"No debe subestimarse el peligro de un choque de civilizaciones "
Una estrecha escalera y un minúsculo ascensor conducen hasta el domicilio y el despacho parisienses de Jean Daniel, periodista y ensayista, intelectual importante de la izquierda, testigo y protagonista de los últimos 80 años del siglo XX, que mantiene toda su lucidez y una buena forma física en este arranque del XXI.
El fundador del semanario Le Nouvel Observateur continúa trabajando; viaja, piensa, escribe y habla como el intelectual al que el paso del tiempo ahorra las últimas ataduras que pueden trabar la libertad de la inteligencia. Tras la concesión del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades mantuvo una larga conversación con este periódico, el jueves pasado, en la que habla de Irak, de los europeos y de periodismo, pero también de la muerte de su amigo español de la adolescencia en Argel que, según revela, le llevó al compromiso político.
"Los acentos de un discurso del adjunto de Bin Laden pueden confundirse con otros de Rumsfeld; ambos plantean las cosas como: o ustedes, o nosotros"
"Los norteamericanos pueden ser considerados como libertadores y como imbéciles al tiempo. Bush me parece un hombre más lastimoso que brutal"
"Hay un gran porvenir para un cierto número de periódicos de calidad que serán el recurso para personas que quieran un soporte fijo delante de sus ojos"
"¿Por qué no he hablado de mi participación en la guerra? Porque unos sobreviven y otros no. Los testigos verdaderos eran los que habían muerto"
"Los que no están en Europa presionan para entrar, y los que están no es que quieran salir, pero hacen como si no les importara. Esto significa que Europa existe"
"Estoy contra Sharon y no contra Israel. En los momentos apasionados es difícil tener un pensamiento libre, y con la edad se adquiere la libertad"
Jean Daniel tomó posición durante la guerra de Argelia, entre 1954 y 1962, contra el colonialismo francés y a favor de la independencia de aquel país. Recientemente recibió el título de doctor honoris causa por la Universidad de Argel, distinción que le ha alegrado como originario de Blida -donde nació, a cincuenta kilómetros de la capital- y estudiante de ese centro universitario en los años cuarenta. No menos satisfecho se muestra ahora con el Premio Príncipe de Asturias, mientras da instrucciones de "contestar a la felicitación del rey don Juan Carlos y del Príncipe" y de anotar cuidadosamente en la agenda la fecha del 22 de octubre, el día previsto para la entrega del galardón.
Pregunta. Para buen número de españoles de cierta edad, el semanario fundado por usted fue una ventana abierta a la democracia, a otros problemas y corrientes de pensamiento, en medio de un país al que la dictadura había obligado a cerrarse sobre sí mismo.
Respuesta. Me acuerdo de la época de la transición a la democracia, del fusilamiento de Julián Grimau [dirigente comunista español, ejecutado por el régimen de Franco], de las cosas que intentamos con Jorge Semprún, Claude Mauriac, Michel Foucault, para evitarlo... En el Gobierno de Franco hubo un ministro que quiso seducirme tiempo después, no me acuerdo de cómo se llamaba, pero poco importa... ¡Bien, querido colega!, ¿por dónde quiere que empecemos la entrevista?
P. ¿Qué le parece si continúa hablando de España?
R. ¿De España...? Escuche... Yo tengo con España relaciones muy particulares, que vienen principalmente de dos cosas. Cuando yo era un niño, mis padres tenían una asistenta en casa. Su nombre era Esperanza. Y el hijo de esa asistenta, que se llamaba Vicente Pérez, era amigo mío. Él tenía dos años más que yo, debía de tener 17, y yo, 15. Empezamos a reunirnos con un comité antifascista, en aquel tiempo la juventud estaba muy politizada en Argel. Estalló la Guerra Civil en España, él se marchó y ya no volví a verle. La muerte del hijo en la guerra produjo tal dolor a la madre que ya no quiso seguir trabajando. Ella volvió un día por casa y me dijo: "No volverás a ver más a tu camarada", pero de manera dura, amarga... Le dije que no comprendía y me contestó: "Él ha tenido el coraje de ir a España y hacerse matar". Yo tenía entonces 15 o 16 años, no sabía aún qué era eso del compromiso político.
