Un sombrío inicio
Por fin está previsto que la amarga batalla por el Protocolo de Kioto para frenar el calentamiento global entre en vigor el 16 de febrero. Lamentablemente, el tratado, anunciado a bombo y platillo, se ha visto tan atenuado por años de argucias políticas, que es probable que surta poco efecto en las deterioradas condiciones climáticas de la Tierra. Recordemos que en 2001, la Comisión Intergubernamental sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas publicó un funesto pronóstico sobre el calentamiento global. En aquel momento, los investigadores advirtieron que el aumento de las emisiones de CO2 y otros gases invernadero generados por el desarrollo industrial amenazaban con incrementar la temperatura del planeta entre 2,5 y 10,5 grados Fahrenheit durante el transcurso del siglo XXI (un aumento de 9 grados Fahrenheit en la temperatura en los últimos 15.000 años nos trajo la última gran glaciación, cuando gran parte del hemisferio Norte estaba cubierta por una gruesa capa de hielo).
La atmósfera de la Tierra podría estar calentándose más rápido de lo predicho
Sin embargo, estudios más recientes indican que la atmósfera de la Tierra podría estar calentándose incluso más rápido de lo predicho, un signo inquietante de que quizá ya sea demasiado tarde para abordar la atrocidad del cambio que se está produciendo en el clima terráqueo.
La prueba anecdótica también sigue adelantándose a los pronósticos científicos. Se habla de un clima más duro en todo el mundo. Un aumento de la intensidad de los huracanes en el Caribe, crecidas del mar e inundaciones en los países menos elevados, el derretimiento del hielo de las cimas de las montañas, desde el Kilimanjaro en África a los Andes en Perú, el desprendimiento de las grandes capas de hielo del Ártico y la muerte de arrecifes de coral son aciagas señales de advertencia. Los científicos también están preocupados por la disminución de la capacidad reproductiva de muchas especies acuáticas y terrestres y por la muerte de los bosques y el debilitamiento de los ecosistemas. Mientras tanto, la humanidad parece totalmente incapaz de reconocer el pleno significado de la gran catástrofe que se avecina o de responder a ella con el tipo de movilización urgente y continua de ingenio y recursos humanos que se necesitarían para cambiar la marea y volver a estabilizar la atmósfera de la Tierra. Es posible que estemos apresurándonos conscientemente hacia nuestra muerte, pero aún así no estamos dispuestos a hacer los sacrificios y cambios necesarios.
Seres humanos de todo el mundo se horrorizaron ante la pérdida de vidas y daños materiales en las tierras limítrofes con el océano Índico en la ola de tsunamis que golpeó el 26 de diciembre. Aunque no guarda relación con el calentamiento global, el tipo de destrucción presenciado el mes pasado es lo que los científicos prevén que ocurrirá cada vez con más frecuencia a lo largo de las próximas ocho décadas, a medida que cambie radicalmente el clima global. La raza humana está tristemente incapacitada. A decir verdad, el Protocolo de Kioto es un intento lamentablemente anodino de encarar la magnitud y escala de la crisis. Aun así, incluso este tenue gesto de respuesta ha estado en peligro en todo momento. Hubo que realizar modificaciones antes de que Rusia firmara el acuerdo. Mientras tanto, EE UU, el país que más contribuye al calentamiento global de todo el mundo, se ha negado categóricamente a tan siquiera firmar el tratado, aduciendo que socavaría gravemente el crecimiento económico estadounidense. Incluso la Unión Europea, que ha sido la defensora más entusiasta del tratado, ha reconocido que se ha quedado rezagada respecto a sus puntos de referencia para realizar la transición de la dependencia de los combustibles fósiles a un nuevo régimen de energía renovable propulsado por las reservas de hidrógeno.
A pesar de las acaloradas conversaciones sobre el calentamiento global entre científicos y políticos, la mayoría de nosotros proseguimos con nuestros quehaceres diarios sin percatarnos del problema y preocupándonos todavía menos por qué hacer al respecto. Podría pensarse que con la perspectiva de la posible desaparición de la civilización humana en la balanza, tan inminente como para afectar a la generación de nuestros nietos, la amenaza sería suficiente para atraer nuestra atención permanente y un compromiso activo. Pero en un mundo de ritmo frenético, en el que la capacidad de atención sigue reduciéndose a las satisfacciones del momento, con poco interés por compromisos pasados u obligaciones futuras, no es de extrañar que el calentamiento global apenas logre despertar nuestra curiosidad. Lamentablemente, el calentamiento global podría suponer el mayor logro de la humanidad, aunque un logro negativo. Literalmente hemos influido en la química misma de la Tierra quemando grandes cantidades de combustibles fósiles en el transcurso de los últimos siglos. La pregunta es qué será necesario para que la humanidad despierte al reto sin precedentes al que nos enfrentamos y para darnos cuenta claramente de que nuestro destino y el destino de la Tierra están en juego.
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