Cazadores
Paseando el domingo pasado por un animadísimo Central Park en el que hasta los ancianos llevaban una chapa pidiendo el voto para Kerry, pensé en las dos maneras tan distintas en las que reaccionan tus amigos cuando les comunicas que te vas de España: a unos les das mucha pena porque piensan que te vienes a un país de imbéciles y se te contagiará y ellos perderán un amigo, y Europa, un europeo. Ninguna de las dos cosas me parece una gran pérdida, pero en fin. Y luego están los que sienten envidia porque si pudieran pondrían tierra por medio y se inventarían una nueva vida. Dos reacciones que no son solamente propias de los españoles: la ciencia ha demostrado que genéticamente las personas respondemos a estos dos prototipos, los que una vez que encuentran un hábitat adecuado ahí se quedan y los que nunca están a gusto con el paisaje que tienen delante y tienen la ansiedad del movimiento continuo. Recolectores y cazadores. Así somos las criaturas desde que el mundo es mundo. Estas dos posturas vitales estarían relacionadas más con nuestro particular universo genético que con el ideológico, pero parece que para los humanos eso de aceptar que estamos muy determinados por la caprichosa herencia genética es insultante, y entonces lo revisten de razones políticas, y te dicen, qué coño pintas tú en ese país de comida basura (uno aquí come estupendamente si quiere), en ese país sin historia (yo veo que la arquitectura de los dos últimos siglos está más respetada que en Madrid, por ejemplo), con esos ciudadanos tan simples (en cada abuelo neoyorquino está contenida parte de la historia del siglo XX), esa gente que va avasallando allá por donde va (hay muchos americanos avergonzados por la política exterior de Bush). Uno piensa que los españoles de alma recolectora, los que se quedan en España, tienen suerte, porque en nuestro país se vive razonablemente mejor que en muchos lugares del mundo (lo sabe el que viaja), pero deberían tener un mínimo de comprensión hacia esos compatriotas de alma cazadora que sienten razones poderosas para irse y estrenar una nueva vida (aunque sea en países como éste). Además, Internet te permite estar en dos lugares a la vez y no estar loco. Uno puede, por ejemplo, seguir al minuto la reunión de los presidentes autonómicos. Lo cual, mire usted, es una tranquilidad muy grande.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.