Tiempos de euforia en Portugal
Los éxitos deportivos y políticos ocultan por unos días los problemas económicos e institucionales del país
Portugal amanece hoy eufórico. La llegada de la selección nacional de fútbol a la final de la Eurocopa 2004 es un hito histórico que ha convertido el país en una gran verbena. Miles de portugueses van al trabajo vestidos de rojiverde y en los coches y los balcones ondean banderas nacionales. El himno, que esta semana regalaba en formato CD una conocida revista política, no deja de sonar en las calles. "Hemos pasado a una nueva fase, la euforia", reza el eslogan de la más conocida cerveza del país, que se repite en vallas y cuñas de televisión. El fado, la depressão y la saudade que dominaron el 2003, marcado por los escándalos de pederastia, corrupción y los grandes incendios, han dado paso al orgullo nacional y a una gigantesca autoestima colectiva.
Portugal es un país en recesión que a pesar de la política de austeridad no acaba de despegar
Ganen o pierdan la final, ya han triunfado. La marca Portugal se expondrá hoy millones de veces en las televisiones del mundo entero y la UEFA ha felicitado al país por la excelente organización de la copa, lo que previsiblemente se traducirá en una avalancha de turistas en los próximos meses y en la atracción de inversiones extranjeras. El optimismo dominante se ve además reforzado por el nombramiento del hasta hoy primer ministro portugués, el conservador José Manuel Durão Barroso, para presidir la Comisión Europea, que ha despertado la esperanza de que los intereses portugueses sean representados a partir de ahora con más fuerza en Europa.
¿Será capaz Portugal de capitalizar este potencial? La situación política y económica del país hace pensar, sin embargo, más bien en lo contrario. Portugal es un país en recesión, que a pesar de la política de austeridad ejercida con mano de hierro por la ministra de Finanzas, Manuela Ferreira Leite, para acabar con el déficit, no acaba de despegar. Durante los últimos dos años y tras el tirón de orejas de Bruselas por incumplir el Pacto de Estabilidad, el Ejecutivo de centroderecha congeló los salarios de los funcionarios, vendió patrimonio del Estado, privatizó parcialmente la sanidad y la educación y redujo el aparato estatal. Medidas, algunas de ellas históricamente pendientes como el cierre de organismos paraestatales inservibles, pero que le han costado al Gobierno de Durão Barroso un descontento social, reflejado en el voto de castigo de las pasadas elecciones europeas, donde los socialistas lograron una victoria histórica. Fue entonces cuando Durão Barroso pidió a la nación paciencia y sacrificio para soportar la terapia de choque, y cuando prometió llevar sus reformas hasta el final.
Pero ha sido el propio primer ministro el primero en abandonar el barco antes de tiempo, rumbo a Bruselas, dejando como sucesor al alcalde de Lisboa, el populista Pedro Santana Lopes, conocido por su afición al dispendio del gasto público. Esta maniobra ha encontrado el rechazo de la oposición, de buena parte de los portugueses, según los sondeos, e incluso del interior del propio Partido Socialdemócrata (PSD). Ministros claves como los de Finanzas, Exteriores o Asuntos Parlamentarios ya han adelantado que no estarán en un Gobierno encabezado por Santana. "Nadie esperaba que abandonase a medio mandato, después de dos años muy difíciles. El primer ministro siempre dijo que se necesitaban reformas de fondo que durarían cuatro años. Ahora sale, sin una sucesión estable dentro del PSD y sin garantías de que esas políticas, que son necesarias, puedan continuar hasta el final", afirma el socialdemócrata Pedro Pacheco Pereira, ex vicepresidente del Parlamento Europeo.
