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Tribuna:FÓRUM DE BARCELONA | Opinión
Tribuna
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Vivir huyendo

Peter Sellars nos ha recordado estos días, a través de una puesta en escena innovadora de la obra de Eurípides Los hijos de Hércules, la tragedia de aquellos que se vieron obligados a huir y refugiarse de la violencia en la Grecia clásica.

Su tragedia ilustra la de muchos otros, más reciente y cercana. El pasado 2 de junio, un grupo de personas llegaron en barco a la isla siciliana de Lampedusa, donde fueron retenidas durante tres días en un centro de recepción. Después fueron trasladados a Crotone, donde les hicieron firmar órdenes de expulsión sin informarles sobre su contenido. Entre ellos se encontraban personas, como Haysam, que han huido de la violencia en Darfur, Sudán. Estudiante de 18 años natural de Dissa, en el norte de Darfur, Haysam huyó para proteger su vida en noviembre, después de que su pueblo fuera atacado y sus dos hermanos asesinados delante de él. Le llevó seis meses llegar a Europa, donde pensaba solicitar asilo para poder construir de nuevo un futuro. Sin embargo, fue detenido durante tres días en el centro de recepción de Lampedusa, sin acceso a información, traducción, asesoramiento legal y atención médica. Su destino: ser devuelto al horror del que trata de escapar.

Impedir el acceso a los procedimientos de asilo es una burla a las leyes nacionales e internacionales relativas a los refugiados. Los equipos de Médicos sin Fronteras en Darfur son testigos de la crisis humanitaria que afecta a la zona debido a los ataques contra civiles, el hambre y el difícil acceso a la atención médica. Al negarles el acceso a los procedimientos de asilo, la protección al refugiado pierde todo su sentido.

Las costas españolas e italianas son el escenario en el que se traducen las políticas restrictivas que algunos países, como el nuestro, imponen para aceptar a los refugiados, políticas que impiden obtener el acceso a los procedimientos para la concesión de asilo y a la seguridad. En el año 2003 se produjeron 5.770 solicitudes de asilo en España, el 9% menos que en 2002 y el 40% menos que en 2001, cuando se estableció la barrera del visado para las personas procedentes de un país en guerra, Colombia.

La guerra ha dejado de preocuparnos en su vertiente más humana, dar cobijo y asilo a quien tiene miedo, y lo único que nos inquieta es que sus consecuencias se queden dentro de las mismas fronteras donde tiene lugar. Los refugiados han dejado de desempeñar un papel estratégico en el aparato de propaganda del mundo bipolar y los países desarrollados apoyan y financian proyectos dirigidos a contener a los posibles refugiados en sus fronteras.

Ello ha contribuido a que en los últimos años se haya producido un aumento espectacular del número de desplazados internos, personas que huyen de la persecución o de la violencia por conflictos y que no han cruzado ninguna frontera internacional.

Los ejemplos son numerosos. Cuando las familias del campo de desplazados de Maimu, en Liberia, recogieron apresuradamente sus pertenencias el pasado verano, era ya la cuarta vez que huían de la devastadora guerra civil que asuela el país desde hace más de una década. Estas personas no sólo escapaban de las zona de combate, sino también de la violencia especialmente dirigida contra ellos, intentando decidir cuál sería su mejor opción: arriesgarse a huir o quedarse. La respuesta internacional era insuficiente para los cientos de miles de desplazados fuera del alcance de la ayuda humanitaria. En Liberia, como en tantos otros conflictos, la guerra no sólo consiste en combates entre fuerzas que rivalizan por el poder. Es violencia intencionada contra la población civil, que se ve en muchos casos forzada a desplazarse.

Al aumento del número de desplazados ha contribuido también que los países vecinos cada vez estén menos dispuestos a soportar el peso económico y demográfico que suponen los campos de refugiados. En Afganistán, el cierre de fronteras de los países vecinos tras los bombardeos del ejército norteamericano provocó que miles de personas permanecieran atrapadas en el interior del país sin posibilidad de escapar del conflicto.

Los desplazados internos no gozan de los mismos derechos que los refugiados. Cuando se estableció el sistema internacional de protección de los refugiados, hace más de 50 años, no se incluyó a los desplazados en su propio país debido a que los conflictos eran fundamentalmente de carácter inter-estatal y a que, según el concepto tradicional de soberanía, se consideraban bajo la jurisdicción del Estado afectado. Pero hoy en día observamos con preocupación que en muchos casos los Estados no sólo no asumen su deber de protección, sino que son los causantes del desplazamiento. En Chechenia, la ofensiva rusa, justificada para acabar con el terrorismo, ha obligado a más de 250.000 personas a huir de la vecina Ingusetia y malvivir en condiciones infrahumanas, sin derecho a recibir asistencia al no haber cruzado una frontera internacional, para después verse llevadas a un retorno forzado. Mientras los Estados sigan incumpliendo sus responsabilidades de protección hacia las personas que se ven obligadas a vivir huyendo, millones de refugiados y desplazados permanecerán atrapados, víctimas de la violencia y del olvido político, abandonados a sus suerte como los hijos de Hércules.

Rafael Vila Sanjuán es director general de Médicos sin Fronteras España

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