P. Habla usted de un adolescente que se enfrenta de pronto con un drama.
R. La guerra de España se convirtió para mí en una especie de iniciación. Pero el recuerdo también es importante porque en ese momento, justo entonces, empecé a comprender que también era posible morirse.
P. ¿Y cuál es el segundo aspecto, la segunda cuestión a la que usted se refería al mencionarle España?
R. Yo tuve una gran amistad con Albert Camus. Como usted sabe, Albert Camus estuvo muy vinculado a España, ante todo porque su madre era una española que, curiosamente, también trabajaba como asistenta. Ésta es una hermosa historia. Esa mujer me recordó a la que nosotros habíamos tenido en nuestro hogar familiar y que casi me reprochó que no me hubiera marchado con su hijo a la guerra de España y que continuara vivo, cuando su hijo estaba muerto. En mi vida hubo una influencia temprana de la correspondencia entre los casos de estas dos mujeres, a causa de España. Esperanza representaba mucho para mi familia, mucho más de lo que puede suponerse al hablar de una criada en una familia burguesa. Aprendí mucho de lo que me había sucedido, me di cuenta de lo que era el privilegio, la injusticia, de por qué un hombre muere y el otro no.
P. ¿El trauma del adolescente dio paso al compromiso político?
R. Cuando empecé a comprometerme, primero en la guerra [se refiere a la II Guerra Mundial], después en las revueltas de los pueblos colonizados, siempre tuve en cuenta que la injusticia existe no sólo en la opresión. Esto es importante para la formación del carácter. Me alegro de poder contarlo, no lo había hecho hasta ahora y esto me hace bien a mí mismo. Siempre he creído que todo es político, que hay verdugos y víctimas, pero en esta historia descubrí también el azar de la injusticia.
P. Pero usted conoce personalmente lo que son las guerras.
R. A partir de 1942, yo asistí a todas las cosas que los ejércitos hacen en las guerras. A veces me han preguntado por qué no he hablado de mi participación en la guerra, y la respuesta tiene que ver con lo que le contaba antes: porque unos sobreviven y otros no. Los testigos verdaderos eran los que habían muerto, ¿en nombre de qué iba a ponerme a hablar de mí mismo? El caso de los deportados es distinto, eso es muy grave, Jorge Semprún ha hablado de ello... pero yo, a mi nivel, opté por callarme.
P. A raíz de las guerras...
R. Verá, me acuerdo también de mi primer amor, en Inglaterra. Fui allí en un viaje de iniciación a la lengua inglesa y encontré a una chica, que resultó ser francesa. Me enamoré. Un día me di cuenta de que llevaba un colgante con un pequeño retrato de Franco, y esto representó algo terrible: le dije que esto era imposible, que no íbamos a poder entendernos. Ella me dijo que ese colgante le importaba. Entonces le contesté: "Si usted...", porque en aquel tiempo se decía siempre de usted, "si usted lleva eso, no podemos volver a vernos". Aceptó quitárselo, pero seguía llevándolo en la cabeza. Afortunadamente, el azar terminó separándonos.
P. ¡Pues sí que hubo españoles en su juventud!
R. Lo que acabo de contar era para responder a sus preguntas sobre mi relación con España. Pero hay más. Cuando me impliqué como voluntario en las Fuerzas Francesas Libres [alude a las tropas formadas por el general De Gaulle, que se negó a aceptar la sumisión a Hitler del régimen francés de Vichy], volví a acostumbrarme a escuchar de nuevo la lengua española. Fue en la Segunda División Blindada, mandada por el general Leclerc, con la que desembarcamos en Normandía en 1944.
P. No se conoce lo suficiente el hecho histórico de que una de las unidades de esa división se llamaba La Nueve, en castellano, porque la formaban republicanos españoles. Esa unidad de combatientes españoles actuó de punta de lanza en la liberación del París ocupado por las tropas de Hitler.