El ex presidente y padre del socialismo portugués, Mário Soares, se despachaba a gusto esta semana en la revista Visão diciendo que Durão Barroso "escogió el momento oportuno para anunciar el abandono, cuando el país está eufórico", y que deja a la nación "en crisis financiera, económica, de justicia, de salud, social... Con un aumento del desempleo y un clima de verdadera crispación, de revuelta sorda y profundo descontento". Los programas de austeridad de estos dos años han logrado contener el déficit por debajo del 3% del PIB exigido por Bruselas, pero no ha conseguido controlar el desempleo, que ha alcanzado su máximo de los últimos seis años hasta rozar el 7%; ni la inflación, que crecerá un 2,5%, según estimaciones del Banco de Portugal; ni frenar la recesión, con una caída del PIB el año pasado del 1,3%. "El problema es que no sabemos producir. Nuestro nivel de productividad es dos tercios del de Europa, lo que hace que incluso en fases de crecimiento la demanda no pueda ser satisfecha por la oferta interna, y que siempre va a pesar más la importación que la exportación", apunta Antonio Perez Metelo, analista económico y antiguo portavoz del presidente Jorge Sampaio.
La incorporación de los diez nuevos socios a la UE podría tener un impacto negativo añadido en Portugal, que puede ver como Alemania o Francia dejan de comprarle productos que no requieren alta tecnología en su fabricación como tejidos o zapatos para adquirirlos en los países del Este a más bajo precio. A esto hay que añadir la amenaza de la deslocalización de empresas tanto portuguesas como extranjeras a los nuevos países miembros, donde el coste de producción es menor.
Pero los problemas trascienden lo económico. La crisis institucional se deja ver en la justicia, extremadamente lenta; en la sanidad, con interminables listas de espera, que la izquierda achaca a la privatización de los servicios quirúrgicos más especializados; y sobre todo en la educación, donde el 26% de los portugueses no tiene ningún título escolar y el 9% de ellos son analfabetos, según datos del Instituto Nacional de Estadística.
El Ministerio de Educación es un monstruo burocrático que alberga al mayor número de funcionarios del país, muchos de ellos con baja formación. "Y en eso no hemos invertido lo suficiente. Hemos gastado una fortuna de fondos de la UE y no hemos hecho todo lo que deberíamos. Ya no va a haber una segunda oportunidad y las carencias educativas no se cambian en una generación", señala el escritor Pedro Rosa Mendes, quien además resalta la paradoja de que Portugal sea un gran receptor de inmigración -250.000 residentes extranjeros según los datos oficiales sobre una población de 10 millones-, a la vez que miles de emigrantes portugueses continúan repartidos por toda Europa. "Han sido sobre todo las cuadrillas de obreros portugueses las encargadas de la remodelación de Berlín", explica.
Inmigrantes
En Lisboa, la negritud de los inmigrantes de las ex colonias africanas contrasta con la palidez de los que vienen de los países del Este, que se han convertido en la segunda comunidad de inmigrantes. En los bancos y las casas de cambio del centro se anuncian los servicios en cirílico y en los quioscos se venden una decena de diarios de estos países. El Gobierno de Durão Barroso ha impuesto sistemas de cuotas para la entrada de inmigrantes, lo que no ha impedido la avalancha de inmigrantes sin papeles en el país, que se enfrenta a problemas migratorios, como las mafias y la explotación laboral, similares a los de España.
Pero pese a todas las dificultades políticas y económicas que atraviesa el país, las perspectivas son ligeramente optimistas para el futuro y el Banco de Portugal vaticina una tímida recuperación para este año. Portugal ha experimentado un notable progreso en los últimos 20 años, si bien distribuido de forma desigual, en el que se dan fenómenos como el endeudamiento desmesurado de los consumidores (un 110%, según datos del Observatório de Endeudamiento de la Universidad de Coimbra), que viven por encima de sus posibilidades y que acaban por no pagar los saldos negativos de sus tarjetas de crédito. "Eso se debe a que los portugueses tenemos una imagen distorsionada de nuestro lugar en el mundo. Somos un país pequeño con una economía pobre, pero pensamos que somos un país de clase media y que podemos acceder a todos los bienes de consumo. Por eso vamos en coches de lujo y acabamos endeudándonos", sostiene el sociólogo de la Universidad de Lisboa, Pedro Magalhaes. Está por ver qué sucederá mañana, después de la resaca de la Eurocopa, cuando en los telediarios la crisis política no llegue después de 12 minutos de fútbol, y los portugueses se levanten sin primer ministro.
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