La policía temía el golpe
La capital británica, cuna del islamismo radical en Europa, era un objetivo declaradodesde antes de la matanza del 11 de septiembre en Estados Unidos
El objetivo estaba cantado. El jefe de la Policía Metropolitana lo había dicho una y otra vez: "Un atentado en Londres es inevitable". Y se refería obviamente a Al Qaeda y a sus grupos asociados -la red de redes integrada por los 30.000 muyahidin que se formaron en los campos terroristas de Afganistán, Chechenia, Cachemira o Bosnia-Herzegovina-; un ejército dormido que recluta a sus acólitos en Europa y que el 11-M logró su primera yihad (guerra santa) con éxito en Madrid.
A diferencia de los madrileños, ningún londinense podrá afirmar que no había sido advertido. La cita del jefe policial británico es la frase más contundente y sincera surgida de la boca de un responsable de las fuerzas de seguridad sobre la amenaza yihadista en Europa. Ayer se demostró que no era una exageración. Londres era un objetivo declarado de Al Qaeda desde antes del 11-S.
Los 'yihadistas' que regresen vivos de Irak lo harán para cometer atentados en Europa
El transporte y los centros comerciales son el objetivo preferente de las células locales
En el transcurso de una reunión de Europol en Bruselas, celebrada el 4 de junio de 2002, los jefes policiales redactaron un informe confidencial que comenzaba así: "La principal pregunta no es si habrá otro ataque, sino quién lo hará, cuándo, cómo y contra qué objetivo". Los expertos apuntaron entonces a Reino Unido como principal objetivo y se equivocaron. El 11-M tuvo lugar dos años más tarde en Madrid, un blanco que seis meses antes había señalado Osama Bin Laden en uno de sus comunicados; un mensaje amenazante contra los países que apoyaron la guerra de Irak, en el que también mencionó a Reino Unido.
Londres se rearmó después del 11-S. El servicio secreto MI5 contrató a 500 nuevos agentes para efectuar un censo de posibles muyahidin residentes en ese país y para vigilar día y noche a los 50 más peligrosos, pero estos esfuerzos sólo han servido para parar algunos golpes: un intento de atentado en el aeropuerto londinense de Heathrow y la detención en enero de 2003 de seis hombres de origen africano con veneno de ricino, una sustancia 6.000 veces más tóxica que el cianuro. Era la segunda vez que se abortaba un intento de atentado contra el metro de Londres con esa sustancia. Las armas químicas y bacteriológicas se han convertido en una obsesión para los yihadistas.
Los británicos no sólo habían reforzado sus medios materiales y humanos para blindarse ante un atentado terrorista islamista. Tras el 11-S y 11-M se produjeron en Reino Unido decenas de detenciones de sospechosos a los que se les limitaron sus derechos civiles y contra los que no se presentaron cargos ni acusación alguna. El Gobierno de Tony Blair se sumaba así a la línea de Estados Unidos, en la que todo vale, incluidos los secuestros en la base militar de Guantánamo para combatir al terrorismo internacional.
Tras el 11-M, el atentado de Londres demuestra que Al Qaeda y sus satélites están cumpliendo uno de los objetivos y obsesiones de Bin Laden: internacionalizas la yihad: extender la guerra santa a nuevos continentes, especialmente a la confortable y acomodada Europa, lejos de los territorios tradicionales de conflicto musulmán. Lo están intentando desde finales de los años noventa cuando sus comandos intentaron sin éxito volar un mercadillo de Navidad en la ciudad de Estrasburgo (Francia), envenenar las aguas de la calle de Véneto en Roma o reventar la embajada de Estados Unidos en París.
Las células salafistas que intentaron éstos y otros ataques fueron desarticuladas, pero los que tomaron el relevo lograron en la estación de Atocha el sueño de una yihad en Europa. Ahora, los medios de transportes y los centros comerciales son el objetivo preferente de las células locales, unos grupos desestructurados, sin una pirámide organizativa, y posiblemente desvinculados de la cúpula de Al Qaeda refugiada en las montañas de Pakistán.
El 11-M demostró a los yihadistas que un ataque en Europa era posible. Los atentados terroristas con éxito suele generar nuevos ataques y contagian a otros reclutas; la prueba está en la tragedia en la capital británica. Los servicios de inteligencia estiman en varios centenares los inmigrantes residentes en Europa que han abandonado su trabajo y a sus familias para unirse a la insurgencia en Irak. Alrededor de dos centenares desde Francia y Reino Unido, unos ochenta desde Italia y, al menos, una veintena desde España. Uno de esos voluntarios es uno de los presuntos autores del 11-M, que se encontraba huido. Algunos, como este último ya se han suicidado ante las comisarias o centros de reclutamiento iraquíes; otros, aguardan su turno. Los que regresen vivos a Europa lo harán para cometer atentados aquí, según aseguran los responsables de los servicios de información consultados.
Londres, cuna del islamismo radical en Europa ha mostrado al mundo su vulnerabilidad. Una fragilidad reconocida por el honesto jefe de la Policía Metropolitana que, una y otra vez, dijo a sus ciudadanos la verdad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.