R. En aquella división se oía hablar constantemente el español. Ellos eran muy solidarios entre sí. Me habría gustado introducirme más entre ellos, pero hay que comprender que eran exiliados y combatían por segunda vez, tras haber vivido ya los horrores de la guerra en su propio país. Me di cuenta más claramente de la importancia que había tenido la Guerra Civil en España. Se empezó a reflexionar sobre las causas de aquel combate, se empezó a saber más del POUM, de la intervención soviética; era algo más que estar contra Franco o "los sublevados", como decía María Casares cuando los franquistas ya estaban afirmados en el poder y ella seguía llamándoles "los sublevados".
P. El mes que viene se cumplen 60 años de la liberación de París. ¿Participó usted en aquella campaña?
R. Por supuesto, en la liberación de París y después en la de Estrasburgo... pero yo me limité a hacer lo que todo el mundo. El general Eisenhower no habría podido ganar la guerra sin mí, je, je...
P. ¿Y el general George W. Bush podrá ganar la guerra de Irak?
R. En este caso, a pesar mío... Pero esa pregunta nos lleva a otro tema. Los norteamericanos pueden ser considerados como libertadores y como imbéciles, al mismo tiempo. Bush me parece un hombre más lastimoso que brutal. El Plan Marshall fue un éxito formidable [alude al programa de ayuda a la Europa destrozada por la II Guerra Mundial], y en estos momentos, respecto a Irak, cada día hay noticias de muertes en Irak, pero también de gestos, de concesiones, que indican que los norteamericanos se encuentran en plena revisión de sus posiciones. Bush pensó que la victoria estaba en función de la brutalidad, y actualmente ya no puede creerlo.
P. ¿Comparte usted el sentimiento antinorteamericano?
R. Yo soy un hombre de izquierdas, pero la guerra de Irak no me hará olvidar la deuda que tenemos en Europa con los norteamericanos. No me encontrará usted en el antiamericanismo. Yo soy anti-Bush, pero no estoy contra el pueblo norteamericano; como estoy definitivamente contra Ariel Sharon y no contra Israel. ¿Sabe?, en los momentos apasionados es muy difícil continuar teniendo un pensamiento libre, y con la edad se adquiere la libertad. Ya no hace falta hacer caso a los que dicen: "¡Hay dos lados, escoja usted con quién está!".
P. ¿Qué piensa del movimiento neoconservador surgido en Estados Unidos?
R. Soy un intelectual en desacuerdo con su familia intelectual. Los neoconservadores me parecen personas idealistas, iluminadas, que persiguen la exportación intervencionista y unilateral de la democracia. Son gentes que creen en la democracia de una manera puritana y religiosa. El neoconservadurismo es un paroxismo de la conjunción entre puritanismo religioso y fe en la democracia. Ellos ha dado origen a un análisis cuyas constataciones son justas: el mundo árabe no conoce la democracia. No hay elecciones libres en el mundo árabe, que además mantiene marginada a la mitad de su sociedad, las mujeres.
P. ¿Esto es un descubrimiento de los neoconservadores?
R. Mire: este año ha habido un informe de Naciones Unidas, hecho en parte por autores árabes y con financiación de Arabia Saudí; se trata de un informe catastrófico sobre el mundo árabe. Se aprecia un progreso enorme en el mundo árabe hacia la conciencia de su situación, ahí tenemos el fenómeno interesante de sus televisiones... de modo que los neoconservadores no se equivocan de punto de partida. Desgraciadamente, a partir de ahí han buscado la ocasión de imponer la democracia y ha llegado el drama: se les ocurrió que la ocasión era Irak. A partir de ahí, lo que han hecho es catastrófico. Los norteamericanos han hecho en Irak una expedición colonial. La segunda catástrofe es creerse que la democracia puede imponerse desde el exterior y cambiar las costumbres desde fuera, sobre todo cuando los otros tienen una religión diferente.
P. Un cóctel peligroso.
R. En una pareja, un hombre y una mujer se encuentran: las diferencias son complementarias y eso funciona hasta que, en un momento de la vida, las diferencias se convierten en incompatibilidades. La cuestión es cómo vivir juntos con esas diferencias. Ahora bien, hay gentes que cultivan las diferencias, como los terroristas, los islamistas, los integristas religiosos; los cristianos neoconservadores creen que no hay posibilidad de civilización sin un sistema como el suyo, mezcla de democracia y religión; y del otro lado hay gentes que viven en la intolerancia universalista, que quieren imponer su civilización a todo el mundo. Los acentos de un discurso del adjunto de Bin Laden pueden confundirse con otros de Rumsfeld, porque unos y otros plantean las cosas en términos de "o ustedes o nosotros"; por ahí se va al choque. No se puede subestimar el peligro de un choque de civilizaciones.
