Rumbo a Cayo Coco
Lo que van a leer no es apto para oídos mojigatos. Atención a los ingredientes: Cuba. Un hombre, una mujer, un avión. Miedo y deseo salvajes a partes iguales. ¿Quieren saber más? Escuchen a la genial actriz, que en breve inicia gira teatral con La noche de Molly Bloom.
Sin más preámbulos, déme las coordenadas básicas de su aventura a bordo.
Sería hace cuatro o cinco años. Fui a La Habana con mi marido, el director teatral Emilio Hernández, hijo de brigadista cubano. Allí decidimos volar a Cayo Coco.
En un avión tipo taxi.
Exacto. Al subir nos dimos cuenta de que éramos los únicos pasajeros. Los dos pilotos, en la cabina, estaban leyendo el libro de instrucciones. Despegamos y oíamos: "Es este botón. No, es este otro". Y los alerones que subían y bajaban. Yo mareada, casi vomito. De ahí pasamos a la risa.
¿Qué hace una pareja cuando está convencida de que se acerca su final?
Empezamos a enrollarnos. Con el añadido de la tensión de pensar que sólo con que los pilotos giraran el cuello podían vernos. Afortunadamente iban tan enfrascados en el manual que no se percataron. Justo debajo del avion pasaron pelícanos rosas sobre los cayos. Un espectáculo increíble que nunca olvidaremos.
Me muero si no me cuenta cómo fue el aterrizaje.
Los pilotos bajaron a tierra y empezaron a abrazarse como locos. Y nosotros igual.
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