Llanto por la Maestranza
Si aún queda algún aficionado auténtico seguirá hoy embargado por la pena, hundido en la decepción más profunda y preso de la rabia por la desoladora situación en que están dejando a una plaza que fue señera y que se llama Maestranza. Nunca como este año los tendidos habían sido invadidos por un público tan analfabeto como festivalero, ni el palco presidencial había demostrado tan preocupante incompetencia.
Ayer se cometió otra gravísima afrenta al prestigio de esta plaza. Triunfó El Fandi, pero sólo lo mereció a los ojos de espectadores triunfalistas y de un presidente que no merece ser llamado como tal.
Decadencia se llama eso y los culpables -que nadie se enga-ñe- están dentro de la propia fiesta. En este caso, la autoridad es responsable absoluta de un nuevo y grave error que nunca debió ocurrir en este coso.
Gavira / Jesulín, Abellán, El Fandi
Toros de Gavira, muy bien presentados y astifinos, blandos, sosos y descastados. El segundo, sobrero de Parladé, soso. Jesulín de Ubrique: pinchazo y casi entera (silencio); pinchazo y estocada (silencio). Miguel Abellán: cuatro pinchazos y un descabello (silencio); estocada (silencio). El Fandi: pinchazo y estocada (oreja); estocada y dos descabellos (oreja). Plaza de la Maestranza. 16 de abril. 16ª corrida de feria. Lleno.
El Fandi tuvo una tarde de entrega, divertido en banderillas y muy poco ortodoxo en varios pares, capoteó con más pena que gloria, y muleteó sin relieve a su primero, soso como todos, aunque se lució en una tanda por naturales. El segundo, distraído, manso y rajado, huyó de cada muletazo y el torero lo persiguió por todo el anillo. Tocó la música -también la banda ha perdido el norte-, y la labor no pasó de voluntariosa. A pesar de todo, salió a hombros. Ver para creer.
Afortunadamente, toda la corrida estuvo muy bien presentada, muy seria y astifina, aunque toda ella adoleció de escasa fuerza y, lo que es peor, de ausencia de casta. El cuarto y el quinto llegaron a acostarse en el albero durante las faenas de muleta, cofirmando su falta de bravura.
Jesulín vio silenciada su labor, pero el torero demostró que domina como nadie el sentido del temple, los terrenos y las distancias. Fue en todo momento un lidiador firme y seguro, aunque este público de feria ignoró por completo su condición de diestro maduro.
Al nobilísimo sobrero lo castigaron en exceso en el caballo, llegó hundido a la muleta, y Abellán lo pasó sin convicción y casi siempre mal colocado. Muy descastado el quinto y, una vez más, muy desigual el torero, a excepción de un buen quite por chicuelinas. La afición, sin consuelo...
Babelia
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