P. ¿Qué pinta la Unión Europea en este panorama?
R. Los que no están en Europa presionan para entrar, y los que ya están no es que quieran salirse, pero hacen como si no les importara. Esta contradicción quiere decir que Europa existe. Europa se encuentra en una situación espantosa, todavía no hay ciudadanía ni patriotismo europeos, pero si hace 50 años se hubiera preguntado a la gente si creía posible una Europa como la actual, todo el mundo habría contestado que era imposible, una locura. Nos encontramos en un periodo de declive, de convulsión, pero existe.
P. ¿Y tiene futuro?
R. Yo preveo que llegaremos a comportarnos de acuerdo con el "principio de subsidiariedad", una palabra bárbara que enuncia un hecho simple: lo que puede hacer uno solo, se hace; lo que no, se hace en grupo. No es cuestión de soberanismos ni de independentismos. El principio de subsidiariedad reinará entre europeos, y los abogados de ese principio serán Francia, Alemania, Italia, España y probablemente el Reino Unido, aunque esto lo digo contra la opinión de casi todo el mundo. Que tantos cientos de millones de personas vivan juntos en Europa, libremente, no ha ocurrido jamás en la historia: los imperios son conjuntos frutos de una imposición, mientras Europa es un conjunto libre.
P. Hablando de caminos. Usted, fundador de una revista prestigiosa, ha sido testigo del desarrollo de nuevos medios de comunicación, principalmente con las televisiones y la explosión de Internet. ¿Cree usted que la prensa escrita sigue siendo necesaria?
R. El problema es el soporte. Hace una decena de años se planteaba la cuestión de si la imagen iba a acabar con la escritura; ahora, gracias a Internet, la escritura continúa ahí. El problema es saber a través de qué medio se va a transmitir lo escrito. Creo que hay un gran porvenir para la transmisión y también para un cierto número de periódicos elitistas, de calidad, que serán el recurso para personas que quieran un soporte fijo delante de sus ojos. Pero las incidencias sobre el número de periódicos y de libros serán muy importantes en el futuro. Nos encontramos ante un cambio de civilización. Personalmente, estoy demasiado ligado a un estilo de escritura como para ser objetivo, de modo que prefiero dejar a los aventureros del progreso el papel de definir lo que va a ser de la escritura. Vivimos en un mundo que no acaba de terminar y que no ha comenzado todavía.
P. Pero Le Nouvel Observateur sigue ahí, como una referencia entre las mejores publicaciones francesas. ¿No cree que esto prueba la capacidad del buen periodismo para sobrevivir?
R. Por supuesto. Si echamos un vistazo al mundo, podemos fijarnos, por ejemplo, en The New York Times, una institución periodística que ha hecho algunas cosas muy buenas y que, sobre todo en los últimos tiempos, ha sido capaz de hacerse una autocrítica ante lo que sólo me queda decir: "¡Bravo!". Lo que yo quería decir es que no me gusta incurrir en banalidades por el hecho de estar muy enraizado en algo, como en mi caso es un cierto estilo de escritura y de pensamiento. Una historia que me interesa es la de Stefan Zweig, el escritor que se suicidó en Brasil y que había creado libros de gran éxito. En Río estaba considerado como un emperador, el peluquero no le dejaba pagar, todo el mundo le conocía; pero como escribía en alemán, la lengua que él adoraba, las gentes que le rodeaban no podían leerle en alemán. Y una de las razones de su suicidio, sólo una de ellas, era que se consideraba vinculado al mundo del ayer y desesperaba del futuro. Cuento esto para explicar hasta qué punto puede uno equivocarse cuando se agarra a ciertas cosas. Como no tengo ganas de suicidarme, yo no me arriesgaré como Stefan Zweig.
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