La ciudad que habitan los dioses
Katmandú recibe a los viajeros con un halo de leyenda y aventura
En el centro histórico de Katmandú, en un costado de la plaza Durbar, está la Casa de la Kumari, un pequeño palacio de ladrillo rojo con balcones y pórticos de madera primorosamente tallados. La Kumari, según la tradición, es la reencarnación de la diosa Durga, y se selecciona entre las niñas de tres o cuatro años de una casta especial nepalí. Las candidatas deben poseer un horóscopo determinado y 32 atributos físicos que las hagan merecedoras de la distinción. Cuando se encuentra a una niña que cumple todos esos requisitos, se la encierra en una sala llena de cabezas de animales muertos y de otras presencias terroríficas. Si la niña se asusta, es descartada, pero si a pesar de todo mantiene la templanza, es designada Kumari y recluida en esa casa de Katmandú durante años, hasta que una herida la haga sangrar o, al llegar a la pubertad, menstrúe. Entonces se reinicia el proceso para buscarle una sustituta.
La Kumari, que es tratada como diosa y reverenciada incluso por los reyes del país, puede también ser visitada por los turistas. Basta con entrar al patio del palacio en el que vive y aguardar a que alguno de los guías locales llame a voces a la preceptora que la cuida. Pocos instantes después se asoma al balcón central del primer piso una niña emperifollada con maquillajes llamativos y vestidos ceremoniales que, con gesto de fastidio, se exhibe. La contemplación es fugaz, pues enseguida regresa a sus habitaciones, pero en pocos sitios puede un turista visitar a un dios de carne y hueso tan fácilmente.
Ésta es la Kumari más venerada, pero no es la única. Varias poblaciones del valle de Katmandú tienen sus propias Kumaris, seleccionadas mediante rituales semejantes. Y en un inventario que se hizo hace poco se llegó a cifrar en 33 millones a los dioses que los nepalíes adoran. Es decir, más de un dios per cápita.
Es posible que fuera esa espiritualidad llena de dioses la que convirtió a Katmandú, en los años sesenta, en uno de los paraísos hippies. De aquella pompa contracultural ya no queda nada, salvo la oferta clandestina de marihuana que en algunas calles siguen haciendo ciertos nativos a los turistas más desaliñados. Pero no por ello la visita pierde interés. El viajero puede encontrar en la ciudad y en sus alrededores numerosos atractivos para recrearse.
La forma del dragón
La ciudad antigua -situada alrededor de la plaza Durbar- y las ciudades de Patan y Baktapur, que aunque no forman parte nominalmente de Katmandú están unidas a ella, son corazones históricos que conservan un aire de leyenda oriental muy del gusto del turista de Occidente. Templos con estructura de pagoda, palacios, grandes estatuas de elefantes flanqueando escalinatas, soportales de madera labrada, patios con ventanales esculpidos y gárgolas con forma de dragón en las fachadas se suceden a lo largo de plazas y callejas en las que no falta nunca la compañía de vendedores que persiguen al visitante para ofrecerle bálsamos de dragón, bolsos artesanales o figuras de bronce envejecidas.
Baktapur es la ciudad en la que Bertolucci rodó El pequeño buda. Sus calles, de aire vetusto, parecen inmóviles, inanimadas, y, a pesar del tráfago comercial que hay (desde la fabricación de cerámicas hasta el alarde exhibicionista de souvenirs), es posible ver sin mucho esfuerzo las sombras de otros siglos. La visita puede realizarse en pocas horas, pero es aconsejable pernoctar, o, al menos, permanecer en la ciudad hasta el anochecer, pues el silencio que cae a plomo con la oscuridad lo envuelve todo en un sosiego misterioso que bien merecería llamarse, al estilo budista, "paz de espíritu".
Hay tres centros religiosos más que son de visita obligada en Katmandú y su valle. En Swayambhunath y Bodhnath se encuentran los dos principales templos budistas del país. El primero, que es llamado también el templo de los monos a causa de la abundancia de simios que recorren sus tejados y sus pretiles, está situado en lo alto de una colina a la que se llega, si el turista no quiere atajos, subiendo una larguísima escalinata. Desde arriba hay una vista aérea de Katmandú, aunque lo más pintoresco del lugar son los monasterios y las campanas de piedra levantadas sobre el suelo.
