Croco Alpino
En el entorno geográfico de los Alpes, y en jardines y rinconcillos donde los tibios rayos de sol derritieron la blanca capa invernal, aparecieron, como por encanto, las campanillas de la nieve y el croco alpino. No son flores ostentosas, pero su diminuta belleza alegra la vista de los grupos de turistas que se pierden por el centro de Europa esta Pascua temprana. No es extraño entre esos grupos distinguir a los procedentes de la tierra valenciana de las flores y el amor: los comentarios en voz alta y el esporádico uso de la peculiar lengua hablada en los antiguos territorios de la Corona de Aragón, los delata. Los vuelos directos a Munich, Zurich o Stuttgart desde Manises -que no desde La Vilanova d'Alcolea- y el precio de unos billetes asequibles, favorecen el desplazamiento de los europeos de sur a norte y de norte a sur. Estos intercambios vienen a representar un logro del progreso en el siglo que corre. También ha sido un logro del progreso la conservación del paisaje en los alrededores del lago de Constanza -el Bodensee, para indígenas y autóctonos-. Constanza es la histórica ciudad de no se saben cuantos cismas católicos y concilios anti-cismáticos, y no tiene aeropuerto. Es por ahí por donde uno tropieza con los valencianos que huyeron del bullicio de las fallas o del redoble de tambores procesionales de Semana Santa. El lago, uno de los de mayor superficie en la Unión Europea, baña las orillas de tres estados; unas tierras verdes y abruptas donde los niños buscan en huertos y jardines los huevos escondidos, los mismos que encuentran las criaturas valencianas adornados en sus monas. Hace como dos décadas, los vecinos de estos andurriales, y mediante las iniciativas ciudadanas oportunas -como las que se oponen a las barreras viales en la comarca de L'Horta -, consiguieron evitar el trazado de una autopista junto al lago. Y ahí está ese paisaje, que ahora quieren protegido para siempre y patrimonio de todos, como quieren los morellanos que sea su ciudad y sus históricos monumentos. Turistas no faltarán ni por la comarca de Els Ports, ni a orillas del lago Constanza. Falta junto al Bodensee, y también falta en Morella, un aeropuerto con las ridículas pretensiones del futuro aeropuerto de La Vilanova d'Alcolea, una ostentosa obra pública que pretende llegar a ser el ombligo del turismo europeo; un proyecto más que megalómano del provincianismo valenciano sobre el que tienen puesta la vista los juzgados por su hipotética o probable relación con otros proyectos y negocios turísticos muy privados, y muy poco atentos al interés social presente y futuro de todos. Porque el aeropuerto del provincianismo, y hay que estar ciego para no verlo, está relacionado con el vial Cabanes-Oropesa y con la fantasía del cemento, llamada Mundo Ilusión. Junto al Bodensee o lago de Constanza presta sus servicios, hay que indicarlo, el aeropuerto con una sola pista de aterrizaje en la industriosa ciudad costera de Friedrichshafen. Éste tiene su razón de ser en la fabricación de accesorios industriales en la región; un aeropuerto útil y humilde; que no necesita de políticos provincianistas con pretensiones de grandeza, que gastan dinero público innecesariamente e influyen en las instituciones financieras locales -como Bancaixa o la Caja del Mediterráneo-, para orientar nuestros ahorros hacia sus proyectos. Cualquier día lograrán los viales Cabanes-Oropesa y los aeropuertos provincianistas eliminar de nuestro paisaje la linda flor de las adelfas, que adornan nuestros veranos. Pero, cuando se derrita la nieve por Pascua, siempre podrán volar algunos valencianos donde las campanillas del frío y la flor azulada del croco alpino.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.