La hermana atlántica
Desde posiciones diversas, algunas interiorizadas en la sociedad gallega, los tópicos dominantes sobre Galicia la refieren como un país rural, subvencionado e imposibilitado de progreso sin la ayuda estatal. Pobre y conservadora. Geográficamente excéntrica, sin reparar en el carácter ideológico de esta apreciación: lo es tanto como Irlanda, Suecia, Noruega, situadas entre las más ricas; menos que Lisboa e igual que Madrid con respecto al centro de Europa.
La realidad es diferente. La sociedad gallega es hoy predominantemente urbana e industrial. Cuenta con Citroën y la industria auxiliar con grandes compañías que suministran a otras muchas marcas; Inditex, con Zara y sus filiales; Adolfo Domínguez y las docenas de empresas de la confección presentes en todas las calles; Pescanova y las cooperativas de armadores, en todos los mares; el aluminio de Alcoa; Repsol; Endesa, Unión Fenosa e Iberdrola, que tuvieron en los recursos gallegos una base fundamental de su expansión internacional; la construcción naval; el granito y la pizarra; Calvo, Jealsa y otras conserveras; Zeltia y Zeneca, investigando en productos farmacéuticos; Televés en la electrónica; Finsa en la madera; ENCE; Coren en la alimentación; el Grupo Tojeiro, industrial y comercial; Cimpor-Corporacion Noroeste en el cemento; Metalúrgica Galaica en el acero. Prácticamente todas estas empresas, con otras, gozan de una singular realidad exportadora e internacional. La producción láctea, la forestal y la marisquera, las primeras del Estado en su sector, así como los vinos Rias Baixas, Ribeiro, Amandi, Valdeorras.
La sociedad gallega es diferente al tópico: es hoy predominantemente urbana e industrial
La industria del cine y audiovisual, edificada sobre la base de la lengua gallega, es la tercera del Estado, después de Madrid y Barcelona. Está naciendo una industria del software cerca de las universidades de Vigo, Santiago y A Coruña. La producción de energía eólica, con 2.300 megavatios de potencia, con la perspectiva de llegar a los 6.500 en el año 2010, integra una potencia instalada correspondiente a la de varias centrales nucleares, convirtiendo a Galicia en la sexta potencia mundial.
El sector agrario tiene un papel destacado en la economía, pero no cuenta más que con el 8% de la población activa cuando hace treinta años tenía el 50%: la economía y la demografía gallegas están aún pagando el coste de una transformación tan forzada y brutal.
El eje Ferrol, A Coruña, Santiago, Pontevedra y Vigo, forma un área metropolitana que, unida por autopista, se extiende por Porto y Lisboa, formando una de las mayores aglomeraciones de la costa atlántica europea. Portugal, más que cualquier otro en la Península, es para Galicia el territorio próximo de relación económica y humana.
Lo fundamental de esta realidad existía antes o en el comienzo de la autonomía y de la entrada en la Comunidad Europea. Fue el producto de un lento e insuficiente desarrollo después de un siglo de crisis y emigración. Constituía la base para fundamentar una política que situase a Galicia entre los países desarrollados.
Sin pretender alcanzar el nivel de su hazaña, el ejemplo de Irlanda, la nación atlántica hermana de los galleguistas de hace un siglo, muestra que esto fue posible. Irlanda se encontraba hace veinte años en un nivel semejante al gallego y es ahora, si se exceptúa a Luxemburgo, el Estado más rico de la Unión, con el 129% de la renta media comunitaria. Galicia no pasa del 74,9%, permaneciendo como territorio del Objetivo nº 1 aun después de la ampliación. Mientras que en Irlanda sus Gobiernos pusieron en marcha acciones y políticas estratégicas en la educación, la promoción empresarial y la atracción de inversiones extranjeras, el desarrollo de la investigación y la tecnología o el comercio, los Gobiernos gallegos utilizaron irresponsablemente las cuantiosas partidas del presupuesto autonómico, equivalentes al 21% del PIB. Asumieron el poder autonómico no ya sin un proyecto nacional, sino sin una visión de país, practicando una distribución clientelar del dinero público, sin sentar las bases necesarias para la superación definitiva del desempleo y la emigración, y con ello, de la crisis demográfica que se sufre. Muy poco del tejido industrial actual puede ser atribuido a la iniciativa del Gobierno gallego.
Galicia no entró tampoco en las estrategias prioritarias de desarrollo económico y territorial del Estado. Los Gobiernos centrales carecen de una visión atlántica de la Península. El tiempo perdido en la construcción de las autovías fue decisivo, como puede serlo ahora el de la puesta en marcha de las líneas ferroviarias de alta velocidad: ya había sido así en el siglo XIX, condicionando todo el desarrollo económico posterior. No favorecieron la implantación en Galicia de empresas multinacionales, siempre destinadas a fortalecer al centro. Sectores básicos de la economía gallega como el agrario, el pesquero y la construcción naval no fueron defendidos en las negociaciones con la Comunidad Europea, perdiéndose miles de puestos de trabajo y de explotaciones productivas. Millares de jóvenes, mejor preparados que nunca, emigran aún cada año a otras zonas de la Península o de Europa. También ocurría esto hace pocos años en una Irlanda, donde los técnicos y profesionales practican ya el viaje de vuelta.
Ahora, cuando se plantea la posibilidad de un cambio de rumbo político, Galicia ya no va a contar con el nivel de fondos estructurales del periodo 2000-2006. Con la ampliación al Este la población del Objetivo nº 1 pasará de 73 millones de habitantes, es decir, el 19% de la población de la Unión, a 153 millones de personas, el 32%, sin que se vaya a incrementar el Presupuesto de la Unión. En esta fase de depresión, los Gobiernos de Alemania, Reino Unido, Francia, Austria, Holanda y Suecia, excitados por un populismo retrógrado, imponen incluso su reducción. Galicia, como otros países, perderá, como mínimo, la mitad de los ingresos procedentes de la UE para inversiones productivas, infraestructuras o servicios públicos.
Así estamos cuando llega la hora de la confianza en las propias fuerzas, asumiendo la responsabilidad que le corresponde a una nación y compartiendo con los demás los retos de este tiempo.
Camilo Nogueira es ingeniero industrial y economista. Fue diputado en el Parlamento de Galicia y en el Europeo.
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