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La anomalía vasca

Joan Subirats

Uno de los elementos que más polémica ha generado en las recientes elecciones vascas ha sido la presencia de la candidatura del Partido Comunista de las Tierras Vascas (EHAK). Lo que no habría sido más que una presencia testimonial, anecdótica, y que sólo hubiera merecido alguna atención por parte de los especialistas en seguir la evolución del mundo llamado extraparlamentario, se ha convertido en uno de los referentes centrales de las elecciones del pasado domingo. Como sabemos, lo que ha convertido en estrellas mediáticas a las recién elegidas Maite Aramburu, Carmen Berasategui y Miren Nekane Erauskin, cabezas de lista de esa formación en los tres territorios históricos, es el hecho de convertirse en la candidatura refugio del voto procedente del eufemísticamente llamado mundo batasuna. Sin ese voto refugio nadie hubiera reparado en ellas, como nadie sabe hoy quiénes son los candidatos y candidatas de otras listas presentes también en los comicios vascos como Por un mundo más justo, Partido Obrero Socialista Internacionalista y Coalición de los verdes y animalistas. No pretendo entrar en la polémica de estos días sobre el proceso político y legal que ha conducido a que esa candidatura haya acabado siendo lo que hoy representa, aunque sí creo que resulta relevante tratar de analizar la anomalía que representa.

Dice el profesor de la Universidad del País Vasco Pedro Ibarra, en su reciente Nacionalismo: razón y pasión (Ariel, 2005), que la historia del nacionalismo vasco radical es "la historia de una sinrazón". El llamado Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV) ha ido modificando sus fronteras grupales e ideológicas, así como sus denominaciones, su conformación y sus estructuras organizativas. Pero, al mismo tiempo, ha mantenido rasgos específicos y diferenciales. Sus componentes nacionalistas, aparentemente no son muy distintos de los que conforman el mundo hoy representado por la coalición Partido Nacionalista Vasco-Eusko Alkartasuna (PNV-EA). Pero como sabemos, su historia, sus conexiones con la violencia de ETA, su ambivalencia en el juego institucional, la cerrazón de sus estructuras organizativas, les ha distinguido siempre. Su aislamiento ha venido originado por su cerrazón ideológica, por su modelo excluyente de nacionalismo no integrador y porque siempre ha exculpado al terrorismo etarra considerándolo expresión de una vulneración general de los derechos políticos y sociales y de la situación pretendidamente agónica de la nación vasca. A pesar de todo ello, la fortaleza de su militancia, la perseverancia de sus bases sociales, la solidez de ese núcleo resistente a todos los avatares, tuvo una nueva demostración el pasado domingo. Cuando todos esperaban que bajaran un nuevo peldaño en el largo declive electoral que habían ido teniendo, remontan a nueve escaños y recuperan los 150.000 votantes. Nunca han bajado del 10% en unas elecciones al Parlamento vasco. Y en su momento de más esplendor consiguieron acercarse relativamente al 20%. No les faltan nuevos adeptos. Decía el sociólogo Javier Elzo en unas declaraciones recientes que los primeros indicios señalaban que los 80.000 jóvenes votantes que por primera vez acudieron a votar, lo hicieron mayoritariamente por PNV-EA, por la nueva marca batasuna y por Ezker Batua. Viejos y nuevos militantes, familiares y allegados de los 700 encarcelados, personas empecinadas en no cejar en su aislamiento testimonial, conforman ese universo roqueño, esa identidad fuerte pero claramente marginal que esta semana se enfrenta a nuevas perspectivas.

Los hechos del 11 de marzo, combinados con el cambio de gobierno y con las lecciones que aparentemente se han sacado de la experiencia de Lizarra, han modificado de manera entiendo que definitiva el escenario en el que se ha movido el MLNV en sus distintas conformaciones desde hace 40 años. Como dice Ibarra, ETA y sus acólitos han percibido siempre mal la realidad, y han tendido siempre a construir su propia realidad. Aquella realidad que les fuera justificando sus barbaridades, sus excesos, la irracionalidad con la que ha jugado muchas veces a cuanto peor, mejor. La situación es distinta desde hace unos meses, y el mitin de Anoeta y algunas señales parecen situarnos en otro terreno de juego. Otras veces hemos tenido las mismas sensaciones, pero creo que nunca hemos estado tras algo ni cercanamente similar al 11-M, ni nunca el MLNV había experimentado los efectos de una tregua con tan pocos resultados políticos como los conseguidos tras Lizarra. Las declaraciones de Arnaldo Otegui apuntan a que el desengaño con el PNV es profundo. Y que se quiere negociar con el Madrid que hoy representa Rodríguez Zapatero antes que seguir confiando en salidas al estilo de Juan José Ibarretxe, que sólo beneficiarían al que se considera cada vez más como el enemigo nacional interno.

El MLNV necesita un marco en el que justificar el final de 40 años de sacrificio, cárcel y muerte. Y ello lo tiene que hacer por sí mismo. No pueden esperar contraprestaciones políticas explícitas. Deberán construir sus argumentos. Deberán reinterpretar la realidad, como tantas veces han hecho, para facilitar el tránsito. Y probablemente las ventanas de oportunidad que se han abierto el pasado domingo son relevantes. Sobre todo porque dejan el escenario totalmente abierto, sin posibilidades de resoluciones unilaterales ni hegemonizantes. Roto el frentismo del mal llamado constitucionalismo, abiertas las condiciones para seguir avanzando en la hipótesis de Zapatero de centralidad política en una perspectiva plural de la concepción del Estado, y con un notable consenso en torno al reforzamiento autonómico en el marco de un nuevo Estatuto que refrenden los vascos, se exige aprovechar esas nuevas oportunidades. La anomalía vasca no ha podido ni silenciarse ni achicar significativamente, pero sí se la puede acompañar para que encuentre una salida a su aislamiento y cerrazón autorreferencial.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Barcelona.

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