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Columna
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Gris

Gris es el color, o el descolor, de la penumbra, de la somnolencia, de la tranquilidad y el anochecer, cuando las faenas se acaban y aún queda un rato libre para lo que se antoje. Es la semioscuridad del misterio que desdibuja la realidad y deja que la imaginación domine sobre nuestros sentidos; es la elegancia porque en él no hay nada estridente; la sorpresa porque de su vaguedad puede surgir lo inesperado, un ruido, una luz, una persona, un sentimiento. Es el resultado entre el color y la ausencia de color, sinónimo de la discreción, de la lejanía, de lo indeterminado. Y puede ser también, y quizá por todas esas posibilidades, una fuente de riqueza artística que arranca emociones, manejado con maestría y sensibilidad, tal como ocurre con los dibujos de Carmen Laffon, por ejemplo, y con un cuadro que he visto hace unos días de Juan Maestre sobre el que vengo a escribir.

He de confesar que si me acerqué a verlo con verdadero interés fue porque había oído hablar de su valor artístico, pues sin la suficiente experiencia no es difícil que pase desapercibido por tratarse de un cuadro pequeño, ceniciento y yo diría que sin tonalidades de ningún otro color. Afortunadamente el interés estimula a apreciar la riqueza de los accidentes y pude disfrutar de la destreza y la suavidad con la que se pierden los detalles innecesarios para que asome justo lo preciso. En la penumbra del cuadro de Maestre asoma un mantel que se adivina como tal tras observar con atención que encima hay un vaso tan sutil como acertado. Y si hay un vaso encima es porque también hay mesa debajo, y la oscuridad detrás es un fondo algo lejano. Bajando de nuevo la mirada al mantel se percibe que está recorrido de aire congelado, que las tenues luces y sombras dan noticias de uso, arrugas, caricias, costuras, manchas quizá. Un cuadro íntimo que sobrecoge de ternura y belleza.

Más que colores fáciles o difíciles, lo que suele haber son mejores o peores artistas, pero sacarle tanto partido a un gris carbón me parece que tiene mucho mérito. Por eso, y porque no hay nada más que observarlo con atención para comprender que es bueno, me quedé encandilada con el cuadro de Juan Maestre, tan embobada que no recuerdo si tenía título.

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