklin Roosevelt como modelo de presidente activo y movilizó a toda la nación en un proyecto de política exterior a largo plazo. La distinción entre política interior y exterior fue borrada. La participación total de la nación requería el apoyo a su misión mundial y sus detractores, incluso los escépticos, eran tachados de alienados patológicamente, indignos de ser miembros de una nación que también era una iglesia.

La denigración del Gobierno se alternó con la reorganización del Estado para perseguir más eficazmente la hegemonía global. El provincialismo personal de Reagan le permitió emprender las empresas más sórdidas (la guerra contra los sandinistas en Latinoamérica, la alianza con los fundamentalistas islámicos en Afganistán) como expresiones del designio de Dios para la nación y el mundo. Los partidarios más entusiastas de Reagan dentro del país describían la contrarrevolución que aspiraba a acabar con el Estado de bienestar estadounidense como una revolución. La política exterior de Reagan transmutó estas energías: el modelo estadounidense de sociedad ahora se consideraba universal. Los fundamentalistas protestantes, el grupo de presión israelí y los católicos tradicionales se unieron a los sofisticados directivos imperiales y a los militares tecnócratas en una guerra sin fin en las fronteras de la nueva Roma. Está claro que el reaganismo está muy vivo.

Norman Birnbaum es catedrático emérito de la Universidad de Georgetown.

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