Eternidad en el instante
En la China antigua, lo inmediato se concibe como signo tenue de un suceso futuro, como anticipación escueta de un tiempo dilatado. Esa precoz inclinación por los acontecimientos fugaces en tanto que momentos significativos, no sólo se manifiesta sistematizada en textos de vocación adivinatoria como el Yijing, sino en gran parte de sus expresiones culturales más refinadas. La poesía, en su forma más reducida y condensada, el jueju, se transforma también en pura evocación de un momento frágil, de una sensación pasajera, ajena al lirismo y a la narración, es decir, sin apenas despliegue temporal. Los cuartetos chinos anuncian la disolución de un límite: aquel que pretende deslindar imagen y discurso, espacio y tiempo. En ellos parece realizarse el viejo ideal de la fusión dinámica entre pintura y escritura. Despojados a menudo de cualquier referencia temporal, integrados siempre en una concisión formal radical, los cuartetos chinos aluden sin embargo las inquietudes eternas, intemporales, de la existencia humana: el exilio, la amistad, el amor, la ebriedad, la muerte, el paisaje, la vejez...
Fascinado desde hace tiempo por este género, el poeta Ramon Dachs se sitúa al frente de un insólito cruce de caminos, de una original aventura literaria: conducir al lector desde los jueju chinos hasta los robaiyat (plural de robai, que designa en árabe "cuarteto") de la poesía de Al Andalus. En compañía de la sinóloga Anne-Hélène Suárez y del arabista Josep Ramon Gregori, sugiere la epopeya de una migración cultural a través de la célebre Ruta de la Seda: desde la China de la dinastía Tang, pasando por la literatura persa, hasta alcanzar la España musulmana. No obstante, dada la complejidad de la empresa, se limita a reclamar en el epílogo la atención de la comunidad universitaria sobre una vía de investigación que podría arrojar una luz nueva en torno a la influencia de las formas breves de poesía china en la literatura árabe y, a través de la reconquista, su posible impacto en la poesía cortesana europea. Apuntada la hipótesis, el valor principal del texto consiste en ofrecernos un hermoso repertorio: 39 cuartetos de destacados poetas chinos (desde los ya populares Li Bai, Du Fu o Wang Wei, hasta autores menos conocidos para el público occidental como Liu Yuxi, Liu Zhongyuan o Qian Qi) y seis robaiyat pertenecientes a Ben Khafaja de Alcira y a Ben al Zaqqaq de Valencia. Una exquisita edición trilingüe de textos y culturas que se responden y complementan mutuamente a partir de un eje común: el deleite ante la belleza quebradiza del momento.
El segundo libro está dedi
cado enteramente a Bai Juyi (772-846), uno de los grandes poetas no sólo de la dinastía Tang, sino de toda la literatura clásica de Asia Oriental. El influjo de su fecunda obra se extendió por todos los territorios sinizados de la época hasta llegar a Japón donde, conocido con el nombre de Haku Rakuten, adquirió una recepción y un prestigio excepcionales que han perdurado hasta nuestros días. Sin embargo, la maltrecha vida de Bai Juyi discurrió en tiempos difíciles. Todo el sistema político-administrativo de la dinastía Tang se desmoronaba fatal e irreversiblemente. Con el imperio fragmentado por las incursiones bárbaras, y con la administración política corrompida por las intrigas cortesanas de los eunucos y por los constantes cambios de emperador, el pasado cosmopolita y exuberante de la dinastía Tang tocaba a su fin. La salud delicada y enclenque del poeta, antes de cumplir los veinte años su pelo era ya canoso y su aspecto enfermizo, parece anticipar sintomáticamente la inestabilidad y la decadencia de su tiempo que, más tarde, quedarán reflejados para siempre en su obra. Como otros muchos poetas-funcionarios de la época, también él paladeó las mieles del éxito al ser nombrado admonitor del príncipe heredero, y, al año siguiente, debido a unas intrigas palaciegas en la corte del emperador Xianzong, los sinsabores del exilio en la región de Jiangzhou. A partir de entonces, aprovechando la insignificancia de su nuevo puesto, comenzó a frecuentar los templos budistas situados en las montañas cercanas, se inició en la alquimia taoísta y, aquejado por su frágil salud, se retiró siempre que pudo de la vida pública para disfrutar de la naturaleza en compañía de amigos. Tras la oscura muerte del emperador Xianzong, fue rehabilitado y ocupó de nuevo diversos cargos oficiales. Y aunque sus nuevas responsabilidades implicaron una gran actividad y una intensa vida social, a menudo incompatibles con su deteriorada salud, no dejó de cultivar la poesía, la música, los retiros y las estancias en templos budistas. Tras su muerte, Bai Juyi dejó un legado literario inmenso del que en la actualidad se conservan unos dos mil ochocientos poemas. La presente edición ofrece una selecta muestra de sus mejores cuartetos. Desprovistos por lo general de cultismos o artificios, los poemas breves de Bai Juyi expresan en un lenguaje sencillo la música, hecha de intensidad y silencios, del paisaje humano y natural. La sinóloga Anne-Hélène Suárez ha sabido revivir en su excelente versión las modulaciones y las cesuras de esa poesía discreta y profunda. Su traducción y su cuidada edición bilingüe, junto con el empeño de la editorial Pre-Textos, constituyen un raro ejemplo de rigor y belleza. Edmond Jabès lamentaba que teniendo tan pocas cosas que decir necesitáramos muchas palabras para expresarlas. La publicación de estos 111 cuartetos de Bai Juyi honra la verdad de lo primero y desmiente, felizmente, la segunda.
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