Sábato vive en Rosario su sábado de gloria
El congreso rinde un cálido homenaje al escritor argentino por la grandeza de su obra
Lágrimas, aplausos y mucha emoción presidieron el homenaje que las 22 academias de la Lengua y el Instituto Cervantes rindieron ayer a Ernesto Sábato (Rojas, Buenos Aires, 1911). Menudo y frágil, acompañado en todo momento por su compañera, Elvira González, Sábato asistió a la ceremonia desde uno de los palcos del teatro El Círculo. Sólo al terminar los parlamentos y cuando calló la voz del escritor, que se recuperó para la ocasión de una vieja grabación hecha cuando él tenía 40 años, bajó al escenario. Quitándose y poniéndose las gruesas gafas negras, apoyado en José Saramago y por Elvira, no pudo reprimir las lágrimas. Todos los académicos y media Rosario quisieron estar con él. El homenaje era a las doce y las calles colindantes con el teatro ya estaban cerradas al tráfico a las nueve para evitar colapsos; finalizado el acto, algo después de la una de la tarde, el atasco de tráfico fue total.
Fue José Saramago quien más emocionó a Sábato. Explicó que se inició en el universo narrativo del escritor argentino hacia el final de "los remotos años cincuenta". "Por un extraño fenómeno acústico cualquiera, el día que oí pronunciar el nombre de Sábato, entonces desconocido para mí, asocié las tres rápidas sílabas que lo componían a una súbita puñalada".
La lectura de las primeras páginas de El túnel lo convencieron de hasta qué punto había sido exacta la "osada asociación de ideas" que le llevó de un apellido a un puñal: "El puñal de Sábato, después de clavado, no se retiraba de la herida, permanecía allí, moviéndose por sí mismo, despacio, para que la sangre no dejase de correr y la deseada cicatriz no acabara siendo nada más que un sueño imposible". El premio Nobel portugués ya no dejó de leer a Sábato: Sobre héroes y tumbas; Abbadón, el exterminador; El escritor y sus fantasmas; Apologías y rechazos; Uno y el universo... Con ellos descubrió a "un autor trágico y al mismo tiempo eminentemente lúcido, que, además de ser capaz de abrir caminos por los corredores laberínticos del espíritu de los lectores, no les consentía, ni siquiera durante un solo instante, que desviasen los ojos de la esquina más oscura del ser".
De su primer encuentro con "este profeta áspero y agreste que la vejez no ha domeñado", dejó Saramago un emocionado recuerdo en Cuadernos de Lanzarote, del que leyó un breve fragmento: "Ofrecí a Sábato el Ensayo sobre la ceguera, él quiso saber qué ciegos eran estos míos, yo le hablé de los suyos, después hicimos un repaso de algunos de los ciegos más ilustres de la literatura, tanto de personajes como de autores, y acabamos preguntándonos aquello que muchos han querido saber: si los problemas de visión que hemos padecido habrán sido la causa inmediata de nuestras contribuciones de ciegos a los estudios literarios. Estuvimos de acuerdo en que no".
Ésa fue la primera vez. Habló luego Saramago de otros encuentros, en Madrid, en Badajoz, en Lanzarote, "cada vez más próximos el uno del otro en la inteligencia y en el corazón". "Él, hermano mayor; yo, sólo un poco más joven, dos seres que, en el exacto momento en que finalmente se encontraron, comprendieron que se habían estado buscando".
"Hoy, Ernesto, aquí estamos una vez más, y ha sido a mí, escritor portugués y amigo tuyo, a quien le ha cabido el honor inestimable de verse elegido mensajero, no ya de todos cuantos han venido a Rosario a celebrar los fastos de la lengua castellana y a ampliar las avenidas de su futuro, sino también, que me sea perdonada la presunción, de cuantos fuera de estas paredes, en Argentina, en América, en el mundo, te admiran y te respetan, leen tus libros, escuchan tus palabras y contigo mantienen el mejor de los diálogos, el de las conciencias".