En Bodhnath está la stupa más grande de Nepal. Las stupas son construcciones semiesféricas que, en la religión budista, tienen función de templos. Ésta, como la de Swayambhunath, está rematada en lo alto por un pináculo en cuyos lados pueden verse los dos ojos con trazas de cómic que representan al país. Alrededor de la stupa, en el paseo circular que la bordea, hay tiendas de antigüedades, puestos ambulantes y varios pequeños monasterios en los que los monjes aprenden técnicas de pintura o meditan.
El tercer lugar de peregrinación religiosa -en este caso, hinduista- es el templo de Pasupatinath, que reúne todo el exotismo colorista que fascina al viajero lejano. Aunque el río que lo atraviesa, el Bagmati, es sólo una sombra del Ganges en tamaño, su función redentora es la misma. En sus riberas, como en Benarés, pueden verse cadáveres ardiendo, y la multitud, que en algunas festividades abarrota el lugar, recorre las diferentes zonas y edificaciones que rodean el templo haciendo ritos curiosos, como el de echar, a los santones y a los yoguis que viven allí, granos de cereales para que se alimenten.
Pero además de las rutas monumental y mística, que en Katmandú aprovecharán ventajosamente incluso los más descreídos, el viajero tiene la oportunidad de perderse sin rumbo por las calles de la ciudad, en las que, a gusto o a disgusto, encontrará el pulso de un país pobre donde es posible tropezar aún, por ejemplo, con un cerdo recién muerto sangrante y tendido sobre la acera frente a una carnicería.
En Katmandú hay innumerables tiendas, puestos callejeros y vendedores porfiados que atosigan al paseante para que compre. El mercado de Thamel, sin embargo, es el centro de la actividad comercial turística. En él es posible encontrar cualquier cosa útil o inútil, desde barritas de sándalo hasta pashminas; pero resulta especialmente interesante la ropa de montaña, que, en el país más alto del mundo, es barata y de gran calidad.
Katmandú, que en tiempos tuvo la gloria de los hippies, tiene hoy la de los montañeros. Muchos de los visitantes que llegan a la ciudad lo hacen de paso hacia las rutas de trekking o -los más valerosos- hacia la escalada de las cumbres del mundo. Ocho de los 14 ochomiles del planeta, en efecto, están en Nepal. El Himalaya, incluso visto desde la lejanía de Katmandú, sobrecoge. Hacen falta valor, entrenamiento y una forma física excelente para trepar por sus laderas, pero cualquier turista puede participar en alguna de las excursiones aéreas que se organizan cada día para llegar hasta el Everest. En avionetas de última generación, el viajero tiene la oportunidad de contemplar desde lo alto, al alcance casi de su mano, esos paisajes perpetuamente nevados que, en un país tan lleno de dioses, bien podrían ser el paraíso.
Luisgé Martín (Madrid, 1962) es autor de Los amores confiados (editorial Alfaguara).
GUÍA PRÁCTICA
Cómo ir.- KLM (902 22 27 42; www.klm.com). Hasta el 19 de abril, vuela de Madrid o Barcelona a Katmandú vía Amsterdam. 910 euros más tasas.- Austrian Airlines (902 25 70 00; www.aua.com). Desde Madrid y hasta el 12 de mayo, 1.144 euros con tasas incluidas, vuelos a Katmandú con escala en Viena. Desde Barcelona hay que hacer noche en Viena.Circuitos- Ambassador Tours, Nobel Tours y Catai ofrecen circuitos combinados por la India y Nepal. Por ejemplo, Catai propone 13 días visitando Delhi, Katmandú, Jaipur, Benarés, Agra y otras ciudades, a partir de 1.679 euros.- Agama (932 68 75 50; www.agama.net). 14 días por India y Nepal, con un guía que conoce bien la zona y la cultura del lugar, para un mínimo de dos personas, entre 740 y 1.095 euros.- Consulado de Nepal (915 41 87 87; www.consuladodenepal.com). Información y recomendación de paquetes turísticos en la dirección:www.turismodenepal.com.
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