El 'no' asusta a la clase política francesa
El rechazo a la Constitución europea no para de crecer a sólo dos meses del referéndum
Hace dos semanas lo que preocupaba era la abstención. "El sí necesita al no para ganar contra el no", dijo el primer ministro francés, Jean-Pierre Raffarin, en un intento de animar el debate. Los dioses de la política le castigaron concediéndole su deseo. Dos encuestas consecutivas que muestran el rechazo de una mayoría de franceses al proyecto de Tratado Constitucional Europeo han bastado para crear el pánico entre la gran coalición política que, con la excepción de los comunistas y de algunas figuras aisladas, apoya -al menos formalmente- el sí en el referéndum vinculante del 29 de mayo. El recuerdo de la consulta sobre el Tratado de Maastricht en 1994, aprobado por una exigua mayoría pese -o gracias- a que el presidente François Mitterrand puso toda la carne en el asador, planea sobre los franceses y provoca escalofríos en Bruselas. "Europa, enferma de Francia", titulaba el diario Liberation.
El malestar social de los últimos meses ha generado una difusa irritación
El pasado lunes, una encuesta de IPSOS para el periódico Le Figaro y la emisora de radio Europa 1 indicaba que el 52% de los franceses rechazarían en las urnas la Constitución europea. Llovía sobre mojado, porque tres días antes, otra de características similares publicada por el diario Le Parisien ya había situado por primera vez por delante al no con un 51%.
A nueve semanas de la cita con las urnas, el impacto de unos sondeos tan ajustados no tendría por qué generar una crisis como la que se ha vivido esta semana. Pero lo que realmente preocupa es que las encuestas muestran que en tan sólo dos semanas se ha producido un brusco descenso de 14 puntos en el primer sondeo y de 12 en el segundo entre los partidarios del sí al texto constitucional. Los expertos aseguran que nunca se habían enfrentado a una opinión pública tan voluble.
Todos los temores que alberga la sociedad francesa sobre su futuro, sobre la viabilidad de su modelo social, sobre la fiabilidad del Estado protector, sobre los nuevos equilibrios que lleva consigo la Europa ampliada, se manifiestan a la mínima ocasión. La última ha sido la famosa directiva de la Comisión Europea sobre la liberalización de los servicios que lleva el nombre del ex comisario Frits Bolkestein.
Los agricultores, por su parte, según muestra la encuesta de IPSOS, están en un 69% contra el Tratado Constitucional, porque temen que la reforma de la política agraria de la UE, la PAC, les suponga una merma de subvenciones. Pero ni la directiva Bolkestein ni la reforma de la PAC tienen absolutamente nada que ver con el proyecto de texto constitucional que deben ratificar los 25. Los economistas aseguran que Francia tiene todo a ganar de una liberalización de los servicios -es el segundo proveedor de servicios de la UE- y muy poco que perder. Los agricultores franceses, por su parte, son y seguirán siendo los mayores beneficiarios de ayudas de toda la UE pese a la reforma de la PAC.
Pero la política francesa se hace de percepciones, no de hechos. El malestar social de los últimos meses, evidenciado en forma de huelgas y grandes manifestaciones, que tiene su principal origen en el deterioro del poder adquisitivo, ha generado una difusa irritación.Como en 1994, cuando el fin del largo mandato de Mitterrand abría una nueva época y con ella la carrera por la sucesión, los miembros de la clase política francesa están más interesados por cómo se colocan en la línea de salida que por sacar adelante la Constitución europea. En la derecha gubernamental, que supuestamente se alinea sin fisuras con Chirac en favor de la Constitución, adonde en realidad miran los muchos delfines que aspiran a vivir en el palacio del Elíseo es al día después del referéndum. El puesto de primer ministro -en contra de lo que indica la tradición- se ve ahora como un buen trampolín para la presidencia. Raffarin resiste, pero nadie apuesta a que siga en el Hotel de Matignon después de la primera semana de junio.
Los tenores de la chiraquista UMP se han pasado la semana lanzándose acusaciones mutuas. El ministro del Interior, Dominique de Villepin -para muchos el delfín preferido por Chirac-, que ya se ve primer ministro, asegura que todo lo que sucede en torno al referéndum es culpa del secretario general del partido, Nicolás Sarkozy, su gran enemigo y rival, que dice que sí, pero hace campaña oculta por el no.Pero donde hay un verdadero cisma es en la izquierda. Comunistas, trotskistas y demás grupos de extrema izquierda están abiertamente por el no. La fisura pasa por el Partido Socialista (PS), y el riesgo de que se parta es real.
La economía no arranca. Las previsiones de crecimiento para este año ya han sido revisadas a la baja y el paro se resiste a dejar la tasa del 10%. La Europa de los 25 empieza a ser vista desde muchos sectores como la culpable de las deslocalizaciones y el desempleo, e identificada con el liberalismo salvaje que se dispone a acabar con el generoso modelo social francés con el que no sólo se identifica la izquierda, sino también una buena parte de la derecha de tradición gaullista, como el propio Chirac.
El referéndum interno en el Partido Socialista para decidir la posición frente a la Constitución europea fue un triunfo de los socialdemócratas encabezados por el secretario general, François Hollande, frente a los defensores de las esencias, a cuyo frente se colocó el que fuera primer ministro Laurent Fabius. Los perdedores no han aceptado la derrota y desafían abiertamente a la dirección del partido encabezados por el que fuera breve secretario general Henry Emmanuelli, que se apresta a hacer abiertamente campaña por el no. El rechazo al Tratado Constitucional entre los votantes de izquierda alcanza ya el 63%.
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