La voz potente y vibrante de Sábato impactó luego en el teatro: una grabación hecha cuando el escritor tenía 40 años: la lectura de un fragmento de Abbadón, el exterminador, en el que Sábato expresa todo su amor por la literatura. Todo el mundo se puso en pie y aplaudió hasta partirse las manos durante más de 10 minutos. Sábato, con las lágrimas resbalándole por el rostro, bajó al escenario. Abrazó a Saramago, a Víctor García de la Concha, a César Antonio Molina... La gente seguía aplaudiendo.
El director del Instituto Cervantes, César Antonio Molina, quiso hacerle un regalo especial a Sábato: la biblioteca del Cervantes de Budapest, ciudad "sobre la que ha escrito y soñado", lleva desde hace poco tiempo el nombre del escritor. Molina leyó un fragmento de El túnel y explicó que cuando la Asociación de Academias de la Lengua empezó a trabajar en la organización del congreso, lo primero que decidió fue dedicar un gran homenaje a Sábato. "No es sólo uno de los más grandes escritores argentinos, sino uno de los más grandes de nuestra lengua. Con este multitudinario homenaje queremos expresarle toda nuestra admiración, nuestro afecto y nuestro cariño, como escritor y como persona", afirmó Molina.
El director de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha, actuó como "portavoz de corazones" en representación de las 22 academias. "No tengo palabras suficientes en este trance de elogiar a alguien que nos sobrepasa. ¡Qué paradoja que un académico que tiene a su alcance todas las palabras del diccionario se quede ahora sin ellas! Es el momento en que hablan los sentimientos y la emoción para expresar toda la admiración que sentimos por Sábato, por el hombre y por su obra".
"Que Mahoma vaya a la montaña"
José Saramago provoca pasiones allá por donde va. Los periodistas desertaron ayer en masa del tedioso resumen que los académicos hicieron de las sesiones del congreso para asistir a una conferencia de prensa del premio Nobel portugués. No rehuyó ninguna pregunta. ¿Qué le parece el congreso? ¿Tuvo diferencias con él? "Si se refieren al episodio de García Márquez, eso ya se aclaró. No conozco los criterios del congreso y no puedo opinar. Soy un marginado, quiero decir que he sido invitado pero no asisto a sus debates. No soy español, ni argentino, ni boliviano... Sólo soy un portugués que siente un gran amor por América Latina. Creo en el triunfo total de este tercer congreso".
Si al escritor le parece que este congreso funciona muy bien, aún espera con más ilusión el que se celebrará en 2007 en Cartagena de Indias (Colombia). "Si la montaña no va a Mahoma, que Mahoma vaya a la montaña. La montaña es Gabriel García Márquez, claro".
¿Le parece bien que grandes empresas que han saqueado financieramente a Argentina patrocinen este congreso? "¡Ustedes quieren que yo haga la revolución! No puedo contestarles directamente, pero me referiré a la situación actual de una manera indirecta. La Real Academia Española, las empresas, el Rey... La culpa de todo la tienen los soldados romanos que llegaron a la Península. Sin ellos, probablemente los españoles nunca hubieran llegado a América. Se olvida a veces que la historia de la humanidad es una historia de invasiones y de emigraciones. Todo el mundo invade a todo el mundo, masas de población emigran... Las generaciones tienen que intentar vivir en paz. ¿Estáis más contentos con lo que ha hecho Estados Unidos imponiendo dictaduras sangrientas en Latinoamérica? Si algún día Bush dice que le preocupa América Latina, échense a temblar. Si lo que no les gusta es el sistema capitalista, intentemos inventar uno nuevo, aunque ya se hizo y fracasó".
Saramago, que ayer intervino también en el I Congreso de las Lenguas que se celebra paralelamente en Rosario, afirmó que "ambos son complementarios, no hay enfrentamiento entre ellos". "En uno se habla de la lengua española, y en el otro, de las lenguas indígenas".
Babelia
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